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Enrique Navarro

Estado de sitio

Es imposible para el gobierno español intervenir la administración catalana. Los ministros apenas son capaces de controlar su campo de competencias.

Es imposible para el gobierno español intervenir la administración catalana. Los ministros apenas son capaces de controlar su campo de competencias.
Furgón de la Guardia Civil en Barcelona | EFE

En las últimas horas, casi minutos, hemos asistido a un esperpento que deja en pañales a Valle Inclán. Ni siquiera Puigdemont es capaz de recordar todo lo que ha pasado por su cabeza en esta semana. La aprobación del 155, ya no es que sea necesaria sólo para reinstaurar el orden y la legalidad sino sobre todo para que vuelva la cordura. Sin embargo, en estas últimas horas hemos aprendido algo que será crítico en el proceso: la burguesía catalana del PDeCat ante el conflicto entre la trena o la independencia, el canut o el embargo judicial, ha optado, como no podía ser de otra manera por salvar el cuello, lo que es consistente con su devenir histórico. Esto nos lleva a un escenario en el que ERC va a tomar el liderazgo del proceso y quizás ya no necesite a Puigdemont ni a Mas, le bastará con Ada Colau y la CUP para radicalizar el supuesto conflicto y llevarlo a sus extremos.

El intento de PSOE, que le va a pasar una factura enorme, y del PNV en su tradicional táctica de mover el árbol catalán esperando que las nueces caigan en Euzkadi, ha sido algo ridículo. Si el PSOE piensa que en España la aplicación de la justicia y de las leyes es discreción del presidente del Gobierno y que se supedita al interés del Estado si éste consiste en liberar a dos delincuentes; ¿por qué no lo sería liberar a Bárcenas o a Rato? Se puede estar con la ley o contra la ley, pero no en los dos sitios a la vez.

El PSOE no sabe a qué clavo aferrarse para salvar la cara ante una parte de su militancia que eligió a Pedro Sánchez para derrocar a Rajoy, y ante un nacionalismo socialista catalán que se siente más cercano a Parlón que a Sánchez. En definitiva, Mariano se ha quedado como Gary Cooper contra el separatismo con Rivera cada vez más perdido, obcecado en sacar jugo a una castaña.

Llegados a este extremo ya sólo hay dos vías de salida: aplicar el artículo 155 como antesala a la independencia, que es el único camino al que nos va a llevar esta intervención provisional de la administración catalana, o declarar el estado de sitio y revertir la situación con la suspensión de la autonomía catalana, y la intervención de las fuerzas armadas para garantizar el orden y la Ley en Cataluña. Ante esta tesitura, no nos engañemos, estamos más cerca de la independencia que de la continuidad de la unidad de España. Precisamente quien mejor lo sabe es Puigdemont y su banda de rebeldes.

Ellos no aspiran a que de toda esta parafernalia que han venido desarrollando en estos meses, salga un estado independiente, sino que esperan que del victimismo y del fracaso del estado español maniatado por sus contradicciones y su debilidad, nazca una comprensión del conflicto como paso previo a una independencia pactada y reconocida, en primer lugar, por los vecinos españoles. Y la excusa para este invento maquiavélico será la Unión Europa. El 155 no se legisló para sofocar una rebelión sino para corregir una acción desleal administrativa o política, y por eso el 155 será inoperante.

Es imposible para el gobierno español intervenir la administración catalana. Los ministros apenas son capaces de controlar su actual campo competencial como para añadir una administración hostil que va a hacer todo lo posible para hacer fracasar esta intervención. ¿O acaso se creen que el gobierno español va a iniciar un proceso de cese en masa de funcionarios y de Mossos? Todo lo que no sea crear una estructura de gobierno propia en Barcelona con una autoridad administrativa y un gobierno soportado por la acción de las fuerzas de seguridad y sobre todo una decidida voluntad de hacer cumplir la ley, está condenado al fracaso. La administración catalana en sus niveles gerenciales es una barricada independentista que va a dejar en ridículo a todos los funcionarios que se encarguen de hacer aplicar el 155; si no lo consiguió un coronel de la Guardia Civil, ¿Cómo lo va a hacer un joven e inexperto técnico administrativo del partido popular?

Un artículo 155 que sirva para convocar unas elecciones a las que puedan concurrir los mismos partidos, es legitimar el resultado de esa elección como un plebiscito. Si el 155 es para convocar elecciones, solo servirá para constatar que existe una voluntad mayoritaria entre los votantes a favor de la independencia, y una vez que todos hayamos legitimado ese nuevo Parlamento, ¿Qué vamos a hacer? Aceptar y negociar como salir lo menos dañados posible.

¿Por qué Puigdemont y sus acólitos, después de la aplicación del 155, se van a conformar con menos? Sólo tienen que esperar a ver cómo las divisiones entre el bloque constitucionalista hacen estragos y cómo la comunidad internacional cambia de criterio a medida que el conflicto se radicalice al corazón de Europa. Esos funcionarios europeos que con tanta valentía propagaban la idea de que las sentencias se cumplen en el teatro Campoamor, serán los que nieguen tres veces estas afirmaciones cuando vean que una extensión y agudización del conflicto puede afectar a otros conflictos latentes. No nos engañemos, nos vamos a quedar solos.

