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Enrique de Diego

La selección española, en Bilbao

Mientras las directivas de los equipos vascos mantienen su silenciosa protesta contra el plan secesionista de Ibarretxe –ninguno ha pedido el abandono de la Liga española, ni tampoco de la Copa del Rey, de España, por supuesto–, el seleccionador nacional, Iñaki Sáez, en un coloquio en la española ciudad de Alcobendas –tan española como Lequeitio– ha dicho que estaría encantado de que la selección jugara en Bilbao, porque "ello representaría que se habrían solucionado muchas cosas".

Cambio fundamental, por cierto, con la etapa de Javier Clemente, ese curioso personaje, que en línea con las habituales incoherencias de los nacionalistas (quieren las ventajas –si es que las hay– pero no los inconvenientes –que son muchos–), se quejaba a toda hora de que los clubes estuvieran por encima de la selección de España, pero no hacía ascos a ser el seleccionador, cuando, como destacadillo militante del PNV, aspiraba a que una parte del territorio nacional, y sus clubes, se separaran. Criterio compartido con buena parte –o toda– la familia Urdangarín. El amor, ya se sabe, es ciego, y más en cuestiones ideológicas. Entrañable que el consuegro del rey le quiera dejar sin oficio ni beneficio, ni patria.

La postura de Sáez está llena de buen sentido. En efecto, si sucediera algo tan inocente como que la selección española –donde han brillado tantos vascos, incluso alguno tan independentista como Iríbar, que no por ello "dimitió" como portero– jugara en Bilbao es que muchos problemas habrían dejado de existir. Lo que muestra bien a las claras que el problema en sí, es inventado. Los nacionalistas básicamente se dedican, desde que se levantan hasta que se acuestan, a armar conflictos para poder confirmar el dogma previo de la existencia de un conflicto. La seña de identidad independentista es el conflicto, porque no hay lesión alguna a los derechos personales, salvo las que perpetran los nacionalistas; con asesina violencia, en muchos casos.

Es momento, recogiendo la sensata declaración de nuestro gran seleccionador, de que la selección española juegue en el País Vasco. Podría empezar por Mendizorroza. Ahora que hasta Aznar se avergüenza de los homenajes a la bandera nacional –dijo que eran acomplejados los que criticaban tales actos, ahora suprimidos de hecho–, nos queda la selección. A jugar... en Bilbao.

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