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Empezamos bien. La nueva ministra de Asuntos Exteriores es una consumada especialista en no decir nada. Esa forma de pensamiento tortuoso que hace furor en la política. Los políticos hablan, al parecer, para que no les entienda nadie. No digo que en horas veinticuatro haya hecho bueno a Josep Piqué, porque lo de Piqué ha sido muy fuerte y su intervención para resolver el conflicto de la basílica de la Natividad, gloriosa. A estas horas, tres terroristas palestinos viven del presupuesto público.

Dice Ana de Palacio que hay un acuerdo de amistad con Marruecos “que no pasa por un buen momento, pero que está ahí”, mientras que la invasión surrealista de la Isla Perejil implica “una ruptura por parte de Marruecos que tiene el valor que tiene” y “tampoco veamos lo que no hay”. No sé si Mohamed VI es capaz de entender la postura española, porque a lo mejor con una traducción libre se hace inteligible, pero para un cristiano viejo o esta señora no saber qué decir o es que la diplomacia abunda en diálogos para besugos.

Resulta obvio que en las relaciones con Marruecos se viene siguiendo una postura de debilidad, como es norma en casi todos los frentes. Es muy probable que la Isla Perejil no son Las Malvinas. Lo que está claro es que la corrupta monarquía marroquí no puede estar todo el día legitimándose mediante la tensión con España. Probablemente nuestro embajador debía haber vuelto, cosa que, me parece, no ha hecho. En cualquier caso, quiero dejar constancia de mi ignorancia respecto al alambicado castellano que utiliza nuestra rutilante ministra de Exteriores nada más estrenarse. Qué será cuando lleve más tiempo y Mohamed vaya de islote en islote hasta Al Andalus.

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