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Encarna Jiménez

Audiovisual sin ley

La ley Piqué del audiovisual no pasará a la historia. El ministro casi saliente, ya que en unos meses dejará el Ejecutivo para presentarse a las elecciones autonómicas catalanas, anda empeñado en sacar adelante un anteproyecto de ley que nace aguado. En el fondo del conflicto está nada menos que la definición de la televisión pública y el margen de negocio para las privadas, así como las cortapisas que se marcan a las grandes empresas de comunicación. Al ministro le gustan los follones, pero este parece que se le apodera, aunque lo controle algo más que la ex-ministra Birulés.

En medio de una campaña electoral, cuando resulta más inoportuno tener que negociar con grupos de comunicación y más interesa tener amarrado el conglomerado de las televisiones públicas, el sufrido Piqué se enfrenta con un problema perpetuamente aparcado en el que tiene a todo el mundo enfrente. Si quiere hacer un guiño a las cadenas privadas intentando que TVE no avasalle con su doble financiación, se encuentra con la oposición de Rato y Montoro. Si da facilidades a Sogecable, acaba favoreciendo al enemigo político, y si no se casa con nadie queda como un inútil.

El ministro tiene un juguete diabólico entre sus manos que puede medio aprobarse en su primera fase, pero que es dudoso que salga adelante. En estos momentos, no parece que una de las prioridades del Gobierno sea cambiar el modelo audiovisual español, ni cortar por lo sano en un mapa que desde el punto de vista de la influencia en la opinión pública es delicado y en el aspecto de la industria peligroso.

El mundo del cine y adláteres está de punta, lo que afecta a Pilar del Castillo y al lobby de las productoras, pero la madeja es tan complicada que sólo veremos cómo se alarga el estado de indefinición del panorama audiovisual.

Por más ordenanzas y reglamentos que se alumbren, la Ley General de Televisión va a seguir siendo una nebulosa que nadie quiere definir ni concretar. El mundo del audiovisual, con sus negocios mediáticos, seguirá siendo un territorio sin ley en el que todos se imaginan por dónde va, nadie precisa sus límites y los gobiernos se resisten a rendir sus armas.

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