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Emilio J. González

España, la Argentina de Europa

¿Por qué se suscitan semejantes miedos en torno a nuestro país cuando este año la economía alemana va a caer más que la nuestra y cuando su nivel de deuda pública actual es de casi el 70% del PIB frente a menos del 40% en España?

En tiempos de crisis, es normal que suba la desconfianza hacia las economías, sobre todo hacia aquellas que carecen de un largo historial de solidez en sus fundamentos económicos y de seriedad en la política económica. El pedigrí cuenta, y mucho y los inversores internacionales no lo pasan por alto. A fin de cuentas, el dinero es cobarde por naturaleza y, como consecuencia, poco amigo de asumir más riesgos de lo necesario. Lo que ya no resulta tan normal es que la confianza en la economía española se esté degradando tanto y tan rápidamente. Aquí el día que no nos desayunamos con la noticia de que una agencia de calificación va a rebajar la nota de nuestra deuda pública nos tomamos el aperitivo con datos que hablan del creciente temor a que nuestro país pudiera llegar a declararse insolvente a efectos del pago de su deuda pública, algo impensable hace apenas unos meses.

¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué se suscitan semejantes miedos en torno a nuestro país cuando este año la economía alemana va a caer más que la nuestra y cuando su nivel de deuda pública actual es de casi el 70% del PIB frente a menos del 40% en España? ¿Por qué el riesgo de invertir en deuda alemana es menor que el de hacerlo en la española, como demuestra el diferencial de tipos del bono a 10 años de ambos países, que ya se sitúa cerca de los 1,3 puntos porcentuales? O, dicho de otra forma, ¿por qué los mercados consideran que el riesgo de impago de la deuda pública en España es más alto que el de Alemania?

La respuesta inmediata a esta pregunta es el rápido deterioro del déficit público. Zapatero ha dilapidado alegremente, en compromisos electoralistas, un superávit que debería habernos servido de colchón y ahora que vienen bastante mal dadas no sólo hemos tirado el colchón por la ventana sino que, por lo visto, vamos a arrojar también otros enseres necesarios con los multimillonarios planes de gasto público, tan equivocados como injustificados, que el Gobierno ha aprobado para afrontar la crisis a su manera, o sea, a base de populismo fácil en vez de tomar las medidas que tiene que tomar como, por ejemplo, bajar los impuestos y las cotizaciones sociales a las empresas. Y todo ello en un contexto de fuerte y prolongada recesión económica, que puede venir seguido de un largo estancamiento.

En estas circunstancias, ¿de dónde va a salir el dinero para pagar la deuda?, se preguntan los mercados. Y la cuestión no es fácil de responder porque menos crecimiento significa tanto una menor recaudación presupuestaria como un mayor gasto en forma de prestaciones por desempleo, a lo que hay que añadir la perniciosa dinámica incrementalista del gasto público en España, espoleado tanto por los programas populistas de Zapatero, como por el envejecimiento de la población (que incrementa el gasto en sanidad y pensiones), como por unas comunidades autónomas manirrotas que no conocen límite ni a la hora de gastar ni a la de pedir al Estado más y más recursos. En Alemania, por el contrario, las autoridades son mucho más serias a la hora de administrar los caudales públicos, lo que nos lleva a la verdadera cuestión de fondo, la del liderazgo político.

Para que una economía marche bien es necesario, de forma muy destacada, que haya confianza en la economía o en la clase política, para que sirva como revulsivo a la necesaria inversión generadora de empleo y bienestar. El Gobierno trata de promover la primera a base de negar la crisis primero, de ocultar su verdadera gravedad después y ahora de incitar a los españoles a consumir más y, sobre todo, a consumir más productos made in Spain, pero los españoles no son tontos. Cuando las encuestas arrojan un porcentaje elevado y creciente de ciudadanos que temen perder su empleo en los próximos meses, cuando son muchos los que se quedan sin trabajo o ven como un pariente, vecino, amigo o conocido se ve forzado a engrosar las listas del Servicio Nacional de Empleo; cuando un día sí y otro también la información económica está llena de noticias de expedientes de regulación de empleo y de cierre de empresas, una realidad que perciben también en su entorno más inmediato, difícilmente se van a lanzar a gastar a lo loco, como le gustaría a Zapatero, para estimular el crecimiento económico a través del consumo, y más cuando muchas familias están endeudadas hasta las cejas con la hipoteca y los créditos para consumo. Así es que la confianza en la economía no existe.

Este hecho podría compensarse si en España hubiera el liderazgo político necesario para afrontar la crisis. Por desgracia, brilla por su ausencia. El Gobierno ha sido sorprendido tantas y tantas veces faltando a la verdad acerca de la realidad de la situación económica que nadie cree en él. El Ejecutivo no ha hecho más que buscar chivos expiatorios por todas partes con tal de no reconocer que tiene buena parte de la culpa de la crisis, o al menos de su gravedad, por no haber tomado a tiempo las medidas necesarias y porque las que ha tomado no van encaminadas más que a la caza de votos a corto plazo, no a resolver ni los problemas de fondo ni los del momento. Zapatero y su equipo dan la imagen de una falta total de ideas acerca de cómo resolver los problemas, de una incapacidad absoluta para lidiar con la crisis. En este ambiente, nadie confía en ellos ni en las posibilidades de la economía española. De ahí que los ciudadanos no gasten y que en el ánimo de los mercados pese cada vez más la posibilidad de que España se argentinice. Elementos para pensar así no nos faltan, viendo como están las cosas en la economía y como actúa el Gobierno.

Esta crisis no es sólo económica. Es también una crisis de confianza que, si no se resuelve pronto, en forma de actitudes y decisiones acertadas, puede condenar a nuestro país a ver cumplidos los cada vez más ominosos presagios que se ciernen sobre nuestra economía acerca de una debacle tan profunda como duradera.

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