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Enrique de Diego

El fin del festín de los derrochadores

Desde hace una década, la difusión de los medios escritos está estancada. Constituye, pues, un fenómeno. En los dos últimos años viene produciéndose un descenso, que en el 2001 se situó en el 0,2% del conjunto del mercado. A ello se añade el descenso de la publicidad que, según Infoadex, fue del 5,7%. No hay perspectivas de una mejora hasta el 2004, aunque se da, por supuesto, que el sector habrá de racionalizar sus estructuras pues no será una época de vacas gordas sino un paso de la sima a la llanura.

Estos datos están planteando situaciones muy serias en las empresas periodísticas, que el año pasado se tradujo en drásticos descensos en los resultados de explotación. Por ejemplo, el descenso en los dos diarios más rentables del Grupo Moll, Información y Levante fue de un 25,04 y un 43,58, respectivamente. El que sufrió El País fue de un 22,34%. La recesión mediática actual se produce en un momento en el que los grupos, impelidos por la doctrina de la concentración, habían desarrollado, sin excepción resaltable, políticas expansivas.

Junto a la crisis económica y el efecto del 11 de septiembre, los medios especializados, como “Intermedios” o “El Publicista”, señalan como un factor explicativo de esta crisis generalizada la aparición de diarios gratuitos de notable calidad, que han empezado a competir muy seriamente en el mercado publicitario.

El ajuste obligado por la crisis está viniendo por uno de los errores más claros de las empresas, como era competir contra sí mismas en Internet, por criterios de expectativas –supuesta “nueva economía”–, de prestigio y de eliminación de la competencia de las mayores posibilidades abiertas por la Red. Además, esos medios han venido ofreciendo esos servicios, desalentando a los usuarios de la compra del diario de papel, habitualmente caro, pues nadie sigue política de descenso de precios, mediante la generación de redacciones nuevas, luchando por un liderazgo oneroso. Lo han conseguido, pero a base de una pérdida sustancial de dinero, que ha puesto en riesgo el proyecto general. Ahora toca retirada.

La justificación que ofrece “El País” del cobro de sus servicios en Internet es mendaz, prepotente y nada tiene que ver con la realidad. Los auténticos motivos han sido descritos anteriormente y pueden resumirse en la evidencia del absurdo de ofrecer gratis en Internet lo que se cobra en el kiosko. Los medios especializados en Internet son “gratuitos” para el lector, pero se financian a través de la publicidad. Tienen la ventaja de la inmediatez, tanto en la información como en el comentario. Eso implica una “calidad” informativa en sí sobresaliente. Aunque haya auténticos chantajistas en la Red, los diarios digitales suelen tener menos compromisos y mayor capacidad de maniobra.

A lo que estamos asistiendo es al fracaso de los diarios de papel en su intento de impedir el surgimiento de medios competitivos en Internet. Es el fin del festín de los derrochadores. Lo demás son ganas de liar la madeja. Esta situación abre, desde luego, nuevas perspectivas para el periodismo serio y ágil, de calidad en Internet.

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