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Emilio J. González

Una larga convalecencia para España

Zapatero va a tomar como excusa la mejora del entorno internacional para no llevar a cabo las reformas estructurales que necesitamos, con lo cual a España le espera una convalecencia especialmente dura.

El presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, acaba de decir que lo peor de la crisis ya ha pasado, en el sentido de que las tasas de caída del crecimiento económico empiezan a mostrar signos de desaceleración. Probablemente sea así, pero de ahí a que la crisis vaya a concluir pronto, a que los estragos que ha causado y está causando vayan a recomponerse y que las heridas que viene provocando desde hace dos años vayan a restañarse con prontitud dista una distancia que se antoja muy larga, en buena medida como consecuencia de las medidas que gobiernos y bancos centrales han tomado para superar la situación actual. Unos y otros han optado por aplicar una terapia de caballo y, a partir de ahora, vamos a ver las consecuencias de dicho tratamiento.

Como no hay mal que cien años dure, después de dos años largos de crisis financiera internacional, la situación empieza a estar más clara en el sentido de que ya se sabe con bastante certeza qué bancos tienen dificultades y cuáles no –menos en España, donde el Gobierno se ha empeñado en cubrir los problemas de determinadas cajas de ahorros con un velo de silencio y un manto de oscurantismo para eludir responsabilidades políticas–, una condición necesaria para que comience a retornar la confianza al sistema financiero y el crédito empiece a fluir. El problema es que para conseguir estabilizar el sistema crediticio internacional se ha empleado tal terapia de choque que ahora hay que sufrir los efectos secundarios, dejando aparte que la salida de una crisis financiera es siempre lenta.

El primer efecto se verá cuando llegue la hora de empezar a retirar tanta liquidez como los bancos centrales han introducido en el sistema. ¿Qué pasará entonces con la banca? Esta es una cuestión importante porque, precisamente, el origen de la crisis financiera internacional se encuentra en los excesos de liquidez a que dieron lugar las políticas de tipos de interés bajos de la Reserva Federal y el BCE, quienes cuando quisieron retirarlos del sistema provocaron el estallido de la crisis. Ahora, bancos y cajas empiezan a acostumbrarse nuevamente a obtener dinero barato de los bancos centrales, pero en cuanto éstos empiecen a encarecerlo para evitar presiones inflacionistas, volverán los problemas y más de una entidad va a sufrir. Además, evitar esas tensiones implicará tipos de interés más altos que afectarán de forma negativa tanto al consumo como a la inversión generadores de crecimiento económico, empleo y bienestar. Así es que la corrección de las medidas monetarias que se han tomado en los dos últimos años va a lastrar la recuperación.

Lo mismo cabe decir de las cantidades ingentes de dinero público que los Gobiernos han dedicado a tratar de frenar la crisis. Esos elevadísimos gastos están disparando los déficit públicos, cuya financiación va a provocar tanto la subida de los tipos de interés como la escasez de ahorro para financiar la inversión y el consumo. Así es que volvemos a lo mismo, a que el crecimiento va a tardar en recuperarse a causa de las medidas adoptadas por los Gobiernos y los bancos centrales.

La convalecencia de la crisis, por tanto, va a ser larga y dolorosa, particularmente en España, donde se corre un riesgo. El Gobierno de Zapatero sigue virando hacia la izquierda, buscando allí su tabla de salvación electoral, para lo cual alimenta las expectativas de sus posibles votantes a base de más y más gasto público que, por lo que van diciendo unos y otros líderes socialistas, parece que piensa financiar aumentando los impuestos, sobre todo a aquellos que más tienen. Ya se sabe, la teoría tradicional de la izquierda de que paguen los ricos, sin pensar que ellos son los que aportan mayoritariamente el ahorro que necesita el país para financiar la actividad productiva. Además, Zapatero, embarcado como está en esta política, reniega de todo lo que sean las reformas que necesita la economía española y sigue confiando en que Obama nos va a sacar de ésta. Craso error porque por mucho que pueda mejorar la situación internacional, aquí, además, hay que asumir las consecuencias catastróficas del estallido de la burbuja inmobiliaria y de una pérdida de competitividad constante. Las reformas, por tanto, son ineludibles. Lo malo es que Zapatero va a tomar como excusa la mejora del entorno internacional para no llevarlas a cabo, con lo cual a España le espera una convalecencia especialmente dura. Si no, que pregunten en Japón qué pasó allí después de que estallara su burbuja inmobiliaria en 1991, porque su experiencia es muy aleccionadora de lo que nos aguarda en España como sigamos sin hacer los deberes.

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