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Encarna Jiménez

Lágrimas de cocodrilo

La despedida de “Caiga Quien Caiga” ha sido uno de los ejercicios de más fino cinismo que se puedan ver en teleisión. Ahora que se van Wyoming y sus chicos, un nutrido número de políticos se despidió del programa lamentando la terrible pérdida mientras esbozaban una sonrisa de agrado difícil de disimular. Los elogios más encendidos vinieron de Juan José Lucas, que se manifestó como un fan del programa, y de Álvarez del Manzano que, en un alarde de ironía que le está saliendo a flote desde que está finiquitando, anunció que dejaba la alcaldía casi por solidaridad con la cuadrilla de Telecinco. Caldera y Rodríguez Zapatero no le fueron a la zaga, pero no fueron los únicos. El correoso Pujol también hizo alguna gracia, Esperanza Aguirre, una de las mayores damnificadas del programa, los saludó con entusiasmo y no faltaron diputados y altos cargos que se hicieron los simpáticos para decir adiós.

Como venía siendo habitual, el mejor reportaje lo trajo Pablo Carbonell, que fue a la busca del Rey, el mejor aval que ha tenido el programa, siempre atento a saludar a los hombres de negro y dar la nota de humor y espíritu campechano. Por supuesto, ya no lo encontró ni en el Palacio Real, ni en el Teatro de la Zarzuela, ni siquiera en su residencia habitual. Quizá era el único al que le caía bien el grupo o sabía estar por encima de las incomodidades de los reporteros, por eso no podía asistir al pequeño festival mentiroso de la despedida.

En el plató, Wyoming contó con la presencia de Imanol Uribe, Víctor Manuel –sin Ana Belén, que está cogiendo chapapote– y Fernando Trueba. También mandaron saludos Berlanga, Carmen Sevilla y la tremenda María Jiménez. Todos a los que pillaron estaban condolidos por la gran pérdida, aunque podemos sospechar que, a excepción de Arturo Valls y Tonino, el resto tienen bastantes posibilidades de seguir en la brecha con nuevas ofertas.

El final de “CQC”, que se anunciaba con un especial dedicado a Galicia, se mantuvo en un terreno tópico y sin compromiso, dentro de su estilo, y tan solo en el minuto final se atrevió a sacar una bandera con el “Nunca mais” de la resistencia gallega y un par de gaiteros animados por Sergio Pazos. Era el adiós medido de un programa que ha cumplido su papel de impertinente tendencioso al que ahora lloran con lágrimas de cocodrilo los damnificados y que, probablemente, no tendrá sustituto parecido. La lástima es que su desaparición no es signo de que vaya a haber algo igual o mejor, sino de que Telecinco tiene que seguir siendo una cadena rentable que no se puede permitir lujos con TVE ni derroches como Antena 3.

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