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Enrique de Diego

Boyer, sí; Ruiz Mateos, no

La constitución ante notario de la FAES ha dado lugar a una noticia de corazoneo político: la presencia de Miguel Boyer entre los asistentes. No es la primera vez, pero la relevancia deviene del revival nostálgico de Vista Alegre. En la exaltación del felipismo faltaba Boyer, el súperministro de Economía de los primeros tiempos, ahora en los predios de Aznar.

La evolución personal no sólo es respetable, en muchas ocasiones es digna de elogio cuando está movida por la contrastación de la realidad y el principio ético de la siempre inacabada búsqueda humana de la verdad. Pero no cabe confundirla con el oportunismo. Hay gentes que han ido variando su militancia al ritmo de los vaivenes del poder. Boyer declara que, en su caso, hay una auténtica evolución ideológica. Ahora se encuentra más cerca de posiciones liberales que de socialistas o socialdemócratas.

El 20 de febrero de 1983, en plena euforia del plebiscito del 28 de octubre de 1982, en plena prepotencia de los “diez millones de votos”, el mismo Boyer convocó a los jefes de sección de Economía de los medios y lanzó una directa amenaza contra Rumasa. El 23 de febrero, el Consejo de Ministros decidió la expropiación del holding de Ruiz Mateos, que se realizó mediante una operación policial con fuerzas especiales. Para dar cobertura legal a tal patada en la puerta, se elaboró deprisa y corriendo un decreto-ley ad casum. Fue el más grave ataque contra la propiedad privada llevado a cabo durante la democracia. Uno de los más graves ataques, por tanto, contra la democracia, pues ésta tiene su base en el derecho de propiedad. Notoria la agresión a la libertad general, cuando el Tribunal Constitucional, en medio de soeces presiones del ejecutivo, que llevaron al ostracismo voluntario de Manuel García Pelayo, tuvo que legitimar el latrocinio, con el argumento tortuoso de que la expropiación era la excepción que confirmaba la regla constitucional y no volvería a producirse. Previamente, y en estrecha relación con la boyerada, se llevó a cabo el asalto a la independencia del Poder Judicial, cuyos lodos nos siguen ensuciando, con la famosa frase de Guerra: “Montesquieu ha muerto”. Puede decirse que la ulterior privatización de Rumasa abrió la espita de la corrupción generalizada, convertida en lubricante del sistema, y en la madre de todas las corrupciones (v. g., Cisneros con Galerías Preciados).

La gravedad de la situación me llevó a publicar en 1986 un libro, “El socialismo es el problema”, quizás excesivamente tempranero. Imposible resultaba prever en aquellos entonces que sería Miguel Boyer, y no José María Ruiz Mateos, el invitado a la boda de la hija de un entonces joven diputado por Ávila. Más difícil aún profetizar que Boyer iba a estar entre los padres oficiales del liberalismo patrio. Tras tales atropellos, en otros tiempos, se profesaban en la Trapa, ahora tienen acomodo en la FAES. ¡Menos mal que Boyer está ahora cercano al liberalismo!

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