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Emilio J. González

El tercermundismo de Moratinos

Alterar el actual curso de los acontecimientos requiere una política exterior firme, en cuya agenda figure en un lugar destacado la promoción de los intereses económicos españoles en el exterior

El pasado miércoles, aquellos que asistimos a la presentación del Observatorio de la Economía Internacional, promovido por la Fundación de Estudios Financieros (FEF), tuvimos que presenciar una de esas declaraciones políticas que ponen los pelos de punta respecto al futuro de la economía española, su internacionalización y las empresas que la protagonizan. En un momento del acto, el presidente de la FEF, Aldo Olcese, pidió al ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, que el Gobierno realizase los esfuerzos necesarios para incorporar a España a los órganos de gobierno de la economía internacional, sobre todo al G-8, y que velase por la promoción y la defensa de los intereses de las multinacionales españolas en el exterior, ya que ellas contribuyen al desarrollo de los países en donde se instalan, forman parte imprescindible de la política exterior de cualquier nación mínimamente sensata y, de paso, contribuyen a la generación de crecimiento económico, empleo y bienestar social en su país de origen.
 
La petición de Olcese es lógica teniendo en cuenta el tamaño de la economía española, su nivel de desarrollo y el grado de apertura al comercio exterior y de internacionalización de nuestras empresas alcanzado en los últimos años. Por tanto, cabía esperar de Moratinos una respuesta que estuviera a la altura de estas circunstancias. Por desgracia, no fue así. Lo que contestó Moratinos es que no había que obsesionarse tanto con el G-8, que había otros grupos de influencia en formación y que el papel de España en la economía internacional caería por su propio peso con las acciones del Ejecutivo de Zapatero para promover la cultura y el idioma españoles en el mundo y la ayuda al desarrollo. O sea, que este Gabinete va a defender los intereses económicos de nuestro país en el exterior poco menos que alineándose con el tercer mundo, abriendo nuevas sedes del Instituto Cervantes y poco más. Así nos va.
 
La cuestión de la presencia de España en aquellos foros, como el G-8, que, de manera oficiosa, gobiernan la globalización, resulta de gran importancia. Es en ellos, y no en otra parte, donde realmente se deciden las grandes estrategias económicas para el siglo XXI, en el que todos los países miembros actúan al unísono. España, que apostó por la internacionalización de su economía desde finales de la década de los 80, una estrategia que ha deparado importantes resultados en términos de crecimiento económico, desarrollo y bienestar del país, debe, como es lógico, tratar de estar presente en esos órganos de decisión, por el bien de la economía española, porque tiene un peso específico que le da derecho a ello y porque es ahí donde está su lugar, a raíz de nuestro nivel de desarrollo socioeconómico. De la misma forma, debe impulsar la presencia creciente de las multinacionales españolas en el extranjero, tal y como hacen otros gobiernos de países avanzados. Pero, por lo visto, las ideas en materia de política exterior del Gobierno de Zapatero vienen inspiradas por el más rancio tercermundismo y así, en lugar de buscar la presencia del país en aquellos lugares que nos corresponde y la asociación con quienes deben de ser nuestros aliados naturales, el Ejecutivo da la espalda a esta importante realidad y opta por buscar amigos entre Hugo Chávez, Evo Morales y demás, y así nos va.
 
Lo que le ha pasado a Repsol en Bolivia no es más que un ejemplo de las consecuencias de esta política. España está sola en el mundo porque se ha equivocado de amigos y porque su política exterior es una invitación abierta a que cualquier país pueda atentar libremente, y con total impunidad, contra los derechos legítimos de las empresas españolas que operan en él. Así, las multinacionales con pasaporte español no es que carezcan del respaldo del cuerpo diplomático de nuestro país acreditado en el exterior, algo que viene sucediendo desde hace años sin que nadie le ponga remedio; es que ahora, ni siquiera, cuentan con el apoyo del propio Gobierno y, de esta manera, se convierten en blanco fácil para cualquier demagogo populista que llegue al poder porque conoce la tibieza con la que actúa el Gobierno español y que a nuestro país le faltan aliados de peso e influencia en el contexto internacional que pueda utilizar cuando pintan bastos para los intereses españoles en el exterior. ¿Qué vendrá después de la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia?
 
Alterar el actual curso de los acontecimientos requiere una política exterior firme, en cuya agenda figure en un lugar destacado la promoción de los intereses económicos españoles en el exterior. Pero eso requiere la participación de España en foros como el G-8 y una estrategia inteligente de respaldo de las empresas españolas en el exterior. Estas cosas son las que dan a un país verdadero peso específico en el contexto internacional, no la promoción del lenguaje y la cultura españolas o la ayuda al desarrollo que, siendo importantes, no proporcionan a España la capacidad de influencia en asuntos internacionales que necesita nuestro país. Eso solo se consigue con otro tipo de política. Por desgracia, Moratinos y Zapatero no están por la labor y, además de aferrarse cada vez más a un tercermundismo que empieza a costarnos bastante caro, invitan a todo el mundo a perdernos el respeto con las palabras con las que el ministro contestó a Olcese. Así nos va y así nos va a ir.

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