No se puede hacer la guerra en Siria y la fiesta en Europa. Este sería a mi juicio el resumen de la situación que estamos viviendo en Europa y que se ha manifestado una vez más en los atentados de París, en los que ocho terroristas se organizan durante semanas, traspasan la línea Maginot con Kalashnikovs y explosivos, pasan desapercibidos entre una gran comunidad islámica en los países europeos, especialmente en Francia y España, donde la policía continúa atestando golpes al yihadismo, lo que evidencia que disponen de una fuerte estructura radicada en nuestros países, y son capaces de actuar cuándo y como quieren sin que nos quede más reacción que la condena y el cierre de fronteras durante un tiempo para evidenciar que algo se hace hasta que transcurridos unos días la gente supere el trauma y se decida seguir en la fiesta.
Para entender cómo debería ser la respuesta en casa al terrorismo tenemos recordar que, durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos puso a todo su país en estado de guerra y todas las actividades sospechosas de colaboración con el enemigo fueron tratadas en el marco de la ley de la guerra. No se podía combatir a Hitler con el código penal sino con las fortalezas volantes. Cuanto más nos empeñemos en que se existe una alternativa decorosa para vencer a la barbarie, más cerca estaremos de la derrota.
París el mes pasado era una fiesta, no existían muchos controles en las calles ni parecía tratarse de la capital de un estado cuyas tropas están bombardeando al sanguinario Estado Islámico. Sin embargo, los hechos deberían convencer a los gobiernos que ante la amenaza no cabe el apaciguamiento, ya que éste es su mejor alimento. En menos de un mes el Daesh ha asesinado en Bangladesh, gana terreno en Afganistán y en Libia, asesinó a ochenta y cuatro personas en Irak, a noventa y siete en Ankara y a cuarenta y tres en Beirut y derribó el avión ruso en el Sinaí, con 224 muertos. A ello se suman las noticias de decapitaciones masivas de niños, los secuestros de niñas en Nigeria por sus socios y la compleja red de estados y millonarios del petróleo que se consideran los banqueros de los grupos terroristas que nos atacan. Ante esta escalada sin control, ¿cómo nos sorprendemos de lo ocurrido? Qué hemos hecho los occidentales para terminar con el Daesh, además de delegar en Putin el trabajo? Pero con esto no critico lo que está haciendo Vladimir Putin contra el Daesh, que es mucho menos de lo que hace a favor de Asad, sino que no lo haga Europa.
Las amenazas hay que tomárselas muy en serio, especialmente cuando vienen de terroristas que no sólo no tienen miedo a morir sino que se inmolan en nombre de su Dios. Asesinar y golpear en Europa es muy fácil, por eso estoy convencido de que sufriremos nuevos golpes, por mucho que nos blindemos, pero el problema es que ya tenemos la guerra en casa y ahora habrá que hacer algo diferente.
A mi juicio, la inteligencia en Europa hace aguas por todos lados. No es que no tuviera bajo control a ocho terroristas que seguramente han sido entrenados en Siria o Libia y estarían en listados de terroristas; es que tampoco supo predecir el flujo de refugiados ni reconducirlo a tiempo hasta que miles de hombres llegaron andando hasta el corazón de Alemania. Tampoco hemos sido capaces de comprar voluntades en las regiones de origen; ni de acabar con las mafias de la inmigración ilegal, ni de buscar las alianzas políticas. Ni siquiera hemos sabido durante cinco años qué hacer en Siria, y todavía ponemos en plano de igualdad a los terroristas de Hamás y al ejército de un país democrático como Israel.
Nuestra nueva Europa es multicultural, y esto ya no tiene remedio. Nuestros enemigos tienen dónde ocultarse o vivir, en células durmientes, hasta que reciban el mensaje por WhatsApp para iniciar su paseo mortal por cualquier ciudad europea, porque esto con total seguridad va a volver a ocurrir, hasta que no solo se descabece al Daesh, sino a todos los grupos terroristas que buscan atacar a Occidente y a nuestros aliados y a su compleja red de apoyo financiero y religioso.
Podemos seguir en la fiesta o activar el artículo V del Tratado Atlántico y comenzar a dar la vuelta a una situación que creíamos ganada cuando nos fuimos de Irak y de Afganistán, cuando ni nosotros mismos nos creemos que hemos terminado el trabajo. Si van a ser Irán y Rusia quienes resuelvan este problema, pensemos en las consecuencias. Si nos duelen los parisinos, no olvidemos a los niños degollados de forma masiva en Siria o Irak; a los turcos, a los kurdos, a los rusos y a todos los que son víctimas a diario de la barbarie. Tampoco olvidemos que son muchos los europeos que se han sumado a esta red criminal alentados por comunidades radicales que operan en nuestro ámbito de libertades con impunidad. Pero siempre hace falta una catarsis para actuar, y esperemos que éste sea el caso. Si nos vuelven a golpear, que tengamos la seguridad de que no quedan impunes y de que cada golpe se devuelve con más fuerza; para la victoria no hay proporcionalidad que valga.
Ahora los gobiernos deben preparar a los europeos para el estado de guerra, y deberemos durante un tiempo convivir bajo este escenario, hasta que todo se acabe. Nuestra mayor fuerza en esta guerra no va a ser la razón, ni nuestra devoción por la libertad ni nuestro sistema democrático, que a fin de cuentas son despreciados por nuestros enemigos, sino nuestra capacidad de aniquilar al adversario, pero que no nos tiemble el pulso, porque ya estamos en una nueva guerra mundial, muy diferente en cuanto a sus proporciones y medios de las anteriores. Si seguimos desarmando a nuestros ejércitos, promoviendo revoluciones democráticas en el exterior que acaban con millones de desplazados agradecidos de los cambios que impulsamos en sus países, a los que después dejamos a los píes de los caballos de los totalitarios; si persistimos en el buenismo y en el welcome a todo el mundo, iremos en la dirección que quieren los terroristas. España sabemos que no es ajena, como hemos leído en algunos textos reivindicativos de los atentados, a la amenaza, por lo que el gobierno debe resolver pronto los asuntos domésticos para poder dedicar los esfuerzos a la amenaza esencial, a la que puede destruirnos como civilización, y dejarse de templar gaitas.