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Enrique de Diego

El intento de suicidio de España, 2

Estar a favor de la unidad de España es el peor insulto de lo políticamente correcto nacionalista y de ese latente intento de suicidio perpetrado por supuestos líderes de opinión, por la Panzer División de la demolición nacional. Tal insulto se practica, por ejemplo, respecto del presidente del Gobierno de la nación, cuando, en su caso, estar a favor de la unidad de España entra dentro del cargo y del sueldo. O se predica como arma arrojadiza contra Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros y los que resisten, con riesgo de sus vidas, a la última pesadilla totalitaria de Europa. ¿Alguien se imagina que se insultara a Chirac o Jospin acusándoles de estar a favor de la unida de Francia?

Dado que hoy, aquí y ahora, España es una sociedad abierta, un Estado de Derecho, con elecciones democráticas, representación política y tribunales independientes, con derechos personales reconocidos y protegidos, estar a favor de la unidad de España sólo puede ser contemplado como una virtud de ciudadanía, como un compromiso con la libertad personal. Lejos de ser un insulto, ha de ser considerado un elogio. Puesto que “la Constitución no es un dogma” es una obviedad, ¿no quería decir José Luis Rodríguez Zapatero, tras el 13 de mayo, que no lo es la unidad de España, que no lo es, por ende, España como sociedad abierta?.

Estar a favor de la unidad de España parece entrañar una insidiosa insinuación de latente franquismo, extendida con frecuencia al castellano, uno de nuestros magníficos instrumentos económicos de modernidad. Mas ¿no habló el exilio en castellano? Aunque se han hecho brillantes incursiones en la materia, está por escrudiñar todo lo que esta mala conciencia de los deconstructores, de los intelectuales a la violeta contiene de compromiso franquista personal. Toda esta exacerbada oposición al franquismo, tras la muerte del dictador, es casi por completo una oposición por sustitución, el reflejo de algo que no se hizo.

He puesto recientemente el ejemplo de Javier Tusell tan notoriamente emparentado con las familias de mayor prosapia de la dictadura, biógrafo oficial incluso de Carrero Blanco. O el de Juan Luis Cebrián, tan recientemente alentador de ese complejo de culpa tras el 13 de mayo, perseguidor de demócratas, puntal de la dictadura desde la dirección de la televisión única. Reciente la magnificación obituaria del ultranazi Pedro Laín Entralgo, convertido en inspirador de la reconciliación nacional. Los antifranquistas auténticos, reales, minoritarios en su día, que lucharon por la libertad con indudable riesgo (los hubo que lo hicieron por totalitarismos alternativos y aún peores) no mantienen tales complejos, aventados, sin embargo, por oportunistas y trepas de todas las situaciones.

El mérito del camaleonismo de estos --su enriquecimiento como ideólogos de la esclavitud y como pretendidos augures de la libertad-- no impide el desprecio ético (la moral no se mide por el éxito) hacia su inconsistencia ni relaja el espíritu crítico hacia el intento de transmitir sus frustraciones al conjunto de la sociedad. Intentar mantener en el inconsciente colectivo el desasosiego por la perdurabilidad de la dictadura y su final por evolución biológica es la pretensión de difuminar compromisos personales (Polanco es un producto de la dictadura, no de la transición, tanto como los camiones Barreiros) y proceder al exorcismo de culpas individuales a generaciones que no tuvieron arte ni parte, ni contemplan tales supuestos pecados originales más que como lejanos hechos históricos.

No deja de ser ilustrativo que el guerracivilismo, abandonado por hastío en el discurso del PSOE, se mantenga con virulencia en las toscas reflexiones nacionalistas, herederas de movimientos reaccionarios, ensoñaciones fuera del tiempo de inexistentes y peligrosos estados nación. ¿Habrá que esperar a la desaparición de otra generación para eliminar de nuestro horizonte tales prédicas de antifranquistas postFranco o bastará con desenmascarar a estos pudiente predicadores de desgracias ajenas?

Defender hoy la unidad de España es defender la libertad personal. Es una virtud de ciudadanos conscientes frente a quienes viven instalados en la esquizofrenia moral y en la vaciedad intelectual intentando dañar, un día sí y otro también, la convivencia mutua.

En España

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