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Emilio J. González

El campeón del socialismo

A Zapatero lo único que se le ocurre es arreglarlo todo tirando de la chequera sin percatarse de que ya no queda dinero en el banco y de que la cuenta está en números rojos, al tiempo que desprecia otras políticas más efectivas a medio y largo plazo.

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, va a hacer bueno aquel dicho de que la derecha crea empleo y bienestar para la sociedad y la izquierda destruye la economía. Todo por empeñarse en ser el campeón del socialismo, cuando nadie, ni siquiera el primer ministro británico Gordon Brown, se apunta a las ideas que el PSOE pretende resucitar. ZP es el más socialista de toda Europa, pero también tiene la economía con peor estado de salud de todo el Viejo Continente y el paquete de medidas que acaba de presentar, inspirado claramente en su admirado New Deal de Roosevelt, lejos de resolver la crisis, lo más probable es que la agrave y la prolongue. ¿Por qué?

Zapatero, consternado por la mala evolución de los socialistas en las encuestas electorales, ha querido actuar sobre el problema que más preocupa en estos momentos a los españoles, esto es, el paro. Las medidas que ha presentado se supone que tratan de combatirlo, al menos en parte: el Gobierno dará 8.000 millones de euros a los ayuntamientos para que los inviertan en obra pública, en mejorar las condiciones de vida y habitabilidad de las ciudades y en restaurar edificios, una de las pocas ideas para combatir la crisis de la construcción surgidas en el Ministerio de Vivienda y que no va ha hacer mucho por resolver los problemas del sector a medio y largo plazo.

Con ello, el Ejecutivo pretende crear 300.000 puestos de trabajo cuando en lo que va de crisis ya se han destruido 800.000 empleos (y los que todavía quedan porque todo apunta a que la crisis no tocará fondo hasta mediados de 2010). Además, también ha aprobado un paquete de 800 millones de euros para ayudar al sector del automóvil. Por cierto, del impulso a la obra pública para este ejercicio al que se comprometió hace un año, nada de nada: la licitación del Estado sigue prácticamente congelada. Y es que ya se sabe, cuando en las arcas de Hacienda no hay más que telarañas, se tira por lo fácil a corto plazo, esto es, frenar en seco la inversión pública, el gasto del Estado verdaderamente generador de crecimiento económico, empleo y riqueza.

Por lo visto, a Zapatero lo único que se le ocurre es arreglarlo todo tirando de la chequera sin percatarse de que ya no queda dinero en el banco y de que la cuenta está en números rojos, al tiempo que desprecia otras políticas más efectivas a medio y largo plazo. Pero él quiere ser el más socialista y, como tal, recurre al gasto público para todo sin pararse a pensar que los dispendios de hoy son los impuestos de mañana. Porque a estas medidas hay que sumar todas las relativas a ayudar al sector financiero y los compromisos electoralistas que incluyó en el presupuesto de este año y que se comieron el superávit de la noche a la mañana con la misma rapidez con que Carpanta devoraría una longaniza.

El presidente, sin embargo, ha renunciado a todo lo que implique llevar a cabo las reformas estructurales que necesita la economía española y que le demandan tanto el Banco de España como la OCDE. Ambas instituciones advierten de que, con una previsión de déficit público para este año que ya ronda el 3% del PIB, apenas hay margen para aumentar el gasto, por mucho que Zapatero diga lo contrario escudándose en que la Unión Europea incita a ello a los Estados miembros. Se le olvida comentar que Bruselas también advierte de que lo haga quien pueda, y España no es, precisamente, el país donde sobra dinero para que el Estado lo invierta.

Pero volviendo a la cuestión de las reformas y los presupuestos, lo que aprecian el Banco de España y la OCDE es que si se dispara el gasto público, la deuda que habrá que emitir para financiar tanto compromiso y tantos pagos obligará a que suban los tipos de interés para poderla colocar en unos mercados financieros escasos de liquidez y en donde otros muchos países, así como los bancos, ya compiten por obtener cantidades multimillonarias de euros, dólares y libras. De hecho, desde que Zapatero insistió en que no iba a bajar los impuestos, como ha hecho Gordon Brown en el Reino Unido o, en casa, Esperanza Aguirre, el diferencial de tipos de interés entre el bono español y el alemán ha vuelto a ampliarse, por supuesto en perjuicio nuestro. Es más, los bancos ya no piden dinero al Banco Central Europeo para financiar los créditos que conceden, sino que han vuelto al modelo tradicional de prestar en función de los depósitos que tengan. Y como para captar ese ahorro han tenido que mejorar su retribución, los intereses que aplican son más elevados. Por ejemplo, para los préstamos hipotecarios, han pasado de un tipo del Euribor más 0,4 puntos, en promedio, a otro equivalente al Euribor más 1,5 puntos.

¿A qué nos lleva todo esto? Pues es muy sencillo. La economía española sólo saldrá de la crisis cuando la inversión privada empiece a recobrar el pulso y cuando la construcción salga del estado de coma actual. Ello únicamente es posible con tipos de interés más bajos. Si éstos suben –que es lo que va a provocar el Gobierno con tanto gasto público y tanta emisión de deuda– la inversión en bienes de equipo y en vivienda seguirá penalizada y la economía no crecerá ni generará empleo. Ése es el problema que tienen las pobres ideas de nuestro presidente para superar la grave situación actual. Sería de mucha más ayuda proceder a aprobar nuevas reformas estructurales, pero o bien son muy impopulares –por ejemplo, la del mercado de trabajo– o bien al Gobierno le interesa dejar las cosas como están, como en el caso de la comercialización de gasolinas y gasóleo. Y es que claro, el precio de la gasolina es la base imponible del IVA, y el IVA que soportan los derivados del petróleo es una importante fuente de recaudación que el Ejecutivo no quiere ver minorada en estos momentos, por mucho que la falta de liberalización en este y otros muchos sectores perjudique abiertamente a los ciudadanos y, por tanto, a la economía. Arreglar estas cosas, a diferencia de lo que hace Zapatero, sí es de justicia social, porque en ellas están en juego los puestos de trabajo y el bienestar de los ciudadanos.

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