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Emilio J. González

EADS y los pecados de la UE

La salida a esta situación, por tanto, debería consistir en la privatización total del consorcio. Sin embargo, lejos de ello, la solución a los problemas que está planteándose la canciller alemana Angela Merkel es justo la contraria.

Los serios problemas por los que atraviesa en la actualidad el consorcio europeo de construcción aeronáutica EADS son un reflejo de los pecados de la Unión Europea, tal y como se están desarrollando las cosas en su seno.
 
La iniciativa de crear EADS fue una buena idea en sus objetivos, pero no en la forma en que se puso en práctica, y ahora el consorcio está pagando las consecuencias. EADS nació para romper el monopolio en la construcción de aeronaves comerciales que ostentaba la estadounidense Boeing a nivel mundial, después del proceso de fusiones entre las empresas del sector civil norteamericanas. EADS quiso dar la réplica a Boeing con sus Airbus y, además, salvar al sector aeronáutico europeo, incapaz de competir con el gigante estadounidense si no lo hacía a partir de las economías de escala que generase la dimensión paneuropea del consorcio. En este sentido, EADS fue un éxito porque no solo fue capaz de plantar cara a Boeing sino que, incluso, llegó a arrebatarle el liderazgo mundial en la construcción de aviones civiles y estimuló un proceso de innovación, tanto en la UE como en EEUU, que probablemente Boeing no hubiera llevado a cabo de ostentar la condición de monopolista.
 
No obstante, un consorcio como EADS, en el que varios Estados ostentan participaciones importantes, tarde o temprano tendría que verse necesariamente abocado a los problemas que surgen cuando predomina la mentalidad nacional frente a la visión europeísta, algo muy habitual en la realidad diaria de la Unión Europea. Así, lejos de buscar la eficiencia económica, el trabajo de EADS se repartía entre distintos centros de producción pertenecientes a los diferentes países miembros del consorcio y, por tanto, alejados entre sí. De esta forma, mientras en un lugar se construía una parte de los aviones, en otro distinto y en otra nación se construía otra parte, y así sucesivamente. Esta forma de operar, por supuesto, dista mucho de ser eficiente, aunque hasta ahora había funcionado.
 
Los problemas de esta concepción del consorcio empezaron a surgir con motivo de la construcción del nuevo Airbús A380, el ‘superjumbo’ para el transporte de pasajeros en vuelos intercontinentales. Los constantes retrasos en el avión más avanzado e importante de EADS dieron la señal de alarma de que las cosas no iban bien en el seno del consorcio europeo. Y ahora llega el momento de tomar decisiones difíciles, como el cierre o la venta de determinadas factorías donde se fabrican los Airbus por su falta de eficiencia. Y aquí empiezan a chocar los intereses nacionales, porque nadie quiere que su país pierda ni puestos de trabajo ni lo que le queda de industria aeronáutica. La lógica empresarial, por tanto, empieza a chocar con el nacionalismo económico.
 
Para poner las cosas aún más difíciles, EADS, aunque tiene accionistas privados y cotiza en Bolsa, está controlada por los estados europeos que participan directamente en el capital del consorcio. Esas participaciones públicas hoy se han convertido en el principal problema para que EADS pueda resolver los problemas que padece en la actualidad conforme a la lógica empresarial. La salida a esta situación, por tanto, debería consistir en la privatización total del consorcio. Sin embargo, lejos de ello, la solución a los problemas que está planteándose la canciller alemana Angela Merkel es justo la contraria, es decir, que el Estado alemán incremente su participación para salvar al consorcio y, desde su punto de vista, gestionarlo mejor. Así es que la pregunta es inmediata: ¿aceptarán los demás socios del consorcio semejante control alemán? Posiblemente no.
 
Las complicaciones, sin embargo, no concluyen aquí. EADS es un proyecto por y para los países de la Unión Europea y sus líderes políticos ahora se encuentran con que el Estado ruso se ha hecho con una participación comprando acciones en la Bolsa. Si ahora Rusia quiere entrar a formar parte del consorcio más allá del papel de mero accionista: ¿cómo van a pararle los pies?
 
Toda esta situación refleja los pecados básicos de la Unión Europea, cuyas consecuencias ahora está sufriendo EADS. El primero de ellos, sin duda, es que todo el mundo sigue pensando en términos nacionales, cuando un proyecto de estas características necesita una visión supranacional de las cosas. Pero, como viene siendo habitual en la UE desde hace muchos años, esa visión europeísta de los acontecimientos y las necesidades sigue brillando por su ausencia.

El segundo es una historia más que repetida. Muchas iniciativas europeas comienzan con el impulso de los gobiernos, de lo público, pero luego nadie quiere darse cuenta de que para que las cosas funcionen de manera correcta es necesario traspasar los proyectos a manos privadas y consagrar su independencia respecto del poder político. Esto no se ha hecho con EADS y ahora empiezan a pagarse las consecuencias.

Por último, los líderes políticos europeos siguen sin entender que para estar a la altura de Estados Unidos en términos empresariales, además de muchas reformas estructurales todavía pendientes, hay que permitir la aparición de auténticas empresas de verdadera dimensión europea, en las cuales los intereses que cuenten sean los europeos, no los nacionales. Mientras predominó esta mentalidad en el seno de EADS, las cosas funcionaron bien; ahora que vuelven a mandar las cuestiones nacionales, los problemas han reaparecido. Así no se construye Europa. EADS es, por desgracia, un ejemplo perfecto de las consecuencias de esos pecados.

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