El antiamericanismo es la forma estúpida del instinto suicida de Occidente. Desarmar a Occidente, criticar los valores occidentales es la moda occidental por excelencia. No es nueva. Lleva casi dos siglos de recorrido. Ahora, la progenie del postmarxismo, el estructuralismo, la postmodernidad, los huérfanos de Marx, los antiglobalización y todos los que practican esa violencia respetable, la ejercida contra Occidente, ya sin alternativa, han convertido el antioccidentalismo en la forma más pedestre, más inconsistente y más autoritaria de "pensamiento único". Las masacres de las Torres Gemelas y el Pentágono han motivado una floración abrumadora de esa otra forma de suicidio, alternativa a la de los integristas, de la que hay muchos rastros en la historia: Munich, Vietnam-los años sesenta y, contra la lógica, después de la caída del Muro. Durante semanas la opinión pública española —en su conjunto, la europea— ha sido bombardeada por una infinidad de artículos situando a Estados Unidos como ¡el gran Satán! Y, contra la evidencia de la calle, la preocupación se ha intentado situar no en el terrorismo sino ¡en las represalias de Bush!
Sobre la cuestión reflexiona en "El País", Josep Ramoneda: "España es un país profundamente antiamericano. Dicen que en ninguna parte de Europa las expresiones de solidaridad con las víctimas de los atentados de Washington y Nueva York han sido tan escasas. En algunos momentos, la prensa ha traslucido más preocupación por la hipotética respuesta de Estados Unidos que por los atentados, cosa que se corresponde con cierto estado de la opinión pública". No voy a extenderme en las supuestas razones de esa hipotética estupidez patria, pero Ramoneda apunta que nosotros no fuimos liberados por los norteamericanos. Se quedaron a las puertas dejándonos con Franco. ¡Ese mito de la lucha antifranquista en una nación en donde el dictador murió en la cama con colas de devotos se ha convertido en el desideratum de todas las falacias, en el excusado de todos los complejos de culpa! ¿Cuántos antifranquistas hay en "El País"? Quienes lucharon contra Franco no suelen tener estos enervantes complejos de culpa ni estas poses beatas. Quienes no lucharon contra Franco, y se revisten de antifranquistas post mortem, por supuesto, tampoco están dispuestos a hacerlo contra Ben Laden y el integrismo. Hay un componente de estupidez, pero otro resaltable de cobardía.
Por eso, "La rabia y el orgullo", el artículo de la gran periodista Oriana Falacci publicado por "El Mundo" —periódico que ha tratado de competir en antiamericanismo— tiene la fuerza churchilliana de la defensa de los valores occidentales. El coraje de Antígona.
La destinaria es la opinión pública italiana, pero no sobra una coma en castellano. La luchadora antifascista, la espléndida entrevistadora, la valiente e insobornable notaria de todos los conflictos, atenazada ahora por el cáncer, levanta la voz con el coraje de los indomables. ¡Qué ejemplo para las nuevas generaciones lanares de periodistas! No es un artículo para "las hienas que se relamen viendo las imágenes de las matanzas y se burlan diciendo "qué bien les está a los americanos"! Defensa orgullosa del americanismo —como diría Josep Ramoneda—, del occidentalismo, en esta Europa llena de hastío moral. "Cuando vi a blancos y negros llorar abrazados, y digo bien abrazados, cuando vi a demócratas y republicanos cantar abrazados God bless América, cuando les vi olvidarse de todas su diferencias, me quedé de piedra".
Es un aldabonazo a las personas, que "sin ser estúpidas ni tontas, están todavía sumidas en la prudencia y en la duda. Y a esas les digo: ¡Despertaos, por favor, despertaos de una vez! Intimidados como estáis por el miedo de ir a contracorriente, es decir de parecer racistas (palabra totalmente inapropiada, porque el discurso no es sobre una raza, sino sobre una religión) no os dais cuenta o no queréis daros cuenta de que estamos ante una cruzada al revés".
"Habituados como estáis al doble juego, afectados como estáis por la miopía, no entendéis o no queréis entender que estamos ante una guerra de religión. Querida y declarada por una franja del Islam, pero, en cualquier caso, una guerra de religión. Una guerra que ellos llaman yihad. Guerra santa. Una guerra que no mira a la conquista de nuestro territorio, quizás, pero que ciertamente mira a la conquista de nuestra libertad y de nuestra civilización. Al aniquilamiento de nuestra forma de vivir y de morir, de nuestra forma de rezar o no rezar, de nuestra manera de comer, beber, vestirnos, divertirnos o informarnos...
"No entendéis o no queréis entender que si no nos oponemos, si no nos defendemos, si no luchamos, la yihad vencerá. Y destruirá el mundo que, bien o mal, hemos conseguido construir, cambiar, mejorar, hacer un poco más inteligente, menos hipócrita e, incluso, nada hipócrita. Y con la destrucción de nuestro mundo destruirá nuestra cultura, nuestra ciencia, nuestra moral, nuestros valores y nuestros placeres...¡Por Jesucristo!"
"¿No os dais cuenta de que los Osama ben Laden se creen autorizados a mataros a vosotros y a vuestros hijos, porque bebéis vino o cerveza, porque no lleváis barba larga o chador, porque vais al teatro y al cine, porque escucháis música y cantáis canciones, porque bailáis en las discotecas o en vuestras casas, porque veis la televisión, porque vestís minifaldas o pantalones cortos, porque estáis desnudos o casi en el mar o en las piscinas y porque hacéis el amor cuando os parece, donde os parece y con quien os parece? ¿No os importa nada de esto, estúpidos? Yo soy atea, gracias a Dios. Pero no tengo intención alguna de dejarme matar por serlo". Ni yo tampoco. ¿No queréis —añado— participar en esta lucha de ideas y sacudiros la estupidez de lo políticamente correcto, de ese instinto de suicidio que es un "efecto llamada" para los kamikazes?