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Enrique Navarro

Cómo acabar con el régimen de Maduro

Había quien pensaba que Maduro no consumaría su golpe, pero no solo lo ha hecho sino que además completará su proceso hacia la dictadura absoluta.

El cinco de agosto se cumplen dieciocho años del golpe de estado de Hugo Chávez que enterró la constitución democrática de Venezuela y propició la creación de la dictadura criolla venezolana, admirada por una gran parte de la izquierda como un modelo de regeneración política frente a las políticas conservadores que sacaron al continente de las dictaduras militares y lo llevaron a la senda democrática para gran disgusto de los cubanos. Había quien pensaba que Maduro no consumaría su golpe con la nueva Asamblea, pero no solo lo ha hecho, sino que además procederá a completar su proceso político hacia la dictadura absoluta.

Maduro está en el poder básicamente porque ha ido consiguiendo milimétricamente todos y cada uno de sus objetivos políticos mientras que la comunidad internacional se aprovechaba de los petropesos de la muerte, se beneficiaba de los suculentos contratos sin importar cuál era el destino de las comisiones billonarias que se pagaban y flirteaba con los líderes chavistas. Y aquí la lista es amplia y diversa.

Maduro ha manejado los hilos con extrema crudeza ante los ojos atónitos del buenismo internacional. Por la mañana se sienta con Zapatero y le pone la sonrisa del bellaco y por la tarde ordena, investido de esa legitimidad matinal, el asesinato, la coacción, el secuestro de la oposición y de cuantos se oponen a sus intereses económicos, aunque sean del propio bando. Detiene sin proceso a la oposición al más puro estilo estalinista, sin pudor, y castiga a su pueblo sin piedad con su mezcla de maldad y horterismo, mientras sus hijos se alojan en esa pensión del pueblo que se llama Hotel Ritz de Madrid.

En nuestra ceguera los europeos hemos llegado a creer que el mal no existe; que en el fondo de toda persona hay un corazón bondadoso que quizás no ha encontrado el camino y que nosotros, en nuestro empeño de generosidad y entendimiento, conseguiremos hacer renacer. Esta ignorancia y estulticia nos va a llevar a la tumba como sociedad liberal y democrática.

A Maduro no le van echar ni Rajoy, ni Trump ni el ejército, ni la pacífica resistencia del pueblo y no digamos José Luis Rodríguez Zapatero. Quizás el otro José Luis Rodríguez, el Puma podría, pero tampoco. El comunismo salsero sabe muy bien como instalarse en el poder. Reparte millones entre los empresarios, paga matones, pone cara amable de vez en cuando, hace gestos cuando se ve cercado, pero en cuanto las circunstancias se tranquilizan, vuelve a la carga.

La alianza de los resentidos sociales y los pijogamberros, en Venezuela o en Cataluña, va a terminar con nuestro sistema político si no ponemos freno a sus tropelías, y para eso necesitamos rearmarnos en los valores y practicar un sano abuso de la autoridad legítima hasta terminar con estas amenazas. Lo vemos en los pijos que asaltan hoteles y autobuses turísticos por placer y alimentados por un odio hacia los que no les comprenden en sus caprichos.

Los narcopijos y los cleptopijos son los que gobiernan Venezuela con el apoyo de los resentidos que son los de las motocicletas que disfrutan matando y atropellando estudiantes y burgueses. No son inadaptados del sistema, porque eso les daría alguna justificación, son delincuentes que ante la inacción de la mayoría crecen entre ella aprovechándose de la confianza y el buenismo para alcanzar el poder y mostrar ante la sociedad todo el odio acumulado mediante la represión y el expolio.

La resistencia pacífica del pueblo no va a terminar con un régimen armado para asesinar a la oposición e instalar el terror. El proceso de descolonización con más muertes de la historia fue la India del pacifista Gandhi. La oposición tiene que ser consciente de que debe tomar los cuarteles y asaltar el poder y, además, debe contar con el apoyo de la comunidad internacional. Ya hemos visto que la vía del Twitter y los móviles para acabar con el narcocomunismo es inútil, por mucho que insistan.

Otra opción sería seguir la doctrina de Thomas Jefferson ya alumbrada siglos atrás por Juan de Mariana: "El árbol de la libertad debe ser regado con la sangre de los patriotas y de los tiranos". Ninguna dictadura asesina cambió su orientación política tanto como la Libia de Gadafi desde que sintió los misiles de la US Navy sobre su jaima, mano de santo.

Como seguramente estas dos opciones asustan a las acomodadas clases medias occidentales, deseosas de creer que el mal es pasajero y que el diálogo lo puede todo, la comunidad internacional debería dar un paso más allá para cercar al régimen de Maduro si es que realmente pretende acabar con el terror.

