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Encarna Jiménez

Culpables y víctimas

El documental sobre Michael Jackson emitido por las cadenas autonómicas y el reportaje que “Informe Semanal” dedicó a los programas de cámara oculta han puesto en primer plano estos días la perversa relación de los famosos con los medios que pueden encumbrarlos y machacarlos.

La red de la FORTA, que va ganando posiciones frente a las cadenas de cobertura nacional, tuvo el acierto de adquirir el documento que dirigió Martin Bashir, periodista que ya había conseguido un gran impacto con la entrevista-confesión de Diana de Gales, porque ha tenido una gran repercusión, algo raro en el género.

Lo más curioso de la reacción de los telespectadores ante el documental sobre cómo es realmente Michael Jakson ha sido que se encontraban frente al testimonio de que nadie era bueno. Tan sólo podían matizar quién era más ambicioso o loco y si merece mayor comprensión un desequilibrado artista que un calculador periodista o viceversa. En EEUU parece que, para la mayoría, el mayor malvado era el periodista por meter en una trampa a Michael. En España, sin embargo, ateniéndose a lo que mostraba el documental, se podía crear una situación ambivalente en la que, por un lado el telespectador veía a Michael Jackson como víctima de traumas en su niñez y, por otro, como culpable de prácticas pedófilas pasadas por fantasías enloquecidas. Esta doble faz quedaba clara en las entrevistas, tan pronto sinceras como claramente mentirosas. En ese sentido, el periodista no había sido tan manipulador como traidor.

La importancia del documental es que marca un antes y un después en la vida de Michael Jackson, que, probablemente, acabará perseguido por la justicia y enloquecido, y Martin Bashir habrá ayudado a ese fin como, en cierta manera, hizo quitándole la espoleta a la bomba de relojería que era Lady Di en su perversa relación con los medios de comunicación.

Al lado del lío en el que está metido Michael Jackson a raíz de un documento revelador de su personalidad, el acoso denunciado por los famosos de nuestro país por los programas de cámara oculta resulta casi de chirigota, aunque eso no quiera decir que el asunto no tenga su importancia. La polémica sobre la legitimidad de un programa como “A corazón abierto”, felizmente desaparecido, ha puesto en tela de juicio toda la maquinaria “rosa” en nuestro país. Y aquí tampoco hay inocencia total en cada una de las partes.

Los supuestos periodistas son culpables, puesto que trabajan en proyectos de claro interés comercial y no informativo y no pueden ampararse en la libertad de información para cometer un delito de intromisión en la vida privada. Si además han provocado actividades delictivas para conseguir hacer los reportajes, no tienen defensa posible.

De otro lado, muchos de los famosos cargan con las consecuencias de haber entrado en un juego peligroso que nunca sabes si acabará contigo. Denuncian que se sienten perseguidos, que ya no existen reglas y que pagan justos por pecadores. El negocio ya mueve demasiado dinero como para que algunos de los productos acaben en los dientes del engranaje. Un “ingenio” que se sostiene gracias a los espectadores que no tienen inconveniente en asistir a espectáculos lamentables con tal de ser, al final, los jueces. ¿Cuál de las tres partes tiene la mayor culpa?


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