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Enrique de Diego

Aznar, sólido y contundente

Aznar no es un político para el entusiasmo ni un parlamentario para el asombro, pero es –parafraseando a Churchill– el menos malo de nuestros políticos. No suele prevenir, ni adelantarse a los acontecimientos, pero cuando estos se producen reacciona con pautas sólidas de sentido común y principios a favor del Estado de Derecho y la convivencia común. Es cualquier cosa menos un demagogo. Los problemas más graves en la actualidad se centran en la unidad nacional, con esa curiosa invasión perpetrada por la corrupta y feudal monarquía marroquí, de la Isla Perejil. “España no aceptará hechos consumados”. La otra cuestión es la voluntad secesionista expresada por el gobierno nacional-comunista del País Vasco en su Parlamento autonómico.

Aznar ha estado firme y enigmático. Fuerte crítica, sin concesiones, al aventurerismo nacionalista. Constancia de “la coincidencia de todo el nacionalismo en los fines más radicales”. Como diagnóstico, no es una novedad. El nacionalismo siempre ha estado en eso. Lo sorprendente ha sido la cesión constante hasta nuestros días. “Es un camino sin salida que, como bien se va a comprobar, no va a conducir a nada”. El Gobierno no tiene otra salida que el artículo 155, ¿a ello se refiere con esa profecía?

Inmigración e inseguridad ciudadana han sido los otros dos grandes ejes del discurso. Sólo el cauce legal será el de acogida de la inmigración, donde se dará preferencia a los provenientes de Iberoamérica. Se harán reformas legales para evitar que delinquir sea una forma de permanecer. Una extraña perversión del sistema a la que se va a poner coto. Delinquir implicará ser expulsado. La multirreincidencia será especialmente perseguida. En esto, la izquierda navega por la inanidad. Aznar no sólo se muestra más cercano a las inquietudes ciudadanas, también está más próximo a esos principios que hacen posible la sociedad abierta. Y de los sindicatos, casi nada, a pesar de la huelga general. Aznar, gris pero sólido.

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