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Emilio J. González

ZP y la sustitución de Solbes

Lo que de verdad va a contar no es quien se siente en el futuro en la poltrona ministerial de Solbes sino si el presidente ha aprendido la lección y está dispuesto a actuar en consecuencia.

Zapatero parece decidido a hacer cambios en su Gobierno, como consecuencia de la crisis económica y las repercusiones electorales que está teniendo la misma para los socialistas. Todo apunta a que entre los ministros salientes se encuentra el vicepresidente económico, Pedro Solbes. Sin duda, este relevo es necesario, pero antes de llevarlo a cabo, el presidente necesita reflexionar a fondo sobre su forma de conducir las cuestiones económicas y modificar sustancialmente su forma de ver las cosas.

Lo primero que debe hacer Zapatero es reflexionar sobre qué papel tiene que desempeñar quien tome las riendas de la economía. Cuando eligió a Solbes para desempeñar semejante cometido, nada más ganar las elecciones de 2004, lo hizo no pensando en el prestigio que el vicepresidente económico había atesorado como comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, con el fin de transmitir a todo el mundo la idea de que la política económica de su Gobierno iba a ser seria, responsable y ortodoxa. Por desgracia, todo quedó ahí. A Solbes jamás le dejó hacer y sólo pensó en utilizarlo como parte de una operación de imagen, pero sin la menor intención de que quien iba a ostentar esta cartera en sus Gobiernos pudiera realmente ejercer las funciones propias de su cargo. Por el contrario, Solbes se vio desautorizado desde el primer día por el entonces presidente de la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno y hoy ministro de Industria, Miguel Sebastián, a quien prestaba los oídos que debió haber prestado a Solbes, probablemente porque Sebastián siempre dice lo que el presidente quiere escuchar, no lo que hay que hacer. Así nos ha ido, porque buena parte de las causas que explican tanto la crisis actual como su gravedad se deben, precisamente, a que Zapatero escuchó a quien no debía y no dejó hacer a quién, sobre el papel, tenía encomendada esa misión.

Zapatero también debe abandonar su política de marketing, de medidas de cara a la galería, de tratar de vender aire en lo que se refiere a la crisis, a las previsiones del Ejecutivo y a las medidas que hay que tomar para afrontarla. Cuando los españoles ven día a día cómo el paro se dispara y les afecta a ellos o a personas que conocen, cuando no hacen más que hablar acerca de si la empresa para la que trabajan sobrevivirá o no a la crisis, cuando temen perder su puesto de trabajo en cualquier momento, ya pueden venir el presidente del Gobierno y sus heraldos pregonando a los cuatro vientos cuán bien están haciendo las cosas que, además de carecer de credibilidad, parece poco menos que están insultado a la ciudadanía. Y lo mismo cabe decir de las previsiones económicas. Ahora, Solbes acaba de despachar las últimas –tremendamente negativas– del BBVA y de Funcas, diciendo que son unos pronósticos más con tal de no reconocer que la realidad se aproxima más a esa caída de la economía del 3% este año, a esa tasa de paro del 20% –o sea, cuatro millones de personas– que se alcanzará en breve o a ese déficit público del 6% este ejercicio y del 10% en el siguiente, que las del Ejecutivo que sigue insistiendo en que las cosas no van a ser tan malas y que a partir del año que viene tendremos recuperación, y fuerte. En otras circunstancias, a lo mejor hasta podríamos creérnoslo. Pero cuando Zapatero y los suyos se empeñaron en negar la realidad de la crisis por activa y por pasiva y en presentar previsiones económicas irreales –frente a las más realistas de las instituciones privadas, de la Comisión Europea, del Fondo Monetario Internacional y de la OCDE, que fueron quienes tuvieron razón– acabaron con el derecho a disfrutar del beneficio de la duda. Hoy por hoy, el Gobierno no tiene credibilidad y carece de la menor capacidad de transmitir confianza a la sociedad, dos cosas muy necesarias para superar la crisis, y todo a causa de esa política de marketing mal entendida, que comienza con el nombramiento de Solbes y sigue por los derroteros de sobra conocidos de decir mucho y no hacer nada. Cuan distintas serían las cosas ahora si desde el primer día de la pasada legislatura el Gobierno de ZP se hubiera dedicado a hacer política económica de verdad.

Zapatero también tiene que olvidarse de aquello que le dijeron en su momento de que si hay crisis, hay que dejar que se resuelva por sí sola porque la economía no importa, lo que cuenta es la política. Pues a causa de tanta, y tan desastrosa, política y tan poca economía el paro puede superar con creces los cinco millones de personas, más de cuatrocientos mil hogares carecen de ingresos, España se aleja de Europa en términos de renta, la crisis nos golpea con mucha más dureza que en el resto de la Unión Europea y, lo que es peor, no se vislumbra el momento en que este escenario empezará a cambiar porque queda bastante lejos en el tiempo. De seguir así las cosas, y con el Gobierno sin hacer lo que debe, nos esperan por delante bastantes años de estancamiento, una vez que termine la caída del crecimiento económico, lo que significa bastantes años de paro y de situación socioeconómica difícil. Hoy no es momento de hacer política –excepto en aquellos asuntos de máxima importancia que así lo requieran, como desalojar al PNV del poder en el País Vasco– y de concentrar todos los esfuerzos en resolver los graves problemas de nuestra economía. Eso exige un cambio de actitud de todo el Ejecutivo, éste y el que pueda formar Zapatero en pocas semanas, empezando por el propio presidente.

Precisamente, y por último, es el presidente el primero que tiene que asumir las cosas. En lugar de empeñarse en dirigir él personalmente la economía, a golpe de ocurrencia cuando no de pretensión de ser el Roosevelt español del siglo XXI o el más socialista de entre los socialistas, lo que tiene que hacer Zapatero es bajar de su torre de marfil y darse un verdadero baño de realidad, arrinconar en el armario de las utopías sus ideas peregrinas y ser práctico. En vez de negarse a hacer la tan necesaria reforma laboral, debería ser él quien liderase todo el proceso y obligase a quien se opusiera a que se haga lo que hay que hacer a aceptar las cosas; en vez de alardear del número de medidas sin contenido que su Gobierno aprueba o dice estar estudiando, debería presentar un verdadero plan de reformas estructurales; en lugar de alardear tanto de las partidas de gasto público aprobadas, casi todas ellas inútiles y que contribuyen a hundirnos más en la crisis en lugar de a sacarnos de ella, lo que tendría que hacer es presentar un verdadero plan de contención del déficit y de bajadas de impuestos a las familias y a las empresas.

Una vez que Zapatero haya hecho todo lo anterior, entonces es cuando debe sentarse a pensar en nombres para conformar el nuevo equipo económico del Gobierno, porque lo que de verdad va a contar no es quien se siente en el futuro en la poltrona ministerial de Solbes sino si el presidente ha aprendido la lección y está dispuesto a actuar en consecuencia. Si no lo hace, da igual que ponga en el cargo a David Vegara, Octavio Granados o incluso –¡Dios nos libre!– al propio Miguel Sebastián, porque todo seguirá igual, o sea, yendo a peor.

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