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Enrique de Diego

El error intelectual del socialismo

Las motivaciones del PSOE para sacar del baúl de los recuerdos los diez millones de votos, el balcón del Palace y toda la etapa de Felipe González (a la que por su tendencias caudillistas y de régimen se apodó el felipismo) son de diverso orden. Una, por supuesto, es la necesidad de dar alimento a la inmensa vanidad herida de González. Mantenerlo apaciguado con homenajes. El libro con Juan Luis Cebrián era un torpedo a la línea de flotación desde la retaguardia. Por el contrario, la imagen campechana de José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González en comandita, bendecida por Iñaki Gabilondo, sugiere una transferencia de legitimidad, colocando la sombra del ex presidente en el terreno neutro de la historia.

El mitin de Vista Alegre también tiene un mensaje interno de autoestima para una militancia que, durante años, ha lamido sus heridas y ha vivido sonrojada por la corrupción y el terrorismo de Estado. Pero en el ideólogo de la operación, José Blanco, hay también una clara estrategia electoral: los nuevos votantes no tienen una experiencia directa de aquella etapa y, por ende, la idealización puede generar un clima de simpatía. En el análisis socialista, en esos nuevos votantes está una de las bolsas donde mejora la expectativa del PSOE y aún supera al PP.

Sorprende la baja capacidad de respuesta de este partido respecto a tal reescritura de la historia. Este Gobierno de “comunicadores” se reserva en las polémicas ante la incertidumbre de la sucesión, y el equipo de Génova adolece de cierta mediocridad, que el pluriempleo de Javier Arenas acentúa, en vez de mitigar.

El revival socialista pone sobre el tapete el debate inconcluso sobre los motivos que llevaron a la derrota socialista. La tesis más extendida es que se debió a la corrupción generalizada. Pero, si bien este hecho aportó un elemento moral a la resistencia civil, básicamente periodística, el hecho de que en 1993, con todos los casos sobre el tapete y en berlina, el PSOE aún consiguiera una victoria electoral, la hace cuestionable. En cualquier caso, Zapatero ha respondido indicando que han aprendido de los errores, de modo que no debe volver a haber ningún “aprovechado” en el partido. Ingenua reivindicación del angelismo, no hacia el pasado, como aquello, tan burlado, de los cien años de honradez, sino hacia el futuro. La corrupción fue la desviación de conductas personales, pero también institucional y generalizada, y estuvo muy ligada –como sucede siempre- al intervencionismo estatal.

Pero, en mi opinión, no fue esa la causa de la derrota socialista (dejo al margen las vagas interpretaciones de Ferraz sobre una etapa modernizadora, que conllevó un grave ataque a la división de poderes y la independencia judicial, o falsedades como el ingreso en Europa, que tuvo lugar con Calvo Sotelo). El motivo fundamental fue el persistente fracaso práctico del error intelectual del que partía –y parte– el socialismo: la consideración de que el Estado –los políticos y los burócratas– son la instancia adecuada para la solución de los problemas humanos. El PSOE perdió las elecciones en la medida en que sus votantes fueron engrosando las listas del desempleo, que fue la mayor constante de la política socialista. Al final, el paro superaba el 22% y el de los jóvenes se situaba por encima del 42%. Y no paraba el aumento. Las críticas a la actual “precariedad en el empleo” son demagogia barata, de fracasados resentidos. Cuando el PSOE situó en entredicho (en precario) a todo el empleo existente una parte de sus votantes perdieron toda esperanza, al modo de Dante, y la efervescente ilusión “por el cambio”, que representó el 28-O. Cambio imposible, porque el PSOE presentaba propuestas en la estricta continuidad de las políticas estatistas del franquismo.

Lo grave de Vista Alegre, al margen de la mejora del márketing, es que Zapatero y el PSOE han decidido no aprender de sus errores. Siguen ofreciendo el mismo socialismo con idéntico error intelectual. Pero no se puede dejar de considerar el sortilegio y la capacidad de engaño que la traslación de la Providencia al Estado genera en los incautos. Sobre todo en los jóvenes votantes del 2004, que tenían diez años cuando perdió González, y no habían nacido aún cuando ganó.

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