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La campaña de Afganistán ha puesto de manifiesto que la estupidez –André Glucksmann la detectó como fenómeno de reproducción del totalitarismo en el post-totalitarismo– no es ya monopolio de la Universidad y de las cátedras, sino que está muy extendida en los medios de comunicación, y de manera altamente manifiesta en las televisiones. Como ha destacado el magnífico Lucrecio, el espectador español –con esas encantadoras enviadas especiales con shador, ¡qué hipocresía!– ha sido bombardeado por una serie de estúpidas apreciaciones sin relación alguna con la realidad: a) los talibán eran prácticamente invencibles; b) los talibanes contaban con el apoyo de los pastunes; c) los bombardeos norteamericanos eran ineficaces; d) Afganistán sería una trampa.

Significativa ha sido la disposición a asumir en los mensajes mediáticos altas dosis de totalitarismo con parafernalia políticamente correcta. Se ha admitido el discurso unidireccional de Al Yashira dando carta de naturaleza a la versión de los talibán. Se han dado imágenes de víctimas civiles, pero ninguna de los efectos de los bombardeos sobre los objetivos militares. En ningún momento se ha explicado que los talibanes entraron en Kabul después de meses de asedio y bombardeo continuo de la población civil, de todos y cada uno de sus barrios. O de que los talibanes han perpetrado de continuo matanzas contra las minorías o contra cualquiera que no llevara la barba suficientemente larga –por el único motivo de que Mahoma era barbudo– o contra cualquier mujer que no llevara burka. Los talibanes y su financiero Ben Laden –tan defendido por el deprimido Garzón– son una de las peores tiranías de la historia de la Humanidad. No tienen ninguna base popular. Como cuenta Ahmed Rasid, son una creación de los servicios de inteligencia pakistaníes, de las mafias de la droga y el transporte y salidos de unas madrazas que son toscos laboratorios de lavado de cerebro.

En un tiempo récord, contra todas las estupideces de los desinformadores sin excepción televisiva alguna, se ha liberado Kabul y ha tenido el tono de recuperación de la alegría de vivir. De nuevo ha sonado la música. De nuevo las mujeres pueden respirar. Van a poder volver a trabajar. Si enferman, podrán ser curadas. ¿Qué imagen dan nuestros enviados especiales? La de sus tópicos. Casi estamos ante un genocidio por la derrota de esos angelitos con turbante, que es como nos presentan a los talibanes. Estamos, como dije, ante el suicidio del integrismo, un proceso fracasado, totalitario y, él sí, genocida.

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