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Enrique de Diego

Colombia, problema compartido

Colombia ha desarrollado en su interior un problema que excede con lo que, en términos clásicos, se conocía como interno. A la manifiesta incapacidad de Andrés Pastrana para mantener la soberanía y la seguridad de la nación, se une el desarrollo, incluso con cierto grado de legitimidad transferida desde el Gobierno colombiano, de “zonas de exclusión”, que son en realidad una nación soberana de nítido carácter terrorista. Hay suficiente experiencia para no dejarse engañar por falsos romanticismos de revoluciones pendientes, ni lucha por los desheredados. Con lo que nos encontramos es ante una serie de profesionales del crimen cuyo mundo ha dejado de tener sentido, pero que siguen soñando en términos de genocido.

Colombia se ha convertido en un problema de seguridad internacional, como demuestra de manera palpable la detención de tres terroristas del Ira y la presencia de etarras, dos de los biotipos más sanguinarios y desquiciados del mundo del terror.

La Administración Bush ha desarrollado una conveniente filosofía que relaciona las intervenciones militares con la seguridad y se aleja del criterio simplemente humanitario, remedo de la ONU. Sin embargo, hasta el momento esa tesis no ha tenido más que un pálido reflejo en bombardeos selectivos en Irak. La supuesta mayor sensibilidad hacia las cuestiones iberoamericanas debería conducir a reconocer lo obvio: las democracias no pueden permitirse ni consentir mantener un estado terrorista dentro de los límites de la nación colombiana. No pueden consentir, salvo que se quieran asumir riesgos superiores en el futuro, la existencia de una “zona liberada” para el desarrollo y la experimentación de nuevas armas de destrucción masiva, que eleven exponencialmente la amenaza terrorista a las naciones democráticas.

No sólo sería conveniente, sino imprescindible, una intervención militar internacional que elimine tamaño riesgo, crecido a rebufo de la alianza con el narcotráfico, con importantes fuentes de financiación, como protectores del mundo de la droga. La alianza de esos dos mundos es explosiva. Haber permitido que crezca sólo se entiende por la modorra de Occidente tras la caída del Muro. Pero hacer la vista gorda hacia la realidad sólo puede entenderse como una peligrosa forma de suicidio. Esa nación de “Tirofijo”, paraíso del terrorista, donde confluyen los que sueñan con formas de genocidio, debe ser intervenida y destruida militarmente, devolviendo la soberanía a Colombia. Un santuario del terrorismo es un riesgo máximo para todos, no sólo para los colombianos.

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