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Entre los nuevos y viejos enemigos de la sociedad abierta, el más virulento es el integrismo islámico. Legitima en niveles religiosos el terrorismo y el asesinato de personas inocentes. Dieciséis en Israel. Catorce en Pakistán, de ellos doce franceses. Sin embargo, se le denuncia poco. En el caso palestino, la barbarie de Hamas, Jihad Islámica y grupos radicales de Al Fatah pasa por ser lucha por la liberación. Se difunde, con frecuencia, la especie de que ese terrorismo es una manifestación de la desesperación de la juventud, sin añadir los lavados de cerebro de una religión que está regresando a niveles de intransigencia extrema y de pulsión genocida. Casi siempre se analiza el racismo en relación con los occidentales, que son los menos racistas del orbe, los que acabaron con la esclavitud, y no se contempla que el integrismo y el mundo islámico en bastante medida son xenófobos. Consideran a los demás como infieles.

La impresión generalizada es que se ha aprendido poco del 11 de septiembre, sobre todo en las supuestas élites del pensamiento occidental, que no han cambiado sus esquemas. El terrorismo islámico es condenado de manera bastante retórica. El paradigma sigue siendo el odio al capitalismo y a los valores occidentales, desde la cultura y la docencia subvencionadas.

Los riesgos para la paz mundial vienen del integrismo islámico, no de Israel. Al margen de las críticas legítimas u opinables a las actuaciones del gobierno de Sharon, es obvio que una parte significativa de los palestinos se mueve dentro de lo imposible, en un esquema totalitario, de estricto genocidio. Ese era el caldo de cultivo de Jenin.
Ese integrismo está siendo financiado por países como Siria e Irak, pero también, y de manera muy destacada, por Arabia Saudí, Kuwait, los emiratos árabes y demás petromonarquías corruptas, donde se lapida a las mujeres que ejercen su libertad sexual y donde las mujeres tienen prohibidas cosas tan elementales como conducir un coche.

Por mucho que se quiera mirar hacia otra parte, una parte de la emigración que viene a Europa ha sido educada en el odio a Occidente. Otros no, otros vienen a liberarse de la intransigencia religiosa, y de una cultura que no ha producido nada interesante desde hace siglos. Su parálisis es tal, que no sólo ha de exportar excedentes de población, sino que las propuestas que emergen de ese mundo reaccionario son destructivas y no constructivas.

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