Menú
Enrique Navarro

Trump y el nuevo desorden mundial

Con este presidente ochenta días es una eternidad y ahora tenemos algo tan novedoso e imprevisible que todas las cancillerías no salen de su asombro.

Hace apenas ochenta días el recién elegido presidente anunciaba desde el Capitolio que los Estados Unidos no volverían a las andadas fuera de sus fronteras y que América sería lo primero, renegando de la política exterior de sus antecesores. Pero con este presidente ochenta días es una eternidad y ahora tenemos algo tan novedoso e imprevisible que todas las cancillerías no salen de su asombro intentando escudriñar cuál es al auténtico Donald Trump.

En 2013, cuando el nuevo presidente no tenía agenda política, se manifestó activamente contra cualquier intervención en Siria y criticó la atención que Obama había puesto en resolver los problemas del mundo en lugar de solucionar los de los propios norteamericanos. Este y sólo este simple mensaje fue el eje de su campaña que se alargó hasta su discurso inaugural, un discurso aislacionista y proteccionista. Todo eso es hoy papel mojado. Ahora son muchos los que ya ven los aciertos de Trump con este cambio, pero nadie tiene la seguridad de qué hay por detrás y por delante de esta transformación y, sobre todo, hacia dónde nos llevará.

Tal como anunció en varias intervencion, con respecto al mundo la campaña que hizo a Trump presidente se basó en cinco ejes anclados en el siguiente axioma: "Me gustaría hablar sobre cómo desarrollar una nueva dirección en política exterior que sustituya la aleatoriedad por el propósito, la ideología por la estrategia, y el caos por la paz". "Es hora de sacudir el óxido de la política exterior estadounidense", dijo también en una frase que más que una declaración parece un jeroglífico egipcio que ni Enigma sería capaz de descifrar.

Su primer objetivo, destruir al Estado Islámico: "Tengo un mensaje simple para el EI. Sus días están contados. No les diré dónde y no les diré cuándo. Como nación, tenemos que ser más impredecibles, ahora somos totalmente predecibles". Ahora la alianza contra el Estado Islámico se resquebraja tras la intervención americana en Siria de la semana pasada y los terroristas siguen atentando en nuestras ciudades. Ya debería haber aprendido que la guerra contra el terrorismo tiene atajos muy peligrosos.

Su segunda línea era poner a Rusia y China en su sitio, especialmente a esta última terminando con las ventajas comerciales que detraen millones de puestos de trabajo en Estados Unidos. Después de un par de días con el presidente chino en la Florida, ahora China es fiable y un necesario socio comercial y aliado estratégico para resolver la cuestión norcoreana.

Trump también se manifestó por un rediseño de las relaciones con sus aliados obligándonos a pagar más por la defensa colectiva y a satisfacer una deuda que era desconocida por el paraguas de seguridad de Estados Unidos que nos fue impuesto tras la Segunda Guerra Mundial: "Los países que defendemos deben pagar por el coste de esa defensa; de lo contrario, EEUU debe estar preparado para dejar que estos países se defiendan a sí mismos", declaraba en varias entrevistas recientes. El cambio fue una sorpresa incluso para el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg que en su visita a la Casa Blanca no esperaba palabras tan claras del presidente estadounidense. Donald Trump se retractó de su declaración de que la alianza occidental estaba obsoleta y la declaró imprescindible para la seguridad conjunta.

Trump también manifestó su total desacuerdo con las negociaciones celebradas con Irán, regresando al discurso más belicista del pasado y, sin embargo, hoy se conduce con más cuidado a la hora de condenar abiertamente al régimen iraní, lo que ha exasperado a sus grandes amigos israelíes, que además ahora temen una revitalización del conflicto con mayor intervención rusa e iraní para apoyar a Asad.

Finalmente, gastar más en defensa, para que Estados Unidos gane más guerras, una declaración mas propia de Gengis Khan que de un político civilizado del siglo XXI.

Nuevas acciones, nueva política

Como se puede ver del Trump de hasta el 20 de enero poco o nada nos queda. Así que debemos pasar a analizar su nueva política en función de sus nuevas acciones y decisiones, aunque esto nos genere una terrible incertidumbre sobre en qué manos se han puesto los maletines nucleares.

