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Enrique de Diego

Inmigración islámica, cero

Seis británicos han muerto en Afganistán. No lo han hecho luchando por la libertad, sino por la tiranía talibán. Son miembros de una organización islámica británica dedicada a reclutar jihadistas. El dato indica que los bombardeos son más eficaces de lo que nos quiere hacer creer a través de esta manipulación mediática establecida sobre la televisión única de Qatar. Muestra los contrasentidos en los que han venido cayendo las naciones occidentales. Afganistán puede ser una guerra civil británica, en la que ingleses combatan contra ingleses. La asociación de marras dice que el Islam y la Umma —un concepto sublimado religiosamente de la tribu— están por encima de Inglaterra, del concepto de nación, pues nada hay comparable con morir en la guerra santa para pasar, al final de los tiempos, a gozar de las huríes en el lupanar celeste.

Frederick Forsyth ha escrito que es preciso reconsiderar el concepto de ciudadanía. Propone que a algunos les sea retirada. Londostán es la retaguardia del integrismo islámico. Allí fueron arribando los dirigentes de los movimientos terroristas de Túnez y Argelia. Los órganos de difusión oficiales del GIA tienen su sede en la capital que resistió heroicamente al nazismo. Las soflamas a los integristas argelinos se lanzan desde una radio que emite desde Londres. El derecho de asilo ha sido manifiestamente pervertido hasta el ridículo.

¿Es preciso recordar que Jomeini acabó con el Sha de Persia desde su dorado exilio parisino? Ello no fue óbice para que el ayatolá intentará después sublevar a los inmigrantes musulmanes en Francia contra el satán occidental y ello se manifestara en una oleada de atentados.

Es manifiesto que el atentado de las Torres Gemelas —una espléndida y trágica chapuza, un suicidio colectivo aprovechando el instinto suicida de Occidente, alentado por sus intelectuales— sólo pudo cometerse mediante la manipulación del sentido de acogida occidental y los espacios de tolerancia de las sociedades abiertas. Quince de los diecinueve suicidas eran jóvenes saudíes y de los emiratos árabes. Media de edad de veinte años, hijos de familias adineradas. Tal sociología sorprendió tanto en un principio que se pensó en identidades falsas y en una vasta estructura de falsificaciones y financiación. Todo mucho más sencillo: ampliaban estudios pagados por sus familias. La emigración y los intercambios están siendo pervertidos.

Hay numerosos elementos en el islamismo contradictorios con la democracia y la sociedad abierta. La misma concepción teocrática, la inferioridad de las mujeres, costumbres aberrantes como la poligamia, que tantos traumas crea en un prole excesiva. Por supuesto, la guerra santa que es en estado puro el delito tipificado en nuestro Código Penal como “apología del terrorismo”. Con estos parámetros, parece de sentido común en el momento presente establecer una moratoria temporal que sitúe la inmigración musulmana en nivel cero, que devuelva a sus países a los integristas —no tiene sentido que se afirme que la policía tiene controlados a cien integristas, esos señores no deben estar en España—. La emigración está funcionando como válvula de escape de una demografía irresponsable —en muchas naciones musulmanas los jóvenes constituyen el 50 % de la población—. Deben resolverse los problemas en los países de origen —permitiendo al máximo la libre circulación de mercancías— pero no exportarlos.

No tiene sentido que desde España se hayan expresado opiniones favorables a Ben Laden o defensas a ultranza de la burka. ¿Permitiríamos a los clérigos católicos predicar a favor de la inquisición y el exterminio de herejes, agnósticos y ateos? ¿Por qué las mezquitas han de tener bula para hacerlo con la guerra santa? Si es eso lo que se predica, y me temo que así es pues eso dice el Corán, las mezquitas no deben ser permitidas. ¿Es el shador, ya muy presente en ciudades como Alicante, Elche, Orihuela y Almería un símbolo religioso, fruto de la libertad personal, o de la inferioridad de la mujer y su sumisión al varón? Las dos cosas. ¿Es admisible una comunidad como tal que defienda y practique criterios directamente contrarios a los principios constitucionales? Me parece obvio que no. Después del 11 de septiembre parece imprescindible recuperar el sentido común perdido. No pueden considerarse costumbres culturales las lesiones a los derechos humanos o la incitación religiosa a la violencia.

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