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Enrique de Diego

El avance del fascismo islámico

La victoria de los integristas –existen, por lo que se ve, integristas “moderados”– ha sido recibida con un exceso de tranquilidad, especialmente por nuestra ministra de Exteriores. Sin embargo, se han planteado ya críticas desde Francia respecto al efecto en los planes de integración de Turquía en la Unión Europea.

Ana de Palacio ha dicho eso tan chocante de que Europa no es “un club cristiano”. Tal aseveración es matizable desde la historia, pues Europa se ha configurado, en buena medida, frente a la agresión constante de la Sublime Puerta. La alusión pone en entredicho el carácter aconfesional de la misma Europa. La Unión Europea no es un club integrista o es un club no integrista. En ningún caso, puede aceptar socios integristas. Aunque Ana de Palacio todavía no se haya enterado, Europa es un club basado, entre otras cosas, de manera esencial, en la no confesionalidad del Estado.

El triunfo electoral de los integristas no aporta un dato nuevo, desde el punto de vista democrático, porque hay notorias experiencias históricas de ascensos totalitarios a través de las urnas, como es el relevante de Hitler. Los porcentajes del triunfo son hitlerianos. Las causas recuerdan a las que se aducían respecto al voto de castigo a la República de Weimar que implicó el ascenso del nazismo: rechazo a la corrupción (disparada con la ayuda internacional por los terremotos) de una casta política envejecida, con un fondo de crisis económica.

El acierto en un diagnóstico no entraña el de las soluciones. Y el integrismo no es solución. La mezcla de religión y política, el confesionalismo, es uno de los errores humanos que más miseria y víctimas ha producido. Pero es que el integrismo no pasa de ser ni más ni menos que el fascismo musulmán.

Hay una interpretación benigna, a tener en cuenta. Juega con el concepto “moderación”, una de esas palabras tótem, que, al igual que el término “social”, utilizada como adjetivo, vacía de significado al nominativo (v.g., integrismo moderado). Los integristas se estarían moderando, y en contacto con el poder tendrían que aceptar soluciones pragmáticas. Estaríamos ante una especie de democracia cristiana a la musulmana. Es mucho decir, porque en el islamismo hay componentes totalitarios originarios y una nítida legitimación de la violencia para imponer las ideas y para perseguir al disidente (apóstata). Esta interpretación benigna se acompaña de la consideración de que al Departamento de Estado norteamericano no le ha pillado de sorpresa, y estaría conforme con abrir expectativas a un islamismo “moderado”, que es la línea seguida en Afganistán, donde a cambio las mujeres siguen con burka. En ese sentido iría la campaña de imagen que el Gobierno USA está pagando en los países árabes, difundiendo la tolerancia de que gozan en Norteamérica los musulmanes.

Pero la cuestión de fondo es si es posible un totalitarismo “moderado” o un “fascismo” moderado. Y, por ahora, cabe reconocer que el fascismo musulmán, el integrismo puesto en marcha precisamente tras la caída del califato otomano en 1927, tras el golpe de Kemal Ataturk, avanza en la patria originaria del laicismo. Como lo ha hecho también en Marruecos.

Otra cuestión para analizar a fondo es la inexistencia de una corriente “liberal” en las naciones musulmanas, y el error histórico de confundir modernización y Occidente con sus peores aspectos, los del socialismo intervencionista, mezclado o con el nacionalismo o con el internacionalismo, lo que ha degenerado en miseria y tiranías. Pero de un error no se sale con otro peor.

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