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Enrique Navarro

Putin 3.0 Occidente se entrega al totalitarismo

Lo que se presenta ante nuestros ojos es una reedición del surgimiento de los movimientos totalitarios ante la decadencia del modelo occidental.

Lo que se presenta ante nuestros ojos es una reedición del surgimiento de los movimientos totalitarios ante la decadencia del modelo occidental.
Vladimir Putin | Cordon Press

La nueva versión de Vladimir Putin 3.0 acaba de salir al mercado. En la primera entrega, Putin demostró cómo Rusia estaba preparada para volver al autoritarismo, controlando los medios de comunicación, a la oposición, los oligarcas y además espoleado por una población que había perdido la dignidad nacional en los gobiernos de Gorbachov y Yeltsin. En la segunda versión, ya con las manos más libres, inició su expansionismo militarista. Triplicó el presupuesto de Defensa, volvió al lenguaje más áspero de la guerra fría y utilizó la violencia y la fuerza contra los estados separatistas, apoyando a los estados vasallos e invadiendo con impunidad países como Georgia y Crimea.

La última versión presenta grandes novedades. Rusia no sólo amenaza a Occidente sino que es capaz de hacer con eficacia el trabajo que los árabes sunitas y los países del Oeste no han sido capaces de realizar durante años. Los rusos que ya llevaban años flirteando con Irán para golpear en la espinilla a Europa y a Obama, han tejido una alianza que puede resultar devastadora en la región. Pero lo novedoso es que los países occidentales, incapaces de resolver la crisis que ya ha costado 250.000 vidas en Siria, maniatados por sus presiones públicas y por la incapacidad de sus líderes para hacer frente a cualquier crisis, ven con buenos ojos como Rusia hace el trabajo sucio. Además Rusia interviene utilizando los mismos argumentos de Occidente, aunque la realidad dista mucho de esta versión de lucha contra el terrorismo internacional.

Nadie en nuestro entorno saldría orgulloso a decir que ha matado a centenares de terroristas, ni que se han atacado ciudades con el objetivo de la victoria. Putin en cambio no tiene recato alguno y se sabe líder de su pueblo en esta guerra. Rusia e Irán tienen dos objetivos muy definidos en Siria, que Asad vuelva a tener el control del país y que el Estado islámico y el mundo sunita sea derrotado en Irak. Rusia necesita controlar su vientre y debe evitar que el terrorismo islamista azuze los movimientos independentistas y violentos en las repúblicas del Sur y para ello está tejiendo una línea Maginot que va desde Siria hasta Afganistán con el apoyo de los ayatolás y de las repúblicas autoritarias ex-soviéticas. Irán tiene además un tercer objetivo, el control del Líbano, en su particular visión antisionista, a la que Rusia está contribuyendo ante la pasividad de Israel que también ha sido maniatado por la política de Obama.

La cesión del protagonismo a Putin no sólo demuestra la derrota de Occidente frente a la agresividad rusa; la cuestión es mucho más profunda. Lo que se presenta ante nuestros ojos es una reedición del surgimiento de los movimientos totalitarios ante la decadencia del modelo occidental. Las democracias europeas en los años cincuenta para detener al comunismo en Europa, optaron por el desarrollo de un estado de bienestar que si bien en aquellos años de crecimiento económico después de la devastación era factible, ha generado sociedades paternalistas donde la única preocupación de los políticos es la felicidad de sus ciudadanos sin exigirles más sacrificios que aquellos mínimos necesarios, ¡Cómo si esto fuera perdurable en el tiempo¡. La presión de los medios de comunicación que se deben a sus dueños, de las opiniones pacifistas y de los hijos de Papá Estado han desarmado a los gobiernos de Occidente. Las guerras de Irak y Afganistán y sus terribles consecuencias para los países que se vieron involucrados, han llevado al convencimiento a Occidente que nunca más un político será capaz de enviar tropas a ninguna escenario de guerra que no sea el propio suelo patrio. salvo lo que los drones y los robots sean capaces de hacer.