La decisión del ataque en Siria como consecuencia del ataque químico de las fuerzas aéreas de Asad sigue claramente la línea convencional de las últimas administraciones norteamericanas, demostrando una quizás inesperada vocación de continuidad y alimentando, además, la confianza de la comunidad internacional. A esto debemos sumar las prudentes conductas asumidas por el nuevo presidente estadounidense sobre la delicada situación en Irán o la anunciada mudanza de la embajada norteamericana en Israel a Jerusalén.

Se trata de una actitud que también se evidencia en la aparente distancia asumida respecto de Vladimir Putin y en la franca cooperación que Trump mantiene con Europa, posiciones que difieren ampliamente de las enunciadas en la campaña electoral.

La evolución hacia las políticas tradicionales de sus antecesores se suma al relativo alejamiento de algunos de sus asesores más radicales como Steve Bannon o el general Michael Flynn, recientemente reemplazado por el más reflexivo y menos combativo general McMaster.

Lo cierto es que en estos casi cien días no hay indicios de que se esté diseñando una política exterior coherente. Lo único evidente es una creciente militarización de la acción exterior en Oriente Medio sin que haya mediado consulta y sin apenas escrutinio público, como ocurrió con el bombardeo a la base militar siria el pasado 7 de abril, o el creciente despliegue de medios en Irak, Yemen y Afganistán.

En estas semanas, se han producido movimientos militares muy significativos que claramente evidencian la creciente intervención militar de Estados Unidos en todos los charcos. Desde la desastrosa operación de enero pasado contra Al Qaeda en Yemen, en la que murieron un miembro de las fuerzas especiales de la Marina y 24 civiles, las intervenciones de Estados Unidos no han hecho más que aumentar. A comienzos de marzo, aviones y drones estadounidenses ejecutaron más de 30 ataques contra islamistas en Yemen central, casi tantos como todos los llevados a cabo en 2016, con numerosas víctimas civiles. También las recientes acciones militares en Siria e Irak han producido decenas de víctimas civiles. En uno de ellos, el 23 de marzo, al menos 200 civiles murieron en ataques de la aviación norteamericana sobre Mosul.

En el mes de marzo 400 efectivos de unidades especiales han sido desplegados en Siria para levantar un campamento de artillería para apoyar la toma de Raqa al ISIS, una campaña que se iniciará en breve y sobre la que Trump basa todas sus expectativas de una solución rápida y adecuada a sus intereses del conflicto sirio. Asimismo miles de hombres están siendo desplegados en Irak, Kuwait y Afganistán para iniciar una actividad militar contra los diversos grupos terroristas con un intenso apoyo aéreo y de drones. Trump aspira a una derrota militar rápida de todas las organizaciones terroristas, sin haber entendido lo que ha ocurrido en los últimos quince años en estos conflictos.

Ni conversaciones ni narrativa

El nuevo despliegue militar de Estados Unidos se está llevando a cabo sin iniciativa diplomática alguna y sin debatir el futuro de las conversaciones de paz en las zonas en conflicto, y carece de una estrategia y una narrativa convincentes. No se puede iniciar una acción militar sin saber qué ocurrirá el día siguiente y cuál es el plan, y sinceramente la administración norteamericana no tiene planes.

El gobierno norteamericano ya ha declarado zonas hostiles diversas provincias de Yemen y próximamente de Somalia, y Afganistán, lo que habilita el uso de los medios militares sin ninguna otra consideración diplomática. Ni Bush ni Obama llegaron nunca tan lejos en sus intervenciones en el exterior.

En lugar de desarrollar una estrategia global que contemple acción militar, diplomacia, ayuda económica y generación de alianzas, Trump retrocede hacia una peligrosa dependencia del aparato militar, debilitando el resto de instituciones gubernamentales de Estados Unidos que tratan con el mundo. Además de bombardear, ¿cuál es la estrategia de Trump en Yemen? ¿Piensa el Gobierno seguir apoyando los esfuerzos de la ONU para mediar entre el Gobierno yemení y los hutíes?¿Qué tipo de diplomacia desplegará el Gobierno norteamericano para frenar una rivalidad cada vez mayor en la región entre chiítas y suníes.

