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Enrique de Diego

La infalibilidad del Corán, raíz del fanatismo

El Corán no acepta la crítica, porque niega la posibilidad de yerro, incluso cuando cae en contradicción. Contradicciones prácticas como el cambio de la alquibla, cuando de la orientación hacia Jerusalén se pasó a La Meca. La explicación es meramente voluntarista y se remite a Dios: “Dirán los insensatos: ¿Qué les hizo girarse respecto de su alquibla, aquella que tenían? Responde: Oriente y Occidente pertenecen a Dios; Él guía a quien quiere hacia el buen camino (...) Fue grande la perplejidad excepto para aquellos a quienes Dios guía, pues Él no os haría perder vuestra fe”(1) .

Las contradicciones entre las propias aleyas del Corán son resueltas mediante la ley del abrogante y el abrogado, de forma que la última aleya tiene validez sobre la anterior. Hay una contradicción esencial. En principio, Mahoma predica una religión nacional para un pueblo elegido, los árabes. Como señala V.S. Naipul, premio nobel de Literatura 2001, “en sus orígenes, el Islam es una religión árabe. Cualquiera no árabe que sea musulmán es un converso. El Islam no es simplemente una cuestión de conciencia o de creencias, pues tiene exigencias imperiales. Cambia la visión del mundo del converso. Sus lugares sagrados están en tierras árabes; su lengua sagrada es el árabe. La idea sobre la historia cambia también para el converso. Rechaza la suya, y le guste o no, pasa a formar parte de la historia árabe. Las sociedades experimentan un enorme trastorno, que puede seguir sin resolverse incluso al cabo de mil años; la separación tiene que renovarse una y otra vez. Las personas construyen fantasías sobre quiénes y qué son, y en el Islam de los países conversos existe un elemento de neurosis y nihilismo. Estos países pueden entrar en ebullición fácilmente”(2) . Y, sin embargo, esta esencia árabe se hace compatible con el principio universalista de los hanif, los hijos de Abraham, por el que todos los seres humanos nacen musulmanes, pero son luego educados como infieles. Esto, en el fondo, implica un principio larvado de apostasía y justifica el designio de dominio completo.

La jihad no es contemplada como un esfuerzo o en el sentido de la ascesis cristiana de perfeccionamiento interior, sino en el bélico, tal como se entiende comúnmente. La financiación de la guerra está bendecida. La muerte en ella es premiada con el acceso al paraíso. Hay, sin embargo, apuntes en la dirección de contemplar, al menos como posibilidad, una coexistencia pacífica, entre comunidades, no dentro de la musulmana, que situaría la jihad en términos de respuesta a agresión externa, caso en el que concurrir a la guerra santa es una obligación para todos los varones. La idea de concordia se encuentra en la azora 60: “Es posible que Dios establezca la concordia entre vosotros y quienes son vuestros enemigos. Dios es poderoso, Dios es indulgente, misericordioso. Dios no os ha prohibido el ser buenos y equitativos con quienes no os han combatido ni os han expulsado de vuestras casas por causa de la religión. Dios ama a los equitativos. Dios sólo os ha prohibido, respecto de quienes os combatieron en la religión, os expulsaron de vuestras casas y cooperaron en vuestra expulsión, que los toméis por amigos. Quienes los tomen por tales, éstos son los injustos”. En algunos momentos se anima a la predicación —“Llama a la senda de tu Señor con la sabiduría y la bella exhortación. Discútelos con aquello que es más hermoso”—, pero siempre desde la preeminencia del Islam y sin descartar nunca la guerra y la violencia como el camino de ganar adeptos: “Cuando llegue el auxilio de Dios y la victoria y veas entrar a las gentes, a bandadas, en la religión de Dios, entona el loor de tu Señor y pídele perdón. Él es remisorio”(3) .

La negación de toda discrepancia sitúa al islamismo originario, desde su texto canónico, en un fanatismo estricto.

(1) Azora 2, 136-138
(2) V. S. Naipaul, Exigencias imperiales del islam, en ABC, 12-10-2001
(3) Azora 110, 1-2

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