La muerte de Narciso Ibáñez Menta y la desaparición de José Luis Uribarri como comentarista del festival de Eurovisión marcan el final de un ciclo televisivo. Del padre de Chicho Ibáñez Serrador siempre recordaremos las noches de terror de nuestra infancia, y de Uribarri la intuición para trazar un mapa geopolítico de la canción europea que este año ha estado volcado hacia el Este.
Desde Estambul, Beatriz Pecker, una profesional cualificada, pero con falta de “chispa” para aportar unos granitos de humor a una ceremonia de tres horas, condujo la 49ª edición del festival de Eurovisión, un espectáculo que tuvo algunos matices diferentes a los de años anteriores.
En primer lugar, la abundancia de participantes masculinos, en segundo, la tendencia a meter elementos orientalizantes en los países occidentales, y occidentales en los países del Este. El mejor ejemplo de esta tendencia fue el grupo turco que tenía ritmo de “ska” y vocalista vestido como un inglés de hace 20 años. La música latina tuvo menos presencia, y la prueba es que Ramón, el cantante español, obtuvo una décima posición tras una intervención bastante floja.
Este año no hubo parejas lesbianas, ni travestis. La vestimenta de los concursantes no fue especialmente reseñable, mientras que el audiotorium sí fue apabullante y lleno de luces. Turquía siempre ha sido un participante entusiasta de este festival y se nota. Al tiempo que declina la estrella de la vieja Europa, oriente y los pedazos de la Europa del Este adquieren mayor protagonismo.
España, después de la apoteosis patriótica de hace dos años con una Rosa escogida en “Operación Triunfo”, ha bajado el diapasón. El concurso de TVE ha ido a menos y su repercusión en la ciudadanía ha menguado.