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Enrique Coperías

La próxima extinción

Prácticamente todas las especies de plantas y animales que han pisado nuestro planeta se han extinguido. Durante cientos de millones de años, las especies han surgido y desaparecido de tal modo que aquellas que existen en la actualidad son una ínfima muestra de las que han existido con anterioridad. Es por esta razón por lo que las extinciones juegan un papel primordial en la evolución de la vida. La lista de criaturas que han sido víctimas de por lo menos cinco grandes extinciones de dimensiones insospechadas es interminable, como muestra de forma difusa, al estar incompleto, el registro fósil. Efectivamente, a lo largo de los últimos 800 millones de años el fenómeno de la extinción aparece constantemente en la historia de la vida, como si se tratara de un ángel exterminador que de forma periódica borrara de la faz de la tierra la mayor parte de las formas vivientes.

Hasta la fecha, ningún paleontólogo ha dado una respuesta convincente que explique tales desapariciones. Ahora bien, explicaciones no faltan. Unas echan la culpa a ciertos agentes exteriores: meteoritos, cometas, rayos cósmicos procedentes de supernovas? Otras, colocan al culpable en nuestros dominios: erupciones volcánicas, desplazamiento de continentes que presionan las cuencas oceánicas e, incluso, diarreas y envenenamientos generalizados. La primera de las extinciones históricas ocurrió ya en el barro primitivo, a causa de un escape de gas a escala planetaria. Nos referimos, cómo no, al oxígeno. Hace 3.000 millones de años, la Tierra estaba envuelta prácticamente en dióxido de carbono. Pero sucedió que unas bacterias del limo tuvieron la ocurrencia de emplear los rayos solares para obtener energía, liberando oxígeno como producto de desecho. Así nacieron los primeros organismos fotosintéticos: las cianobacterias. La acumulación progresiva de este gas en el aire y las aguas no sentó nada bien a los microorganismos anaerobios, que literalmente eran oxidados por este gas corrosivo.

Los mares cálidos y poco profundos fueron literalmente invadidos por cúmulos de los llamados estromatolitos, algas y bacterias comedoras de luz. Entonces ocurrió lo inesperado. Los estromatolitos fueron barridos prácticamente de sus hábitat por unas nuevas criaturas. Nos referimos a los depredadores, que respiraban oxígeno y cazaban algas y bacterias. En el cámbrico, hace unos 570 millones de años, estalló la vida animal. Aparecieron las esponjas, los artrópodos, los equinodermos, los anélidos, los moluscos... Los mares rebosaban de vida. Unas criaturas, los trilobites, se hicieron los dueños y señores de las aguas. Estos artrópodos, primos lejanos de los actuales cangrejos de herradura, estuvieron a punto de ser aniquilados al menos tres veces, debido a misteriosos desastres.

Tal vez, una piedra celestial les aplastó contra el fondo oceánico. Destronados los trilobites, subieron al poder los nautiloideos, unos cefalópodos de sembraron el pánico en la fauna del cieno marino. Pero perseguidores y perseguidos fueron víctimas de una segunda extinción, a finales del ordovícico, hace unos 440 millones de años. El culpable, dicen los científicos, fue la deriva continental, que desplazó el supercontinente Gondwana hasta el Polo Sur. Durante los siguientes 60 millones de años, Gondwana siguió su viaje a la deriva, más allá de los fríos polos.

La vida, poco a poco, fue recuperándose y evolucionando para colonizar nuevos hábitat: los arrecifes se fueron recuperando, los peces depredadores se hicieron dueños de los mares y, en la superficie terrestre, las plantas evolucionaron y surgieron los primeros anfibios. Todo estaba listo para la escenificación de la tercera tragedia. Una lluvia de cometas, el paso cercano de un esteroide o el impacto de un meteoro arrasó con el 70 por 100 de los invertebrados y la mayor parte de los peces. La fuerza de la vida, inmutable a las calamidades, volvió a extenderse por mar, tierra y aire. Después de 150 millones de años de absoluta calma, en las postrimerías del pérmico, hace 250 millones de años, se produjo la cuarta y mayor extinción de todos los tiempos. Un cometa o un asteroide acabó con el 90 por 100 de las especies marinas y el 70 por 100 de los vertebrados terrestres. La última gran extinción es por todos conocida. Hace 65 millones de años, los ya decadentes dinosaurios desaparecieron de la faz de la tierra junto a un buen número de otras especies. Morir para vivir. Cada vez que se produce una extinción en masa, el reloj de la evolución se pone a cero, como si la vida se viera forzada a empezar de nuevo.

Las extinciones, que siguen unos endiablados ciclos, son un modo de vida del que nadie puede escapar, ni siquiera la especie humana. Ésta, por cierto, se ha convertido en una amenaza para la vida terrestre no menos preocupante que el cinturón de asteroides situado entre las órbitas de Marte y Júpiter. Cada minuto, desaparece una extensión de bosque tropical equivalente a la superficie de Suiza, debido a los incendios, la industria maderera y la conversión de bosque virgen en tierras de cultivo y pastoreo.

Hoy, de las más de 2.000 especies de mamíferos censadas, más de medio millar está en grave peligro de extinción. Y se estima que un millón de especies se perderán en los próximos 25 años. El hombre es el protagonista de la próxima extinción histórica, si una roca sideral no se le adelanta.

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