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Emilio J. González

Un cóctel Molotov para el Gobierno

El Gobierno está en un serio aprieto porque ni puede aceptar a Lukoil, ni puede permitir que caiga Sacyr porque entonces su paquete en Repsol estaría a la venta.

Al Gobierno se le presenta una difícil papeleta ante la intención de Lukoil de hacerse con el 30% de Repsol. Las razones para vetar la operación son muchas, pero si no da una salida a Sacyr, propietaria del 22% del capital de la petrolera hispano-argentina, puede colocar a la constructora presidida por Luis del Rivero en una situación muy difícil.

Si Lukoil fuera una petrolera al estilo occidental, cien por cien privada y sin interferencias del Gobierno de turno en su gestión, no se podrían poner muchas objeciones a la entrada en el capital de Repsol. Sin embargo, la petrolera rusa dista mucho de ser plenamente independiente del poder político ruso. Por el contrario, aunque se trata de una compañía privada en cuanto a la estructura de su capital, sus dirigentes son nombrados por el Kremlin y actúan a su dictado. Por consiguiente, Lukoil no es una simple empresa compitiendo en un mercado internacional, sino uno de los tentáculos a través del cual los dirigentes rusos despliegan sus estrategias geopolíticas, en las cuales la energía juega un papel fundamental. No hay que olvidar que Rusia amenazó el pasado verano a la República Checa con suprimirle el suministro de petróleo y gas si instalaba el escudo antimisiles estadounidense; o que Rusia está promoviendo con Irán la creación de la "OPEP del gas" con el fin de utilizar el precio y el abastecimiento de energía con fines estratégicos. Sabedora de todas estas cuestiones, la Unión Europa hace tiempo ya se manifestó en contra de que empresas de la UE que operan en sectores estratégicos puedan ser adquiridas por compañías rusas o tener a éstas en su capital. El sector de los hidrocarburos entra en esta categoría, razón por la cual el Gobierno debe oponerse a la entrada de Lukoil en Repsol.

Repsol, además, no es sólo una petrolera. Controla también Gas Natural, la primera gasista española, a través de la cual está pasando a controlar también la eléctrica Unión Fenosa. En consecuencia, quien domine Repsol tendrá el control de una parte muy importante del sector energético español, que no se puede dejar en manos del Kremlin. Por mucha lógica empresarial que pudiera tener la operación, puesto que Repsol y Gas Natural son clientes del petróleo y el gas ruso, aquí lo que priman son consideraciones estratégicas de los Estados nacionales, entre ellos el ruso, no el libre juego del mercado. Además, Lukoil no se limitaría a recibir dividendos de Repsol si consigue hacerse con su 30% del capital, sino que trataría de influir en la compañía y, probablemente, hacerse con una participación mayor que le garantizase su control y, con él, el de una parte importante del sector energético español.

Las razones para que el Gobierno español ponga el veto a la operación, por tanto, son muchas y de mucho peso. La cuestión es cómo hacerlo. Si hay un 30% de Repsol a la venta es porque alguien necesita desprenderse de él, en este caso Sacyr, a quien le urge vender activos para sanearse. Además, en estos tiempos de crisis económica y financiera y de escasez de crédito, la participación en la petrolera se ha convertido en un serio problema para la constructora. La cotización de Repsol es, actualmente, más de un 40% inferior al precio al que Sacyr adquirió su participación, una compra realizada con créditos bancarios cuya garantía era, precisamente, las acciones de Repsol. Con semejante caída de la cotización, Sacyr se ve obligada una y otra vez a atender los requerimientos de los bancos para cubrir el deterioro del valor de la garantía, justo en unos momentos en los que la compañía necesita ese dinero para sanearse. Para complicar más las cosas, si la cotización de Repsol cae a 12 euros por acción, los bancos entonces pueden ejecutar directamente las acciones. En definitiva, Sacyr necesita vender.

Repsol y Sacyr, en consecuencia, se constituyen en un cóctel Molotov para el Gobierno que le puede estallar en la cara. Si acepta, que no parece ser el caso, que la petrolera pase a manos rusas, tendrá un problema estratégico de primera magnitud. Si, por el contrario, veta la operación, ¿qué va a hacer con Sacyr? El Ejecutivo de Zapatero tiene una obligación más que moral con la constructora porque, a fin de cuentas, fue él quien promovió su entrada en el capital de Repsol para conformar un núcleo duro que garantizase la españolidad de la compañía. Ahora Sacyr no puede mantener su compromiso y necesita vender, pero ¿a quién? Con la actual crisis financiera, va a ser difícil que pueda surgir una alternativa española, lo que obliga a poner nuevamente el punto de mira fuera de nuestras fronteras, donde compañías como British Petroleum o Total podrían estar interesadas. Sin embargo, esta posibilidad no sólo va en contra de las declaraciones de Zapatero y Miguel Sebastián sobre la españolidad de Repsol sino que sería mal vista por los socialistas catalanes. Así es que el Gobierno está en un serio aprieto porque ni puede aceptar a Lukoil, ni puede permitir que caiga Sacyr porque entonces su paquete en Repsol estaría a la venta (un aprieto en el que, por cierto, se metió él solito cuando dio el pistoletazo de salida a la reordenación del sector energético español con su apoyo a la OPA de Gas Natural sobre Endesa como consecuencia del Pacto del Tinell). ¿Qué va a hacer entonces? ¿Intervenir Sacyr?

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