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Enrique Dans

Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

este gobierno que se llama a sí mismo “progresista” ha demostrado estar a favor de cualquier cosa, menos del progreso. Ahora, sólo quieren, como Woody Allen, acabar de una vez por todas con la cultura. Con cualquiera que no sea la suya

La pregunta, planteada originalmente por el genial Woody Allen y respondida en forma de ensayos publicados en prensa y posteriormente agrupados en un libro, resulta hoy muy fácil de contestar: si quiere acabar de una vez por todas con la cultura, pídale al gobierno español que la proteja.
 
Cuando un gobierno de una nación democrática se siente lo suficientemente seguro de sí mismo y del tiempo que falta hasta las siguientes elecciones como para legislar en contra de la mayoría de los ciudadanos, y proteger en su lugar a una minoría de privilegiados, es que algo extraño ocurre. ¿Será, tal vez, que el gobierno piensa que el hecho de ocupar la silla que ocupa se debe, en buena parte, al concurso que esos privilegiados pudieron tener en un momento determinado? ¿Está el gobierno, con el Plan Integral en Defensa de la Propiedad Intelectual, pagando favores a aquellos actores y directores que, en un momento de crisis, supieron jugar sus cartas y soplar en la misma dirección que el viento? Puede ser, pero, en ese caso, que se sepa. Porque legislar conscientemente en contra de la mayoría constituye un flagrante caso de comportamiento sectario y antidemocrático que sus electores deberían recordarles más adelante.
 
En efecto, todo un gobierno de este país ha decidido que la multitud de ciudadanos que pretendemos acceder a la cultura a través de Internet somos una panda de sinvergüenzas, una suerte de gentuza que sólo quiere conseguir música gratis y, de paso, que los artistas se mueran de hambre. Para este gobierno, los usuarios de Internet somos contra-cultura, gentuza. Leemos medios a los que no conviene acreditar, para que no puedan informar desde el Parlamento o La Moncloa. Que manifestamos corrientes de opinión peligrosamente distintas a las suyas, y que incluso, grave pecado, pretendemos disfrutar de una cultura alternativa, diferente a la oficial, a la del grupo de artistas proclives al gobierno. Grupo con el que periódicamente se fotografían y al que, por supuesto, tienen que proteger, porque constituye su más eficaz instrumento propagandístico. De “rebeldes sin causa”, a “palmeros del poder”.
 
¿Veremos, tal vez, “paquetes de medidas” destinados a promover la protección de los fotógrafos que ofrecían revelado analógico, sin trabajo por culpa del advenimiento de las cámaras digitales? ¿Tal vez un canon para las cámaras, el papel, la tinta o las impresoras? Después de todo, es la misma “malvada tecnología” que deja sin trabajo a esos que sólo saben vivir de distribuir música metida en un pedazo de plástico, ¿no? ¿Por qué no proteger, por ejemplo, a las agencias de viajes? Según el último estudio que he visto publicado, tres cuartas partes de los viajeros de negocios, los más rentables, ya reservan sus billetes a través de Internet… esto es un ultraje, un escándalo, un abuso… las agencias de viajes necesitan urgente protección. Impongamos un canon a Internet, a la venta de ratones, a… que se yo. Pero no. Mientras otros reciben “paquetes de medidas” destinados a que puedan mantener su feliz estilo de vida, los fotógrafos y los propietarios de agencias de viajes se quedan como pobres parias de la revolución tecnológica.
 
Puestos a proteger, el gobierno ha protegido a sus artistas hasta de la acción popular. Hoy en día, ¿de qué viven los artistas? ¿De dónde obtiene una parte sustancial de sus ingresos la SGAE? De fuentes prácticamente independientes de la venta de su música, tales como cuotas de radios y televisiones, y del dinero que cobran cada vez que alguien compra un CD o DVD virgen. Dinero que pagamos “por si acaso” decidimos utilizarlos para cometer un presunto delito (delito que además no lo es). ¿Cuánto tendremos que pagar si compramos un bate de béisbol, un cuchillo de cocina o una escopeta de caza, aunque sea para fines completamente pacíficos, “por si acaso” nos diese por utilizarlos para matar a alguien? Es curioso: en el hipotético caso de que toda España se pusiese mañana de acuerdo para no comprar ni un solo disco, los artistas y sociedades que hoy aplauden el “paquete de medidas” podrían seguir viviendo del cuento, gracias al cómodo flujo de ingresos que les reporta un mecanismo así. A eso se le llama, efectivamente, “ser un artista”. Viven del subsidio. El “paquete de medidas” es como ponerles un estanco.
 
El gobierno pretende proteger la cultura intentando evitar que se tenga que aplicar imaginación para desarrollar otros modelos de negocio en el nuevo escenario tecnológico. Los usuarios estamos deseando aprovechar las bondades de la tecnología para obtener esa música que la industria no nos quería vender, para relacionarnos con esos artistas que nos gustan, para acceder a esos contenidos que producen. Estamos dispuestos a pagar a los artistas que nos gustan, a comprar entradas, camisetas, gorras y descargas de canciones, siempre que los artistas lo merezcan y no nos insulten. Pero no estamos dispuestos a que se perpetúe ese absurdo e ineficiente sistema montado para que ganen el dinero quienes ellos quieran, en las cantidades que ellos quieran y cuando ellos quieran. No perpetuaremos un sistema que impide que muchos buenos artistas lleguen a recibir promoción, mientras los de siempre se reparten el pastel.
 
No van a parar el progreso. Lo que deberían hacer es aprender a vivir en él. Es factible, muchos tenemos modelos académicos que lo demuestran. Pero tristemente, este gobierno que se llama a sí mismo “progresista” ha demostrado estar a favor de cualquier cosa, menos del progreso. Ahora, sólo quieren, como Woody Allen, acabar de una vez por todas con la cultura. Con cualquiera que no sea la suya.

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