Lo más urgente es terminar con la impunidad de la que siempre disfrutan los dictadores comunistas, ¡Ay, si hubiera sido Maduro un dictador fascista!, ya estaría detenido por cualquier gobierno por orden de un juez de la progresía. Pero todavía el camino de nuestro aprendizaje de lo que ha supuesto el comunismo en la historia está por terminarse un siglo después de la Revolución Rusa. El Holocausto hundió al fascismo, pero si no hubiera existido habríamos visto al totalitarismo racista gobernar en muchos más países de Europa. Sin embargo, la Unión Soviética supo cómo ocultar el mayor holocausto de la historia y venderlo como una revolución del pueblo frente a los opresores, como si los 35 millones de rusos asesinados y deportados fueran todos opresores lo que hubiera convertido a Rusia en el país más rico del mundo.

La Fiscalía del Estado debería querellarse contra Maduro, su gobierno y los militares por genocidio y crímenes contra la humanidad y dictar una orden de detención internacional, así como el embargo de todas las cuentas del gobierno de Venezuela en el exterior para hacer frente a las responsabilidades económicas. Debe procederse de inmediato al embargo comercial de Venezuela exceptuando alimentos y medicinas. En cuanto los trabajadores de PDVSA lleven dos meses sin cobrar le meten fuego a Miraflores con todos sus habitantes dentro. El embargo no va a dañar más al pueblo, lo va a liberar, porque Venezuela no es la Cuba de 1960. Este es un régimen que vestido de antifascista solo tiene un fin, el enriquecimiento de sus líderes; así que ya sabemos dónde golpearles.

En el mundo del siglo XXI no se pueden permitir estos abusos y desmanes que deberían ser cosa del pasado, y menos aún en América Latina, entre nuestros hermanos del otro lado del charco. Pero el problema no son Maduro y sus acólitos, el problema está en nosotros. El comunismo no triunfó en Europa porque las clases medias y los dirigentes europeos se armaron de valores morales para defender nuestro modelo de vida, dispuestos a la Gran Conflagración, si fuera necesario, para la primacía de la libertad.

Hoy en día esa fortaleza moral se ha esfumado. Los que deberían ser los defensores de nuestro modelo de vida se han dado a la vida fácil, acomodada, a la subvención o a la protección infinita del estado. Las anclas morales de aquellos tiempos, como las iglesias o los filósofos liberales, hoy se han puesto del lado equivocado una vez más otorgando una legitimidad inmoral y rastrera, como ha ocurrido en tantos otros países.

Tenemos la sensación de que los valores morales se han invertido y que, hasta Roma, que no pagaba traidores, hoy los alimenta y justifica, una actitud incomprensible cuando la Iglesia debía ponerse del lado del oprimido y no mantenerse en una frágil frontera que genera aún más dudas sobre su auténtica posición y alimenta al tirano. Esta sociedad acomodada es la que ha huido de Venezuela en busca de una nueva vida, y por eso el chavismo vive en Venezuela, porque decenas de miles de empresarios, universitarios y profesionales han dejado el país para buscar su beneficio personal en otro lado. Y si los buenos se acaban yendo, que es precisamente el éxito de Chávez y Maduro, ¿quién van a quedar para acallar y terminar con la dictadura? El destierro de la inteligencia es el más importante objetivo del totalitarismo.

En Venezuela, el mundo libre y muy en particular España, se juegan mucho. Si no somos capaces de terminar con este estado de terror veremos como el fantasma del comunismo o del fascismo disfrazados de populismo se instalan en nuestras instituciones y ya no las dejarán. La batalla por la libertad y la democracia de toda América Latina y también de España se juega en Venezuela. Si no somos capaces de derrotarlo, será una serpiente que se extenderá y nos tragará a todos sin remedio.

Los que creen que somos inmunes al totalitarismo que lean la historia de Venezuela, el país más próspero, formado y democrático de América Latina, con grandes partidos que agrupaban a centenares de miles de afiliados, y vean dónde se puede llegar si se le abre una pequeña rendija al totalitarismo salsero y populista. Es nuestra obligación terminar con la dictadura de Maduro y hacerlo pronto, sin contemplaciones ni diálogos, porque no podemos permitir que los malos nos venzan y acaben con nuestro maravilloso mundo de libertades.

En nuestros lares, el totalitarismo populista se viste de nacionalismo, pero si analizan las formas de comportamiento de Maduro y de Puigdemont, de las CUP y de la Guardia Nacional Bolivariana se asustarán de las innumerables coincidencias, y no duden que Maduro bendecirá el procés y el referéndum ilegal y lo hará en nombre de la democracia y la libertad, tal como hacen sus primos ideológicos de Juntos por el Sí; así de obsceno es el totalitarismo. No se puede ceder ante la extorsión y el totalitarismo ni en Venezuela ni en Cataluña. La ley, la democracia, la propiedad privada y la libertad son cuatro pilares que debemos defender con uñas y dientes, porque en ello nos va nuestra supervivencia como sociedad libre y próspera. Si dudamos en su defensa o los debilitamos estaremos irremisiblemente perdidos.

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