Menú
Emilio J. González

El fracaso de Estocolmo

Luis Ángel Rojo tenía razón. En una de sus últimas comparecencias públicas como gobernador del Banco de España, Rojo advirtió del peligro de que todas las buenas intenciones expresadas por los líderes comunitarios en la Cumbre de Lisboa de marzo de 2000, en el sentido de hacer de la UE la economía más eficiente del mundo en un plazo de diez años a través de un amplio programa de reformas estructurales y liberalizaciones, quedara en agua de borrajas, en mero papel mojado, ante la falta de un objetivo claro y concreto, como la creación de la unión monetaria europea, que aunara voluntades y esfuerzos en esa dirección. El fracaso de la Cumbre de Estocolmo, celebrada este fin de semana, ha confirmado los temores de Rojo.

De Estocolmo sólo ha salido una cosa positiva: la aprobación del Informe Lamfalussy para la creación del mercado de valores único. Esta es una pieza esencial para sacar el máximo partido a la unión monetaria europea, porque las ventajas para los mercados financieros de la desaparición de los costes y riesgos cambiarios se ven compensadas por los costes derivados de la existencia de centros de contratación distintos, con normas de contratación, control y liquidación diferentes. Los reinos de taifas que son actualmente las Bolsas europeas poco pueden hacer para competir con Wall Street o Tokio precisamente por estar divididos. En cambio, una Bolsa única no sólo para toda la zona del euro, sino para el conjunto de los Quince, porque permite alcanzar el volumen de eficiencia y el nivel de contratación que permita competir a los europeos con sus rivales estadounidenses y japoneses. Pero hasta aquí los éxitos de la cumbre.

Por lo demás, la cita de Estocolmo ha sido un fracaso, sobre todo en lo que a priori debería haberse convertido en el tema estrella de la cumbre: la liberalización completa, en 2005, de los sectores europeos de gas y electricidad. La cerrazón francesa a abrir su mercado, con excusas como evitar que suceda lo mismo que en California –uno de los primeros mercados eléctricos del mundo que se liberalizó y que ahora sufre cortes de corriente con bastante frecuencia- para evitar abrir sus fronteras, ha impedido un acuerdo más que necesario para culminar el mercado único en este ámbito.

Ahora, los líderes europeos tratarán de superar el escollo francés en uno de los próximos consejos europeos de ministros de Energía, en los que los acuerdos se aprueban por mayoría simple, y no por mayoría cualificada como en las cumbres. El problema es que si Francia quiere seguir vetando la liberalización, nadie podrá obligarle a abrir su mercado, por muchos acuerdos de los ministros y muchas amenazas de sanciones por parte de la comisaria europea de Energía, Loyola de Palacio. Nuestro vecino del otro lado de los Pirineos se convierte, una vez más, en el enemigo de la construcción europea: vetó muchos aspectos necesarios de la reforma de la política agrícola común –incluida la bajada de aranceles- durante la Cumbre de Berlín de marzo de 1999, se opuso frontalmente a un acuerdo de librecambio entre la UE y el Tratado de Libre Comercio –Estados Unidos, México y Canadá- en la primavera de hace dos años y ahora vuelve a la carga para impedir que las empresas que no tengan pasaporte francés compitan con las suyas.

En este caso, además, el problema adquiere dimensiones especiales. Los sectores de gas y electricidad necesitan de una infraestructura de redes para poder distribuir la energía a cualquier parte de un país o de la propia Unión Europea. Francia se encuentra, geográficamente, en el centro de la UE y no hay forma de llegar hasta los países del norte o los del sur si no es a través de su territorio, salvo que se dé un rodeo muy costoso en términos de inversiones en gaseoductos y cables eléctricos submarinos. Por tanto, sin la aquiescencia de los franceses, nunca habrá mercado único de energía. Ellos lo saben, son conscientes de que se pueden enrocar en la soberanía sobre su territorio para defenderse de las presiones aperturistas de los demás Estados miembros de los Quince y de la propia Comisión Europea. Es decir, tienen la sartén por el mango. La liberalización de los sectores de gas y energía en la UE, por tanto, no será más que una utopía mientras Francia no cambie de postura. Y ahora que estamos a un año de las elecciones legislativas y presidenciales parece poco probable que el primer ministro galo, el socialista Lionel Jospin, vaya a dar un giro de ciento ochenta grados en sus postulados cuando tiene que pedir el voto a los electores de un país que ha hecho del proteccionismo uno de los pilares básicos de su cultura económica y social. Por todo ello, la Cumbre de Estocolmo ha sido un fracaso, con la excepción de los avances en la creación de un mercado único de valores.

En Libre Mercado

    0
    comentarios