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Enrique Coperías

No deje apostar a su cerebro

Un cuarto de segundo después de ver el resultado de una apuesta, jugada o decisión, nuestro cerebro ya ha procesado si hemos ganado o perdido. Esto es lo que revela un estudio de la Universidad de Michigan que aparece publicado en el último número de la prestigiosa revista Science. Es más, los científicos han comprobado que las decisiones que tomamos inmediatamente después de conocer un resultado negativo o contrario a nuestros intereses son mucho más arriesgadas que las que adoptamos tras haber ganado. Los resultados de la investigación aportan un aparente contrapunto neurológico a la llamada falacia del jugador: el perdedor está convencido de que tras una mala racha siempre le espera la victoria.

El estudio, que ha sido dirigido por los psicólogos William J. Gehring y Adrian R. Willoughby, de la Universidad de Michigan, confirma la inquietante existencia de una actividad neurológica que de forma rápida, automática e inconsciente evalúa el significado de las decisiones que tomamos y que, por consiguiente, condiciona nuestros actos y determinaciones cotidianas. Así pues, no estaría de más que tomasen nota de este detalle neurológico los amantes de los casinos, las quinielas, el bingo, las máquinas tragaperras y otros juegos de azar. El estudio recién nacido también trae bajo el brazo importantes implicaciones para los pilotos, que han de responder de forma rauda a las indicaciones de los paneles de control; para los jugadores de bolsa, que han de colocar las acciones en el mejor sitio sin apenas vacilaciones; y para los médicos y cirujanos, que han de tomar decisiones casi improvisadas para salvar la vida del paciente. Los policías, los bomberos y todas las personas que atienden las emergencias se ven obligados a optar por un modo de actuación en décimas de segundos.

Sin duda alguna, constantemente ponemos a prueba nuestra agilidad mental para resolver problemas. Casi sin respiro, nuestro cerebro toma decisiones, algunas de vital importancia, en cuestión de milisegundos. En este sentido, resulta curioso comprobar cómo la mente humana es capaz de generar un amplio abanico de alternativas y optar por una de ellas, porque así lo ha decidido. A diario, decidimos sobre aspectos tan cotidianos como ducharse o bañarse, llevar una abrigo o no al salir a la calle, tomar el café sólo o con leche, ir en coche o en metro, leer uno y otro periódico o qué programa ver en la televisión. Otras decisiones son de gran importancia y de sus consecuencias depende en parte el futuro, como son la elección de una carrera, de una profesión o de la pareja sentimental. En situaciones límite, pulsar un botón u otro, seguir apostando en la ruleta o girar el volante en un determinado sentido puede cambiar nuestro destino e incluso el de los demás. Piénsese en las decisiones políticas o macroeconómicas que afectan, para bien o para mal, a amplios sectores de la sociedad.

No es de extrañar pues que algunos expertos consideren el proceso de la toma de decisiones "a esencia de la inteligencia". Su estudio no sólo ha constituido una de las asignaturas pendientes de la psicología moderna, sino también de las matemáticas (a toma de decisiones se ajusta a las teorías de la probabilidad), la filosofía, la economía, la sociología y la neurología. Fruto de este interés son los avances que se han cosechado en el esclarecimiento de los procesos cognitivos que conllevan la toma de decisiones y los métodos de búsqueda de soluciones que los humanos utilizamos para solucionar problemas, así como los procesos que los bloquean. "Nuestra investigación sugiere que el cerebro se lanza a emitir juicios de manera precipitada", dice Gehring. "En un abrir y cerrar de ojos, la mente evalúa qué eventos son buenos o malos, y estas valoraciones influyen poderosamente en cómo reaccionamos". Mientras que los economistas siempre han tendido a asumir que la gente toma decisiones de forma racional, según Gehring, los psicólogos dudaban de que esto realmente fuera así.

El cerebro con frecuencia toma decisiones de forma irracional. Y a una velocidad que ha dejado sorprendida a la pareja de psicólogos de Michigan. "Tras conocer el resultado de una decisión, el cerebro tarda sólo 265 milisegundos en reaccionar. También llama poderosamente la atención cómo esta información, ya sea positiva o negativa, influye en las decisiones que se toman unos segundos después", señala Willoughby. Para llevar a cabo la investigación, Gehring y este último recurrieron a una técnica para medir la actividad cerebral conocida como potenciales evocados con relación a un suceso (ERP). A los participantes en el estudio se les colocó un caso con electrodos y se les invitó a que eligieran entre dos números (5 y 25) en repetidas ocasiones ante la pantalla de un ordenador. Cada voluntario realizó un total de 768 tomas de decisiones. Un segundo después de seleccionar un número, la pantalla cambiaba de color en función del resultado: si ganaba, se volvía roja; y si perdía, verde. Unos segundos más tarde, el jugador volvía a elegir un número. En cada elección, los jugadores tenían que apostar 5 o 25 centavos.

Al analizar los ERPs durante el proceso, los investigadores encontraron unos patrones característicos de una actividad eléctrica de polaridad negativa que alcanzaba un pico máximo una cuarto de segundo después de conocer si habían ganado o perdido la apuesta. Este ERP tenía su origen en una región concreta del cerebro: la zona central de la corteza frontal. Para ser exactos, la señal provenía de los dominios de la llamada corteza cingulada, parte media de la corteza cerebral que aparece integrada en el sistema límbico (una estructura primitiva del encéfalo) y que se relaciona con los mecanismo cerebrales relacionados con los procesos de emoción y motivación. En investigaciones anteriores, Gehring y su colega habían comprobado, al igual que otros científicos, que los electrodos captaban unos ERPs similares cuando los participantes cometían un error.

Pero volviendo al reciente experimento, los psicólogos también descubrieron que la actividad cerebral de los participantes venía condicionada por las ganancias y las perdidas que iban acumulando a lo largo del juego. No había normas que seguir: los jugadores podían apostar 5 o 25 centavos en cada jugada. Ahora bien, la elección de 25 suponía un riesgo mayor, ya que la pérdida potencial era mayor: si acertaban, se llevaban 25 centavos, pero si erraban también los perdían. Pues bien, tras cosechar una pérdida, los participantes en el estudio eran más propensos a elegir el 25 y la actividad eléctrica se disparaba en la región del cerebro antes mencionada. "Nuestro trabajo sugiere que a un nivel neurológico muy básico, las pérdidas tienen mayor repercusión que las ganancias", explica Gehring. Y añade: "Tras una pérdida, el cerebro piensa que le corresponde una victoria. Es por ello por lo que tras tomar una decisión rápida y ver que nos hemos equivocado, tendemos a asumir de forma inconsciente un riesgo mayor en la siguiente oportunidad de elección. La cosa cambia si hubiéremos acertado o ganado a la primera. En este caso, nos mostramos más cautos".


Este artículo, junto a otros de César Vidal, Pío Moa, Carlos Semprún Maura, José Apezarena, Lucas Soler, Jorge Alcalde, Alicia Delibes, etc. se publica en la Revista del Fin de Semana de Libertad Digital. Si desea leer más, pulse AQUÍ

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