Una vez constatada la rebelión utilizando la fuerza y la violencia, saltándose las leyes y las sentencias del Tribunal Constitucional, si el Gobierno quiere mantener la unidad de España y hacer una cirugía que permita cercenar las bases del independentismo sólo tiene una salida, declarar el estado de sitio, utilizar todos los medios coercitivos que tiene la Nación y devolver el orden y la ley a Cataluña. Pensar en elecciones en estas condiciones es una conducta suicida. En estos momentos en Cataluña no se puede votar si lo que se desea es revertir la amenaza secesionista. Sólo una ocupación efectiva de la administración y del territorio permitiría que las normas y las decisiones se cumplan. Pero nadie quiere esto, así que ya sabemos lo que nos espera. Pero no pequemos de victimistas, el resultado de una acción de intervención sería lo mejor que podría pasar para sacar a los catalanes de este secuestro intelectual y moral al que les ha sometido el nacionalismo.

Yo sé que a todos los partidos les produce urticaria pensar en esta opción. Para el PSOE supondría su escisión definitiva y un conflicto interno sin precedentes. A Ciudadanos que como el PSOE se aferra al buenismo de que hay marcha atrás como su única salida, hay que decirles que estamos ante una banda de forajidos que no tienen ningún incentivo para dar un paso atrás. Sólo empujados al abismo tienen una oportunidad de victoria. Porque Mariano no es Margaret, los separatistas saben que una huida hacia delante les garantiza el éxito. Muchos creen que queda algo de cordura en las instituciones o en la clase política catalana, es falso, es un bloque hermético, financiado durante años por el tres por ciento y que actúa como una apisonadora de la cordura. Por tanto, los escenarios de negociación o pacto que tanto gustan al PSOE, lamentablemente no existen. Estanos llamados al conflicto o a la claudicación. Y como en la sociedad actual los enfrentamientos repugnan, por muy altos y morales que sean sus fines, una gran mayoría de la clase política aboga por el diálogo, aunque sea para romper España, porque piensan exactamente lo contrario de lo que dicen.

Y lo peor y más sangrante no es que Cataluña vaya a ser independiente, que llegados a este extremo, me parece un tema menor -una Cataluña independiente con fuga generalizada de empresas se parecería más a Asturias que al polo alternativo a Madrid que ha sido durante décadas-. Lo que veremos es como esta independencia nos la venden a la catalana; un separatismo de ida y vuelta; una independencia pero que se enmarca en una España nueva que niega sus raíces y fundamentos como nación. Hasta muchos dirigentes del PP ya tienen pesadillas reconociendo que quizás España no sea una nación o incluso hay algunos que se han creído lo de la nación de naciones. Ya veremos en poco tiempo como nos venden el estado de estados, o la ONUE, o la organización de naciones unidas españolas. Aquí nos dirán que no son independientes y allí dirán que sí. Vamos a vivir en el estado confuso español, donde cada uno podrá decir su verdad sin llegar a contradecir la de los demás.

Si el artículo 155 se hubiera aplicado hace dos o cuatro años, hubiera sido una herramienta correctiva; hoy ante una sedición liderada por un gobierno y un parlamento sólo cabe salvar la cara con un 155 que permita crear una legitimidad al separatismo o asumir que sólo bajo la fuerza es posible mantener una unión. Pero no se vengan arriba todos aquellos españolistas que creen que es posible revertir los efectos perniciosos de esta política de apartheid que los gobiernos de Madrid en su constante alianza con el nacionalismo catalán han venido construyendo desde que Tarradellas llegó a Barcelona. Madrid llega tarde al problema, especialmente porque ha sido el principal contribuyente del mismo.

Llegados a este extremo hay dos realidades. Optar entre una independencia pactada que salve la cara a los partidos constitucionalistas que se llaman de esta manera porque coinciden en que hay que derogar la mejor constitución de la historia de España para volver al turnismo constitucional del siglo XIX, es decir una constitución a la carta de cada gobierno; y un estado de sitio que implique la suspensión de la autonomía y que garantice la seguridad en las calles y en los centros de trabajo con una presencia activa y masiva de fuerzas armadas y de seguridad. El resultado es evidente; Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Rivera van a dejar solo al monarca, que ante esta realidad solo tendrá una salida, lamentable para el porvenir de España, que es tomar la carretera de Cartagena.

Cataluña no sólo va a ser independiente, sino que este hecho luctuoso va a marcar el declive de España como nación y como una potencia que lo es; va a terminar con todo lo bueno que hemos construido entre todos para dejarlo en manos de delincuentes y rebeldes. La historia recordará, aunque más bien ocultará, que España fue un gran país que se suicidó para sobrevivir, y al final ni sobrevivió ni se murió, sino que quedó lisiado y sin porvenir. Todo porque faltó la política y la necesaria actividad testicular que al final hace que los países sean grandes y prósperos. Me gustaría decir que es posible que todo este proceso se revierta. Que en España queda talento y ganas para luchar. Que el gobierno no se va a bajar los pantalones. Creo en España como una gran nación y con un enorme potencial, pero esto no es suficiente si nos empeñamos en despeñarnos y sobre todo si sus dirigentes lideran la caída. Llegando a la fiesta de muertos, podremos decir que, entre truco y trato, nos hicieron el truco y aceptamos el trato.

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