Menú

No hay parangón en la historia de la democracia española respecto al carácter decisivo de unas elecciones como las del 13 de mayo, pues el 23 F fue un riesgo grave pero colateral a las urnas, mientras que el intento de desarrollar un proyecto totalitario nacionalista se ha buscado mediante la manipulación de la voluntad popular, pues no otra cosa significó el pacto de Estella/Lizarra y la puesta en marcha de la asamblea de municipios vascos.

Tanto contra el terrorismo como contra ese golpe de Estado desde arriba ha reaccionado la sociedad vasca desde la Universidad, desde el empresariado y en movimientos como Basta ya o el Foro de Ermua. A pesar de las operaciones de diversión, el PNV se presenta a las elecciones con la autodeterminación en su programa, que es intentar revalidar en las urnas el común con Eta, la identidad en los fines.

Si el PNV obtuviera una victoria que le permitiera gobernar con Eh, opción planteada por Arzalluz y en principio la única posible para el nacionalismo, la intensificación del conflicto adquiriría dimensiones muy superiores a las trágicas que han dominado hasta el momento el escenario, porque además de ofrecer legitimación a los asesinatos, desestabilizaría al País Vasco con un principio abstracto e imposible, pues no hay criterio ni forma de separar las supuestas dos comunidades, que de eso trata y no de otra cosa la autodeterminación. Los imposibles son imperativos irracionales sobre los que no se puede fundamentar la convivencia en sociedad y el programa electoral del PNV sólo es pensable en un paisaje de lesiones de los derechos humanos, éxodos masivos y campos de reeducación o de exterminio.

Tal radicalización ha distanciado del PNV a sus mentes más moderadas desde Joseba Arregi y José Antonio Ardanza a los hermanos Guevara y a Mikel Unzueta. Por el camino de la radicalización nacionalista se han recorrido veinte años sin que se vea el final del túnel. Puede decirse que en estos dos últimos años esa radicalización se ha elevado a niveles superlativos intensificando el conflicto como amenaza.

Basta reflexionar por un momento para percibir que esta huida hacia delante adquiere niveles de locura cuando el País Vasco es una sociedad desarrollada, económicamente sólida, donde la convivencia no sólo es deseable sino que también es posible, si se deja de envenenar las mentes con utopías que están fuera del tiempo histórico y cuyas consecuencias han sido letales en el pasado siglo. La sociedad vasca no tiene problemas “objetivos” sino “subjetivos”, los que genera ex nihilo el nacionalismo para evitar su necesario renovación intelectual, aplazada desde el siglo XIX.

No cabe concebir ni esperar soluciones inmediatas, pero sí la posibilidad de frenar el conflicto y entrar en vías de solución que pasan por recuperar en la calle el imperio de la ley y asegurar el orden público. Es mejor perder el miedo un día e ir a votar que no instalarse en él y pasar los cuatro próximos años atenazados por el terror, pues bien claro parece que de no sufrir el nacionalismo el correctivo a sus desafueros de la pasada legislatura estaríamos ante un horizonte imprevisible en el que estos se verían incrementados. La libertad de todos se juega en unas urnas en las que sólo participan los vascos. En estos momentos de compromiso, nucleares en la historia de las sociedades, la ambigüedad, la comodidad, la cobardía, la abstención resultan una complicidad con el desastre.

En España

    0
    comentarios