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Emilio J. González

Una nueva revolución energética

La UE reclama desde años la necesidad de retomar la opción nuclear

Un estudio reciente muestra que el respaldo de los españoles a la energía nuclear está creciendo, al pasar de 16% en 2005 al 24% en la actualidad, un porcentaje todavía bajo si se considera que en el conjunto de la Unión Europea ese apoyo se cifra en el 44%. Y es que, al final, la realidad empieza a imponerse.

Mientras el petróleo era barato y, por tanto, lo eran también aquellas materias primas energéticas, como el gas natural o el carbón, cuya cotización está vinculada con la del crudo, podría entenderse esa oposición a la energía nuclear. Pero, hoy por hoy, el oro negro es una materia prima cara y lo será todavía más en el futuro.

El despertar económico de gigantes como China e India, las dos naciones más pobladas del planeta, está disparando la demanda de petróleo y, con ella, su precio. Para complicar más las cosas, las mayores reservas de crudo se encuentran, en general, en zonas bastante conflictivas del planeta, como Oriente Medio en donde el reciente ensayo por parte de Irán de un misil capaz de alcanzar Israel y su insistencia en no abandonar su programa de enriquecimiento de uranio están incrementando las tensiones en la zona y, con ellas, el precio del crudo y todo lo que depende de él.

Por consiguiente, lo más inteligente que se puede hacer en estos momentos es buscar alternativas. Tras la primera crisis del petróleo, la de 1973, Francia se embarcó en un programa de construcción de centrales nucleares y hoy disfruta de la electricidad más barata de Europa. España, en cambio, optó en la década de los 80 por el parón nuclear y hoy paga las consecuencias, en forma de una fuerte dependencia del petróleo y de un recibo de la luz que no para de crecer fuertemente.

Estas circunstancias requieren de un cambio radical de estrategia. La propia Unión Europea, desde principios de la década, ya viene insistiendo en la necesidad de volver a la energía nuclear y los ciudadanos, que notan en su bolsillo las consecuencias de la subida del petróleo, están respaldando esta estrategia cada vez más. No obstante, puede que haga falta cierto valor político, como el que mostró el Gobierno finlandés cuando a finales de la pasada década construyó una quinta central nuclear, porque era del todo punto necesario, y perdió las siguientes elecciones. El partido ganador nunca dio marcha atrás en esa decisión.

Aquí, sin embargo, las cosas no tendrían por qué llegar a esos extremos, ni mucho menos. Los tiempos y las circunstancias son distintos. Las centrales nucleares, hoy por hoy, son más seguras que nunca, hasta el punto que los contadores geiger actuales, los aparatos con los que se mide la radiactividad, son incapaces de detectar la que se desprende de las centrales de última generación y hay que diseñar nuevos aparatos para poder medirla de lo baja que es, menor incluso que la que puede haber en cualquier calle de España por causas naturales. Además, el problema de los residuos ya no es tan acuciante como antaño. Las nuevas técnicas permiten reutilizar el 90%.

Por estos motivos, incluso líderes destacados de Greenpeace, la organización internacional ecologista que tan activamente trabajó contra la energía nuclear, se muestran hoy a favor de ella.

El Gobierno, en cambio, sigue en sus trece. Frente al encarecimiento del petróleo y de la luz, lo que propone el Ejecutivo es consumir menos energía en los hogares, o sea, vivir peor. Frente a la fuerte dependencia del crudo, su alternativa es la energía renovable cuando ésta es incapaz de ofertar toda la electricidad que necesita un país.

Por ejemplo, si se sustituyera el 20% del total de energía que consume España, el que tiene origen nuclear, por placas solares habría que cubrir con ellas la mitad del territorio nacional para obtener la misma energía, algo que, por lógica, resulta inviable. La alternativa, por tanto, está en la nuclear, pero el Gobierno se niega a hablar de ello. Si no abre el debate por razones electoralistas, lo que tendría que hacer es buscar un pacto de Estado con el Partido Popular.

El ex presidente Felipe González, de hecho, ya está abogando en público por el átomo. Por desgracia, lo más probable es que la negativa a discutir esta cuestión en público tiene más que ver con la ideología personal de Zapatero que con cualquier otra cuestión con lo que, muy posiblemente, no se hará nada y se perderá un tiempo precioso, porque lleva diez años construir una central nuclear y, además, mientras no se haga nada al respecto se perderán conocimientos técnicos que después habrá que adquirir muy caros en el exterior.

España está abocada a una nueva revolución energética, la revolución nuclear. La cuestión es cuánto tiempo tardarán los políticos en darse cuenta de ello y obrar en consecuencia.

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