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Encarna Jiménez

Las Águedas y el poder

A Santa Águeda se la representa con un plato en el que lleva sus pechos cortados. Iconográficamente, se la puede relacionar con Santa Lucía, que lleva los ojos en una bandeja, y San Lamberto, que camina con su cabeza debajo del brazo. Son santos que tienen algo de surrealistas.

Santa Águeda ha tenido, además, la virtud de dar lugar a unos festejos, que se celebran el 5 de febrero, en los que las mujeres, especialmente las casadas, se apropian simbólicamente del poder público con ritos centenarios que, en algunos lugares, incluyen burla de los hombres por un día. La relación entre Santa Águeda y el poder femenino tiene su anclaje en la mitología clásica. No en vano es siciliana y la mandó torturar el procónsul Quiciano. Sus antecesoras, las amazonas, a las que les faltaba un pecho para así poder disparar mejor las flechas, representaban a las mujeres au-tosuficientes y guerreras que se enfrentaron a Hércules y Teseo. El mito de las amazonas, traído a nuestra época, pasaría por películas como Telma y Louise más que por los ritos tradicionales en honor a la santa que pueden resultar algo chocantes.

Las fiestas de las águedas o ágatas, que así se llaman las que se celebran en algunos pueblos de Zamora, Guadalajara o Segovia; quedan más folclóricas y fuera del tiempo que las americanas del coche, pero tienen el valor del recordatorio. Más o menos como la noticia de que el Círculo del Liceo aún se planteó anteayer si admitía a mujeres en el selecto club de un teatro de ópera que hemos reconstruído entre todos – y todas.

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