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Ahora, la cuestión son las dudas de Pujol para apoyar o no la ilegalización de Batasuna. Parece que se trata de una cuestión crucial. No lo es. Sólo, si se pretende lanzar el mensaje de que la ilegalización de los proetarras nada tiene que ver con el nacionalismo o se sigue insistiendo en el nacionalismo malo –el vasco– y el bueno –el catalán–, pero fuera de esas cuestiones, que carecen de rigor intelectual y obedecen a subyacentes complejos de culpa, resulta obvio que Batasuna es un partido nacionalista y que el nacionalismo está en el origen de su apuesta por la violencia y el asesinato. Entonces, son los nacionalistas los que deben hacer autocrítica y ofrecer explicaciones convincentes, no el resto de los humanos los que deben ir detrás de los nacionalistas con la mano siempre tendida y mendigando.

Las dudas de Pujol resultan de por sí ofensivas en cuestión tan crucial. Pueden deberse a que Pujol pretenda alguna contrapartida o a que no está dispuesto a romper el frente nacionalista que explicitó en la Declaración de Barcelona, corolario de la de Estella, por la que Pujol entraba en complicidad con Batasuna a través del PNV. No hace tanto Artur Mas salía por idénticas peteneras de ultimátum que Ibarretxe, y eso que Mas gobierna merced a los condescendientes muchachos del PP.

Por supuesto que es preciso abrir un debate serio, riguroso y de fondo respecto al nacionalismo, respecto a las tesis etnicistas y de identidad lingüística, y su componente totalitario. En nombre de ellas se mata. Algunos, a lo mejor, entienden mal los mensajes de sus mayores, pero se hace necesario dilucidar si se trata de un terrible malentendido o de una consecuencia lógica.

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