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Emilio J. González

Méndez y Toxo, monolíticos

ZP no debería temer la respuesta sindical si hace lo que tiene que hacer. La inmensa mayoría de los españoles está en contra de la huelga general y UGT y CCOO: después de cómo han venido actuando en los últimos años, carecen de un respaldo popular amplio.

El Gobierno se ha empeñado en que patronal y sindicatos le saquen las castañas del fuego y pacten entre ellos la reforma laboral que necesita nuestro país para, de esta forma, eludir el coste político que pueda suponer la misma a corto plazo y, sobre todo, que Zapatero se ahorre el sinsabor de adoptar medidas impopulares y evitar que los sindicatos le convoquen esa huelga general que tanto teme. Así, a estas alturas de la película, y con la que está cayendo, el Ejecutivo sigue mareando la perdiz con la amenaza de hacer la reforma por decreto a ver si con esas la CEOE, UGT y CCOO lleguen a un acuerdo. Sin embargo, el Gabinete se equivoca de plano.

Hoy por hoy, ese acuerdo entre los agentes sociales se antoja imposible porque los sindicatos siguen sin aceptar que hay que reducir el coste del despido y porque siguen demandando al Gobierno cosas imposibles, como medidas presupuestarias de apoyo a la creación de empleo cuando no hay un euro en las arcas de Hacienda con que financiarlas. Y, desde luego, jamás van a renunciar a un instrumento de poder como es la negociación colectiva tal y como se concibe en la actualidad. Además, los sindicatos ni están por la labor ni jamás lo han estado. Entre ellos faltan líderes sensatos que comprendan la gravedad de la situación económica y laboral y, en consecuencia, flexibilicen su postura para poder llegar a un verdadero acuerdo. Sin embargo, tanto Méndez como Toxo siguen aferrados a sus postulados de siempre y hacen imposible ni tan siquiera una leve aproximación a lo que hay que hacer. Por el contrario, son completamente monolíticos y, lo que es peor, siguen pensando que todavía dictan a Zapatero el contenido de la política económica cuando, en realidad, ésta ya nos viene impuesta por el Fondo Monetario Internacional y por la Unión Europea.

Los sindicatos siguen sin querer entender que la reforma laboral es uno de los elementos clave para superar la grave crisis en que se halla inmerso nuestro país. Sólo mediante la creación de empleo se podrá estimular el consumo y, a través de él, el crecimiento económico y los ingresos tributarios imprescindibles para reducir el más que abultado déficit público. Esto es poco menos que de manual. Sin embargo, Méndez y Toxo siguen anclados en sus ideas trasnochadas pidiendo crear empleo a través del gasto público y subidas de impuestos a los que más tienen para reducir el ‘agujero’ presupuestario, sin entender que con el gasto público no se crea empleo alguno, que el presupuesto ya no aguanta a más funcionarios ni a más contratados laborales en las administraciones públicas, y que las subidas de impuestos deprimen aún más si cabe la economía y provocan que el poco ahorro que hay en nuestro país huya despavorido hacia otros lugares donde le traten mejor. Vamos, que no comprenden en absoluto el mundo moderno. Por todo ello, UGT y CCOO siguen y seguirán encastilladas en sus posiciones, haciendo imposible el acuerdo.

Así las cosas, al Gobierno, le guste o no, no le queda más remedio que agarrar de una vez por todas el toro por los cuernos y hacer lo que debe, porque ya apenas tiene margen para seguir esperando a que suceda lo imposible. La buena acogida que dieron los mercados a la aprobación del decreto de recorte del gasto público se ha desvanecido después de que los agentes sociales se hayan mostrado incapaces de negociar la reforma laboral y de que la respuesta del Ejecutivo haya sido una nueva amenaza de legislar por su cuenta –¿cuántas van ya?– si no hay acuerdo. Así, la bolsa vuelve a tener peor comportamiento que el resto de plazas europeas y el diferencial de tipos con Alemania sigue creciendo porque los inversores saben que sin reforma laboral no hay salida de la crisis ni reducción del déficit público y actúan en consecuencia. Y es que con ZP ya saben que las palabras se las lleva el viento y que con él solo vale lo que se aprueba efectivamente en el Consejo de Ministros y en el Parlamento. Tantas veces los ha tratado ya de engañar Zapatero que su credibilidad es nula y, por tanto, le exigen hechos, no meras declaraciones de intenciones que no conducen a sitio alguno.

En este sentido, Zapatero no debería temer la respuesta sindical si hace lo que tiene que hacer. La inmensa mayoría de los españoles está en contra de la huelga general y UGT y CCOO: después de cómo han venido actuando en los últimos años, carecen de un respaldo popular amplio. Por tanto, el coste político de que las centrales sindicales decidieran echarse al monte es limitado y si ZP pretende, como parece, agotar la legislatura, le vendrá bien llegar a 2012 con un empleo al alza, teniendo en cuenta el creciente deterioro que está experimentando el PSOE en las encuestas de intención de voto. La cuestión es si el presidente del Gobierno es capaz de entender que sin reforma laboral no hay puestos de trabajo ni salida de la crisis y de que si no hace lo que tiene que hacer, es muy probable que no llegue a 2012.

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