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Enrique Navarro

Y ahora ¿qué?

En las mezquitas de nuestros barrios, muchas clandestinas, se propaga el odio a Occidente y se promueve el maltrato a las mujeres.

En las mezquitas de nuestros barrios, muchas clandestinas, se propaga el odio a Occidente y se promueve el maltrato a las mujeres.
Atentado en Barcelona | EFE

"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí" ( Martin Niemoller).

Sabíamos que tenía que llegar; no había ninguna razón para que un día el yihadismo no atentara en nuestras calles o plazas. Por mucho pecho que sacara el buen ministro del interior diciendo que aquí sí que sabemos manejar el tema del terrorismo y no como esos aficionados de franceses o británicos, que más le valdría aprender de nosotros; cuando nos sale la vena chovinista, damos lo peor de nosotros. Por más terroristas potenciales que detengamos de forma preventiva; por más interceptaciones telefónicas o seguimientos de páginas web, que España escapara a la acción del terrorismo era cuestión de tiempo.

En realidad, no había ninguna razón objetiva para que así no fuera y muchas para que lo fuera. España fue más tiempo musulmana, en una gran parte, que España; el yihadismo cometió su primer atentado en Europa en el restaurante el Descanso de Madrid en 1985; los atentados del 11 de septiembre se gestaron en Tarragona y otros puntos de Cataluña y tuvimos un atentado digamos de inspiración yihadista en Madrid, el 11 de marzo de 2004. En las mezquitas, de nuestros barrios, muchas clandestinas, se propaga el odio a Occidente y se promueve el maltrato a las mujeres. En sus escuelas clandestinas se enseñan principios y doctrinas contrarias a nuestro modo de vida, y no nos atrevemos a hacer nada contra ellas en aras de defender una libertad que ellos pretenden asesinar.

Yo entiendo que al padre que ha perdido a su hijo atropellado en un apacible día de vacaciones en las Ramblas esto no le sirve para nada y no va encontrar nunca razón o justificación que explique su tragedia. Esta es una primera lección que debemos aprender, en estos tiempos tan convulsos que vivimos, quizás otros muchos fueron iguales pero los olvidamos, todos podemos ser víctimas potenciales de una acción terrorista; no podemos sustraernos a esta amenaza como tampoco lo podemos hacer al calentamiento global porque para destruir la amenaza no vale con parches o con prudentes reacciones.

La discusión no es si nos pueden matar o no; la cuestión es si queremos morir de pie o de rodillas. Y de momento tenemos la sensación de que por no sé qué prurito, preferimos seguir así en la esperanza o confianza de que poco a poco y sobre todo gracias al olvido, viviremos mejor; es mejor sobrevivir así que no complicarnos la vida sobrevalorando un problema, que a lo mejor nos lleve a sufrimientos mayores.

Es seguro que ahora pretendemos obtener respuestas que sinceramente no existen. La lucha contra el terrorismo es muy complicada y dolorosa y es ejecutada por seres humanos y por tantos susceptibles de errores por muy profesionales que sean. Nosotros que hemos sufrido el terrorismo de ETA hemos visto varias veces como su cúpula era brillantemente desmantelada y la organización continuaba. Es seguro que hay muchos fallos de coordinación, de intercambio de información; podemos pensar que quizás no existen suficientes medios; pero no nos equivoquemos, nuestra problema no se encuentra en la labor policial; por muchos agujeros que arrogándonos de un conocimiento que realmente no tenemos, pretendemos encontrar. Nuestro problema en la lucha contra el terrorismo es de voluntad política y de conciencia.

El primer error que cometimos fue como tan acertadamente refleja Martin Noemoller, que cuando las víctimas eran judías como en Munich 1972, pensamos que aquello no iba con nosotros, casi aplaudíamos aquellos ataques contra los sionistas. Cuando después atacaban y mataban a norteamericanos o británicos, pensaban muchos que a lo mejor se lo merecían. En un alarde de ignorancia supina nos creímos que estábamos al margen de esta amenaza porque no les hacíamos nada malo. Es decir justificábamos nuestra inacción como la mejor manera de que no nos pasara nada. La humillante injuria de vincular la intervención en Irak con los atentados del 11 de marzo demuestran hasta qué punto nos hemos considerados víctimas necesarias de los terroristas; casi admitíamos cierto nivel de justicia retributiva en sus acciones.

En marzo de 2004 se produjo el atentado más sangriento de la historia de España, y aunque no cabe duda de que el atentado buscaba una intencionalidad política inmediata, su gestación y ejecución no está al margen del choque de civilizaciones entre un mundo que, bajo la manipulación de sátrapas que roban a sus pueblos para financiar a los grupos que pretenden nuestra destrucción, y clérigos que hacen del maltrato a las mujeres dogma religioso, se resiste a la modernidad, y una sociedad occidental cada vez más desprovista de valores y que siente un complejo de culpabilidad por todos los males del mundo. Desde este tiempo sin atentados se han producido centenares de detenciones; se han desactivado células; sabemos de casi cien españoles que se incorporaron a luchas con el Estado islámico, y el Daesh había anunciado sus intenciones criminales sobre España. Es decir, la amenaza ha ido creciendo cada día.

