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Encarna Jiménez

De la estatua al oro

La caída de la estatua de Sadam Husein en el centro de Bagdad no ha sido la imagen que ha clausurado la información televisada de una guerra que aún no ha terminado. A pesar de su carácter simbólico, y de la salida de Irak de un importante convoy de periodistas que, tras la muerte de dos compañeros, han decido abandonar el país, en los últimos días los reporteros que permanecen en Bagdad nos han hecho llegar documentos impresionantes de pillaje que se han emitido tanto en “Informe Semanal” de TVE como en los noticiarios de las cadenas privadas.

En tan sólo unas horas hemos podido ver hospitales, oficinas y museos saqueados, ciudadanos que piden protección y orden y, sobre todo, unos impresionantes alijos de oro atesorados por el régimen. La ausencia de documentos gráficos que revelaran armas de destrucción masiva se ha visto sustituida por las imágenes que muestran el robo como base de un sistema corrupto. Si, hace unos días, grifos y jaboneras de oro, casualmente vendidos —aunque no directamente— por la firma Rominox de Valencia, nos mostraban ese lado de ostentación hortera del dictador y su entorno, el arsenal de fusiles con mangos del mismo metal requisado tras la caída de Bagdad ofrecía un ejemplo elocuente de lo que era el régimen.

No es extraño, pues, que tras ser derribada la estatua de Sadam, los ladrones de a pie se hayan multiplicado y no hayan dejado ni los cascos de bombilla de centros oficiales, vehículos y hospitales. Se ha quitado la piedra, y de la cueva de Ali Babá han salido miles de ladrones que van a ser difíciles de detener. Sin embargo, de momento, hay dos datos para el optimismo: en primer lugar, la colaboración de parte de la policía iraquí con las tropas aliadas para garantizar, en la medida de lo posible, la seguridad de haciendas y personas y, en segundo, la rendición voluntaria de Amir Al-Saadi con las cámaras de la televisión alemana como testigo.

La condición puesta por Al-Saadi de que estuviera presente la ZDF TV en su entrega es bastante ilustrativa de que, en esta segunda Guerra del Golfo, el papel de la televisión ha sido diferente al de la primera. Los horrores del fuego y la sangre no han sido virtuales, sino que, desgraciadamente, han tenido un protagonismo que marcará el seguimiento informativo de los conflictos venideros.


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