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Resulta cuando menos llamativa la cantidad de tiempo que se pierde en España en debates inconsistentes. Debe ser una consecuencia de nuestro centrismo, ese concepto tan insustancial como de los de derecha e izquierda, juntos. Se pierde un tiempo precioso, sobre todo, cuando las cuestiones se aproximan a lo judicial. En buena medida, la ilegalización de Batasuna es la consecuencia de las concesiones continuas del Estado de Derecho, de lo que hay muy recientes muestras. El legislador se ve obligado a hacer un esfuerzo de clarificación porque el judicial hace la vista gorda. Aquí la única operación “manos limpias” ha sido la de las manifestaciones.

El último de estos debates ha sido la insistencia en la necesidad de prudencia a la hora de ilegalizar a Batasuna o la duda metódica respecto a la fundamentación de los motivos. Lo del silencio no delinque, tan traído y tan llevado por el Gobierno vasco, como si Arnaldo Otegi y compañeros patriotas fueran Santo Tomás Moro y los cartujos de Londres. Ha sido Batasuna la que ha entrado en este debate de casino como un elefante en una cacharrería, hablando de guerra, amenazando con un otoño de violencia y dando gritos a Eta. Nada nuevo bajo el sol. Es lo que llevan practicando desde su fundación. Eso no es óbice para que los cínicos Ibarretxe y Anasagasti persistan en que se ilegaliza ideas, tan sugerentes, civilizadas y tolerantes como “Eta, mátalos”, para que el esotérico Llamazares se abstenga, dejando en ridículo, por ejemplo, a sus concejales de Santa Pola, y Jordi Pujol dude.

El debate de leguleyos muestra de esta forma su inconsistencia moral, su intrínseca perversión, esa que va a trazar una línea entre la condescendencia con los criminales y la disposición a defender el Estado de Derecho frente a los asesinos.

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