Cuando comenzó la ola de atentados en Europa con el ataque a Charlie Hebdo en enero de 2015, pensamos que la culpa era de los franceses o en particular de este medio que desprecia el Islam con sus viñetas. Y cuando los franceses reaccionaron a los ataques en la sala Bataclan, o en Niza enviando su portaaviones a Siria a golpear a los directivos de esta organización criminal, nosotros dijimos que eso no iba con nosotros. Cuando atacaron en Bélgica e hizo lo mismo enviando sus aviones F-16, hicimos lo mismo y así hemos llegado hasta Barcelona.

Nos hemos pasando todos estos años presumiendo de que éramos invencibles y que nosotros sí que sabíamos cómo proteger a los españoles. No sería con mala voluntad pero nos han estado engañando todo este tiempo, porque sabían que para gestar un ataque como el de las Ramblas poco hacía falta y que no íbamos a ser tan afortunados previniendo los ataques.

Si el primer error ha sido buscar razones o justificaciones para no actuar de forma más enérgica contra el terrorismo; el segundo ha sido pensar que detrás de toda esta trata de atentados en todas sus diversas formas no se esconde la misma estrategia, la misma organización y las mismas fuentes de recursos. El Daesh ha externalizado la acción terrorista pero no por eso deja de ser el autor y responsable de todos y cada una de las acciones que se han cometido estos años en Europa. Por eso no nos equivoquemos, debemos acabar con el Daeh, eliminarlos físicamente; acabar con su organización y con los principios que lo inspiran y no hay razón para que no seamos parte activa de esta guerra. No queremos morir más de rodillas, queremos hacerlo como los valientes, de pie y luchando.

Y queremos hacerlo porque sabemos que tenemos razón. Cuando pasen las generaciones y por fin nos hayamos librado de esta lacra, nuestros nietos dirán que ésta era la guerra que había que ganar a la fuerza. Y hay que ganarla porque tenemos razón; porque los principios que defendemos son mejores. Porque la libertad; la igualdad ante la ley; la no discriminación por sexo, raza u origen; la democracia y el imperio de la ley son pilares de nuestra civilización y no podemos claudicar ni renunciar a ellos, muy al contrario, merecen ir a la batalla por su defensa.

Pero ya no caben lamentos por lo pasado, sino aprender de los errores que mañana debemos comenzar a subsanar.

Que una persona de origen magrebí alquile dos furgonetas; acceda a la calle más populosa de Barcelona sin que haya unos bolardos de hormigón, sin que haya patrullas armadas vigilando y que el autor recorra a su antojo medio kilómetro, se baje y se escape es algo que podía evitarse. Seguramente podría haber ocurrido igual en la calle Córcega o en Capitán Arenas; pero no debía ocurrir en las Ramblas.

Y esto tiene que ver con el nivel antiterrorista. El gobierno nunca se ha atrevido a dar el paso al nivel cinco porque no tiene garantizado el consenso político: si hasta para que nadie pueda introducir un paquete bomba en un avión en el Prat ha tenido la Guardia Civil que tomar el control de la seguridad, y la noticia es que el gobierno vulnera el derecho de huelga, nos damos cuenta que las fuerzas políticas no han entendido la dimensión del problema. Espero que ahora cuando vayan a dar el pésame a las familias entiendan que la seguridad es el bien más preciado que los ciudadanos esperan de su gobierno. Ya no hay excusas para elevar al máximo nivel como han hecho Francia o Reino Unido y sacar el ejército a la calle a proteger los lugares más emblemáticos y concurridos.

Esto no tiene que ver con la lucha contra el terrorismo; ni con la investigación ni con la prevención, pero sí tiene que ver mucho con la ambición de seguridad que los ciudadanos aspiran ver cumplida por sus gobiernos. Una patrulla armada al comienzo de la calle quizás hubiera evitado lo que hoy se está contando; a lo mejor no, pero en Francia se han evitado males mayores gracias a la intervención del ejército. Tenemos militares a los que les pagamos un sueldo por proporcionarnos seguridad y ahora les necesitamos no en los cuarteles sino en las calles. Es imposible evitar todos los atentados, pero sí deberíamos ponérselo mucho más difícil, y ha llegado el momento de activar un protocolo que nos haga a todos sentirnos más seguros. Y mientras estamos más seguros las fuerzas antiterroristas podrán hacer mucho mejor su trabajo.

A renglón seguido queremos ver a nuestros aviones de combate bombardeando las posiciones del Daesh allá donde se encuentren. No se trata de venganza; se trata de una respuesta proporcionada y adecuada a quienes nos atacan. Podrán atacarnos, pero no les puede salir gratis. Ya basta de contemplaciones pacifistas y empecemos a concienciarnos, como otros muchos hicieron antes, de que estamos en una guerra y que ya es hora que pasemos a la ofensiva.

Ahora vamos a ver de qué pasta está hecho este gobierno a la hora de tomar decisiones que nos hagan sentirnos más seguros y sobre todo más orgullosos de nuestros valores; se lo debemos a todos aquéllos que por el maldito destino han caído en las calles de Europa, porque podríamos haber sido cualquiera de nosotros. Todos podíamos estar hoy tirados, agónicos en las Ramblas; los que gracias a Dios estamos en pie tenemos la obligación con ellos y con nuestros hijos de luchar por nuestra seguridad y nuestro futuro, se lo debemos.

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