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Enrique de Diego

El nacionalismo contra la catolicidad

Entre los escenarios posibles, uno de los más impensables es que el presunto proceso de ilegalización de Batasuna degenerara en teológico o, al menos, en disputa de sacristía. Ello sirve para poner de manifiesto, cuando menos, la inoportunidad de la declaración de los obispos vascos. La situación está tan fuera de lugar, que no faltan quienes insinúan que el obispo de Bilbao ha tapado las vergüenzas diocesanas en Jersey o los que creen que se trata de una cortina de humo frente a la huelga general, de modo que los prelados habrían hecho, en el fondo, un favor al Gobierno.

El hecho de que los tres obispos, con la ausencia más que notable, en la mentalidad nacionalista, del de Navarra, hayan entrado en un campo tan estrictamente político, tan escasamente religioso, es casi la prueba del nueve de la importancia que la ilegalización puede revestir. Superior a la prevista por los que la hemos venido defendiendo. Los batasunos están habituados a vivir en la impunidad. Son los matones del barrio, y con frecuencia, en el sentido más terriblemente estricto. Pero muchos no están dispuestos a ir a la cárcel. No están preparados para pasar de ser perseguidores a perseguidos, de verdugos a reos. Ilegalizar a Batasuna es acabar con la dictadura del miedo. Es dudoso que los obispos vascos, al margen de perversiones morales, según el análisis de Aznar, pretendan su mantenimiento, aunque ese esquema pueda estar en sus aledaños entre los redactores curiales del tortuoso borrador, tan escaso de esencias cristianas. Hay frases, desde luego, escandalosas, como la que sugiere eliminar toda capacidad de discernimiento respecto a las relaciones entre Batasuna y ETA. Tiene su lógica interna: porque si Batasuna es lo mismo que ETA, los obispos estarían saliendo directamente en defensa de la banda terrorista, al margen de condenas retóricas.

La madre del cordero es que el PNV necesita a Batasuna para mantener una coartada de moderación y para amedrentar a los constitucionalistas, impidiendo el libre ejercicio de la política democrática. No deja de ser curiosa la postura de Anasagasti pidiendo a la Conferencia Episcopal, ni más ni menos, que se alinee con los obispos vascos, cuando la primera víctima del esquema es la propia Conferencia Episcopal, a la que éstos pretenden vaciar de contenido en nombre de un tácito soberanismo de los báculos. Si en el País Vasco se han levantado voces contra la llamada pastoral, en el resto de España hay una indignación monumental, casi unánime. Piqué anuncia alguna postura oficial del Vaticano. Los obispos vascos han cuestionado la catolicidad en nombre de uno de sus peores enemigos: el nacionalismo.

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