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Enrique Dans

Internet, etiquetas y lectura reposada

En la televisión, que carece de canal de retorno, nadie, salvo algún vecino, le oye cuando insulta a un personaje o amenaza con comerse el hígado de un árbitro. En internet, lo que escribe queda escrito

Las etiquetas o tags son uno de los conceptos característicos de la llamada Web 2.0. Se clasifican dentro del concepto de "metadatos", datos sobre los datos, y aluden a la posibilidad de incluir en éstos una serie de palabras que proporcionen información sobre éstos, lo que posibilita, por ejemplo, clasificarlos, agruparlos o buscarlos. Es muy posible que en su navegación habitual por la red, haya tenido ya la oportunidad de cruzarse con las tags: a veces aparecen debajo de una entrada de texto o de una foto en una página, o se presentan en forma de nubes de palabras para que un usuario pueda hacer clic sobre la palabra que le interesa, y recibir como respuesta la colección de entradas referidas a ella. Las tags son una respuesta a la hiperabundancia de contenidos, pues permiten establecer "cortes" transversales en un conjunto de información en función de un término determinado, facilitando así la localización y el trabajo con información. Los internautas que producimos contenido las utilizamos de manera muy habitual: escribes algo, y lo defines con unas cuantas palabras, aquellas con las que podrías pretender volverlo a localizar. Subes una foto de la Puerta de Alcalá, y la etiquetas como "Alcalá", "Puerta", "monumento", "Madrid" y "España", términos por los que crees que tú o cualquier otro interesado podría encontrarla.

Las etiquetas, por tanto, representan una manera rápida de clasificar los contenidos. Asignar etiquetas requiere un cierto criterio; de hecho, era una tarea que desempeñaba tradicionalmente una persona especialmente entrenada para ello. En la web, entorno democrático donde los haya, no puede lógicamente esperarse que todos los usuarios tengan los mismos criterios a la hora de etiquetar, pero muchos de los sistemas funcionan relativamente bien gracias al hecho de tener un funcionamiento social: muchos usuarios etiquetando una serie de contenidos acaban por proporcionar un resultado satisfactorio.

Las etiquetas son, por tanto, una forma ágil y rápida de clasificar contenidos. Los sistemas de etiquetado o tagging deben ser, necesariamente, muy sencillos y ágiles: etiquetar es un trabajo adicional al de crear el contenido, es voluntario, y su rendimiento no es inmediato, de manera que si costase mucho trabajo, la mayor parte de los usuarios no lo harían. Etiquetar es algo sencillo, todos podemos hacerlo. Y de hecho, todos lo hacemos en uno u otro contexto: cuando leemos un artículo, cuando conocemos a una persona, cuando vemos una noticia, cuando mantenemos una conversación, estamos constantemente asignando etiquetas, colores políticos, matices variados o adjetivos calificativos de diversos tipos. El etiquetado es algo inherente al ser humano, y responde al impulso de reducir la complejidad, de archivar información de manera parsimoniosa. De hecho, los animales también etiquetan: un perro callejero al que habitualmente le hayan tirado piedras, huirá cuando una persona se agache a recoger una cosa del suelo: su experiencia le han llevado a etiquetar al ser humano y a ese gesto concreto con la palabra "dolor".

En general, las personas tienden a tener cierta prudencia en la asignación de etiquetas. Etiquetar demasiado pronto o sin tener suficientes datos se reconoce como una conducta poco prudente, arriesgada o poco inteligente. Las personas con criterio intentan normalmente reunir un cierto número de observaciones o iteraciones antes de asignar de manera categórica una etiqueta. Esa tarea, sin embargo, se complica cuando recibimos una avalancha de información: la dificultad para procesar ésta a la velocidad que es recibida nos lleva normalmente a asignar etiquetas de manera rápida, sin tiempo para desarrollar un criterio consistente. Por eso se suele hablar de, por ejemplo, la televisión, como un medio ideal para la manipulación: en la televisión tradicional, sin artefactos que permitan diferir la visualización del contenido, la velocidad viene dada por el emisor, y el receptor, en ausencia de control, intenta procesar el contenido asignando etiquetas de manera rápida. En un libro, en cambio, el receptor mantiene el control: modula la velocidad, vuelve atrás cuando lo desea, y desarrolla, si lo desea, una lectura pausada, reposada, con capacidad de detenerla en cualquier momento, establecer relaciones, incorporar experiencias o información externa para ayudarse en el proceso de etiquetado, lo que suele devenir en un mejor desarrollo de criterio. Por eso muchos suelen reconocer a las personas "muy leídas" como más cultos que aquellos cuyos conocimientos provienen de otros medios.

¿Cómo funciona internet en este sentido? En principio, internet, salvo excepciones, otorga al usuario un control total sobre el contenido: a golpe de un clic, puede detener un contenido, pasarlo más rápido, seguir un vínculo o realizar una búsqueda que amplíe sus fuentes. Sin embargo, la hiperabundancia de contenidos lleva a la mayoría de los usuarios a una lectura apresurada, a una absorción de contenidos similar a la de la televisión en lugar de acercarse más a la experiencia de un libro. Supongo que el hecho de interaccionar con los contenidos a través de un monitor tiene parte de la culpa, pero ese reflejo de absorción directa es, hoy en día, uno de los problemas de la relación a través de internet: un número de personas sorprendentemente elevado asignan etiquetas de manera rápida, casi inmediata, y se precipitan a una conversación desbocada, en muchos casos carente de criterio o que asume demasiadas cosas, demasiado rápido. Una simplificación excesiva unida a una ausencia de patrones gestuales de retroalimentación conlleva, en demasiadas ocasiones, una conversación atropellada, poco informada o directamente insultante. El fenómeno de los trolls, dejando aparte a los que lo son por naturaleza e incultura, tiene que ver con este tipo de lectura, con estos procesos de etiquetado rápido.

Cuando lea y participe en la red, tómesela más como un libro, y menos como una televisión. En la televisión, que carece de canal de retorno, nadie, salvo algún vecino, le oye cuando insulta a un personaje o amenaza con comerse el hígado de un árbitro. En internet, lo que escribe queda escrito, y puede acabar contribuyendo a establecer su propia etiqueta. Etiquete con cuidado; es más inteligente.

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