Aun así, Yemen es un problema menor comparado con los planes que Estados Unidos tiene para Siria, donde los ataques aéreos estadounidenses también han causado la muerte de civiles. ¿Apoyará Trump el proceso de paz liderado por Naciones Unidas en Ginebra? ¿Le Interesa a Estados Unidos crear una alianza más fuerte entre los países árabes y Occidente contra el Estado Islámico, mientras intenta negociar una solución política, en particular con Arabia Saudita y Turquía? ¿Está Trump dispuesto a permitir que el presidente Bashar Asad siga en el poder? ¿Quién pagará por la marea de refugiados sirios, o por la futura reconstrucción del país? Nadie se hace estas preguntas en la Casa Blanca.

¿Debemos concluir a la vista de todos estos cambios que venció la sensatez por encima del ego del presidente? El encuentro con la realidad y la constatación de que Estados Unidos no puede hacerlo todo solo, parecen surtir efecto. En la conferencia de prensa con Jens Stoltenberg, Trump dijo de pasada que actuar en solitario no significaba actuar solos, sino en cooperación con muchas otras naciones, en la pura doctrina Bush.

También en lo tocante a Corea del Norte, Mattis y Tillerson han disminuido el tono de las declaraciones de su jefe rebajando el propósito del despliegue naval sin precedentes en las costas coreanas a un día del anunciado lanzamiento de un misil balístico por parte de las autoridades norcoreanas.

El presidente Trump ha dado un vuelco de 180 grados con respecto a su campaña electoral no solo en cuanto a la OTAN, sino también en lo que se refiere a Rusia y China. Ya no encuentra tan estupendo al presidente Putin, debido a su apoyo al régimen sirio y comienza a sentirse muy presionado con las investigaciones sobre las relaciones de algunos de sus colaboradores mas cercanos con Rusia durante la campaña electoral. Con el hombre fuerte de China, Xi Jinping, en cambio, dice haber establecido un "verdadero vínculo", en solo dos días compartidos en un resort en la playa, algo que sus votantes del centro de Estados Unidos nunca le van a perdonar.

El resultado del triple salto mortal de Trump no es por el momento nada malo. Pero el asunto es: ¿cuánto tiempo mantendrá su opinión el inquilino de la Casa Blanca? ¿No tendrá acaso la próxima semana una nueva idea que los secretarios de Defensa y de Estado no puedan controlar tan fácilmente y que nos lleve a reconsiderar todo lo que estamos viendo hoy?

Miles de dudas nos asaltan a los aliados: ¿Cómo reaccionará Trump a las próximas provocaciones de Corea del Norte? ¿Atacará unilateralmente a la potencia nuclear generando el mayor foco de tensión mundial desde la crisis de los misiles de Cuba? ¿Resucitará su enamoramiento con Putin lo que le llevará a renegar de la OTAN; o decidirá suspender la ayuda a Ucrania tal como insinuó Tillerson en el encuentro del G7 en Lucca al preguntar abiertamente a sus homólogos por qué habría de defender Estados Unidos a Ucrania y justificando la invasión de Crimea?

En definitiva, si tuviéramos que definir la dirección de la política exterior bajo la administración de Trump diríamos que es una contradicción constante, absolutamente impredecible y carente de institucionalismo.

Para entenderlo basta analizar los mecanismos de toma de decisiones y las acciones que los mandatarios internacionales usan ahora para poder hablar con alguien con capacidad de interlocución y decisión: si antes el cauce era el departamento de Estado y los asesores, hoy buscan una reunión con el yerno o con la hija del presidente para cerrar agendas. Baste reseñar que después de ochenta días, siete de nueve posiciones de alto nivel en el Departamento de Estado, que han jugado papeles clave en la política exterior de Estados Unidos en los últimos años, continúan vacantes.

Hoy en día la política exterior parte de la lógica de que Trump dirige y supervisa todo personalmente con un pragmatismo que no toma en cuenta los pilares básicos de la diplomacia y la cooperación internacional; matizado cuando resulta posible por la triada de responsables con mucho más criterio pero con menos influencia de la que parece, y de una confianza casi ciega en la solución militar. Pero con este cúmulo de contradicciones despista a sus aliados y reduce nuestra disposición a confiar, lo que sería nefasto si las cosas se torcieran y del optimismo pasáramos a conflictos más serios si, por casualidad, en algunos de los escenarios los planes no le salen tal como solo existen en la cabeza del presidente que sólo cree o ve lo que quiere ver o creer.

Temas

En Internacional

    0
    comentarios