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Enrique de Diego

Un peligro para la unidad de España

La libertad en el Partido Socialista llega hasta la consideración de que no existe España y de que partes de su territorio, como el País Vasco o Cataluña son segregables. Esa es la postura de Maragall, explicitada en su último artículo en El País, y la de Odón Elorza, llevada hasta su reducción al absurdo en su entrevista en un medio nada sospechoso como Deia. Pero negar la nación y defender la secesión, tipo Québec o tipo Ulster o tipo la Cochinchina, es negar, por de pronto, la existencia del PSOE, pues España es la premisa mayor de la menor, que son los partidos nacionales, y como tal se pretende el PSOE. Elorza niega la existencia del partido socialista. Va de suyo.

Esto ya no es ni ausencia de ideología, ni esas bravatas del “nuevo socialismo” devenido en “de nuevo, socialismo”, es la supresión del debate, pues se suprime el marco, entrando en el conflicto y la completa crisis de identidad. El PSOE ha organizado toda su estrategia en el País Vasco en torno a Odón Elorza para que mantuviera la alcaldía de San Sebastián, la institución más emblemática liderada por los socialistas. Todo indica que, además, la perderá. Y toda la estrategia nacional para que Maragall llegue a la Generalitat catalana. Pero, en términos nacionales, el precio es excesivo. Ningún sentido tiene, por ejemplo, criticar a Madrazo, por lo que, de otra manera, se practica generalizadamente, insinuando, con abyecto relativismo moral, a los nacionalistas que esperen a que llegue Zapatero a La Moncloa, como oferta tácita de cesión o cheque en blanco.

El PSOE funciona con el llamado “efecto Popper” del sistema proporcional. Oscila hacia sus minorías y se convierte en comparsa de los nacionalismos. No establece el límite lógico de que quien niega la existencia de la unidad nacional, y por ende de la necesidad de una única Constitución –la de 1978 es perfectamente válida– no puede pertenecer a un partido que se denomina español. Es simplemente un nacionalista y ha de estar en un partido nacionalista.

Aunque en Ferraz no quieran enterarse, Maragall ha infeccionado, en el sentido intelectual, de nacionalismo a los socialismos de Aragón, lo cual tiene mérito, de la Comunidad Valenciana, que estaba saliendo de su patético error pancatalanista, y del balear, que no había salido de nada. Con este panorama, con esta realidad latente, y cada vez más patente, de confederación de partidos nacionalistas de corte socialista, un Zapatero en el poder sería un risueño peligro para la unidad nacional. O sea, para lo clave. Lo demás es comentario.

En España

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