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Enrique de Diego

Liberar al pueblo afgano

El interés por seguir las noticias del inicio de la operación Libertad Duradera, me ofrece la oportunidad de hacer un repaso de las tertulias televisivas mañaneras, donde toda estupidez tiene su asiento. Osama ben Laden se sorprendería de la cantidad de seguidores que tiene entre los infieles opinadores españoles, y hasta qué punto se equivoca al dividir el mundo entre creyentes y no creyentes, porque están también los de lo políticamente correcto y el pensamiento único –con poco pensamiento, todo sea dicho nada de paso– que participan de su odio a Occidente, a los Estados Unidos y de su mentalidad totalitaria, aunque aquí revestida de compasiones peligrosas y buenas intenciones llenas de efectos perversos. César Vidal es la excepción que confirma la regla de comunistas resentidos con su fracaso, aventando un irracional clima beato.

En medio de las declaraciones insustanciales, una refugiada afgana para quien acabar con la tiranía talibán, cuanto antes, es el objetivo prioritario. Reseña los padecimientos de las mujeres, imposibilitadas para desarrollarse como seres humanos, encarceladas y tratadas como bestias. Habla de la realidad, frente a las componendas y las retóricas vacuas. En la misma línea, en un reportaje periodístico, un funcionario llegado con su familia a la frontera pakistaní, cuenta su experiencia: “mis hijas y mi mujer no volvieron a sonreír nunca más, se pasaban el día encerradas”.

En el asedio sufrido en la última década por el sentido de la libertad, dentro de esas etapas cíclicas de instinto de suicidio que afectan a Occidente, el aspecto de la liberación del pueblo afgano ni siquiera es citado como uno de los objetivos. Se trata de acabar con el terrorismo y que los talibán pagarán un precio por su apoyo. También se incide en el aspecto de ayuda humanitaria, mostrando la superficialidad en la que nos movemos, pues también es ayuda humanitaria, y de la mejor, devolver la libertad a los afganos y a las afganas, sometidos a una de las peores tiranías en un mundo que parecía haber batido todos los récord en pesadillas liberticidas. Se lucha contra el terrorismo, porque se lucha en positivo por la libertad. No incidir en ese aspecto es una muestra del error del momento: de poco servirá luchar contra el terrorismo si no se erradica el integrismo, que es su base, y nunca mejor dicho.

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