Mientras, los países totalitarios sin trabas ni restricciones de tipo moral, cultural o económico tienen una agenda de expansión de sus estados en detrimento de sus ciudadanos y ganan peso en la esfera económica, política y militar, nuestras democracias languidecen. El nuevo totalitarismo es la democracia electiva; aquella que basa la legitimidad en el voto plebiscitario manipulado por los medios de comunicación, la utilización sectaria de la violencia, los escuadrones de la muerte y en encarcelamiento de la oposición. Sin embargo se nos presenta con una cara amable, apareciendo como oposición a los poderes reales fácticos del capitalismo que corrompen la democracia, Un discurso no diferente de aquellos modelos que conocimos en el pasado y que nos llevaron al fascismo y al comunismo.

Europa ya no es ni siquiera Europa. Un continente que es incapaz de solucionar un problema como la llegada de unas decenas de miles de refugiados de Siria que un día llegaron a nuestras fronteras por arte de magia sin que nadie lo hubiera presagiado o de centenares diarios a nuestras costas. Europa casi se va a pique para resolver la crisis griega y necesita de meses para adoptar decisiones que a Putin le lleva el tiempo que está en el gimnasio cada mañana. Los líderes europeos utilizan cada vez con más intensidad una retórica derrotista y por esa razón los británicos quieren salir corriendo.

Pero es que además las políticas de bienestar expansivas han ganado tanto peso en las sociedades europeas y norteamericanas, que su crecimiento sólo es posible con el triunfo del totalitarismo. Una democracia puede llegar a incautar hasta el 50% de los ingresos de todo un estado, pero cuando estos resultan insuficientes, la única manera de crecer es mediante la eliminación del sector privado, la nacionalización de los medios de producción y el control social y político de la población. Si no se pone frente a la demanda permanente de una sociedad que se ha acostumbrado a que el gobierno, como si éste fuera un ente diferente de ellos mismos, les proporcione todo aquello que demandan, el destino de este viaje no será muy halagüeño para la libertad. Una renta social, servicios públicos gratuitos y de calidad, pensiones, etc.; no son sostenibles en una democracia liberal.

El vigía de Occidente, ya no tiene ningún interés en serlo y está llevando a su población a la misma dinámica europea; y será Hillary, la esposa del presidente de la década perdida, la que se empeñe en hacerlo realidad. Si Estados Unidos ya no quiere protegernos y delega en Putin la resolución de los problemas, qué podemos esperar los europeos que tenemos miles de kilómetros de frontera con la Casa Rusia.

Putin solo tiene que sentarse y ver cómo las frutas caen del árbol y este proceso es irreversible en la mentalidad política y social que se ha creado en Occidente. En Europa, el espectro político comienza en la socialdemocracia y de ahí a la izquierda hasta el comunismo. Cualquier partido históricamente conservador presume de política social sabedor de que son muchos más los que demandan del estado servicios y bienes que los que los generan. Es sólo cuestión de tiempo que Europa, perdida en su identidad, se deje caer en manos de los iluminados que creen que todo es posible en democracia, cuando sabemos que aspiran a crear modelos totalitarios.

La única opción que tiene Occidente de vencer a esta corriente totalitaria es volver a sus principios liberales, con estados fuertes que fomenten la libertad, la iniciativa privada y la defensa de los valores occidentales. Un estado que sea solidario con los más desfavorecidos pero sin que ello implique ni el igualitarismo ni la quiebra del sistema económico y político, porque sería todavía mucho más perjudicial para los desfavorecidos y para todos los demás. Para que Occidente tuviera que derrotar al comunismo hizo falta una auténtica conjunción universal producida a comienzos de los años ochenta: la justificación moral de la lucha contra el comunismo de Juan Pablo II, la justificación ideológica del liberalismo de Thatcher y la resolución conservadora de Ronald Reagan. Pero esta alineación de astros no es muy frecuente en la historia, por lo que esta vez estamos mucho peor.

Putin en su nueva versión resulta mucho más efectivo; si Irán y China siguen su ejemplo y sus aliados populistas en America Latina y los regímenes filo-socialistas en África hacen lo mismo, en Occidente estaremos felices viendo como se impone el orden internacional al estilo Vladimir, mientras que en Europa sigue la fiesta amenizada por los que aspiran a ser sus dignos secundarios, y todo vestido de más libertad y de democracia auténtica, tal como se vendían Lenin, Mussolini y Franco.

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