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Esperanza Aguirre

Fidel Castro

De manera incomprensible, la muerte de Fidel no sólo no concita una opinión unánime de rechazo a un sátrapa siniestro, sino que tenemos que escuchar muchas palabras de alabanza de su figura y su trayectoria.

En 1958 el PIB per cápita de Cuba era de 356 dólares, mientras que el de España era de 180. En 2014 el PIB per cápita cubano era de poco más de 5.000 dólares y el español era de 29.000. En estos años España ha multiplicado por 160 la riqueza que produce por habitante, mientras que Cuba lo ha hecho sólo por 14. España ha conseguido ese resultado con un marco económico y jurídico liberal y capitalista, y Cuba con una dictadura comunista que ha aplicado hasta sus últimas consecuencias los principios del socialismo real.

La diferencia de resultados es tan abismal que no merece la pena perder el tiempo en glosar esos datos tan fríos como elocuentes.

Pero, a pesar de la contundencia de las cifras, los irredentos partidarios del comunismo como vía para alcanzar el paraíso en la Tierra todavía arguyen, para salvar su devoción comunista, que en Cuba la enseñanza y la medicina son modélicas.

Es verdad que en la Cuba de hoy está erradicado el analfabetismo, pero hay que saber que en 1958 Cuba era, con un 18% de analfabetos, uno de los países mejor alfabetizados de Hispanoamérica. Para comparar, España tenía entonces un 11%.

Y en cuanto a la tan cacareada sanidad castrista, también hay que saber dos cosas. La primera, que en 1958 era muy similar a la española (Cuba: una cama hospitalaria por cada 190 habitantes y un médico por cada 980 habitantes; España: una cama por cada 200 habitantes y un médico por cada 870 habitantes). Y la segunda es que no debe ser tan magnífica cuando en 2006 tuvieron que recurrir al jefe de cirugía de nuestro Gregorio Marañón para que volara urgentemente a Cuba e intentara arreglar la situación médica del dictador después de haber sido intervenido en la isla. Algo que consiguió, como hemos comprobado.

Pero da lo mismo, da igual que todos los datos certifiquen la catástrofe del comunismo castrista. De manera incomprensible, la muerte de Fidel no sólo no concita una opinión unánime de rechazo a un sátrapa siniestro que ha mandado al exilio al 20% de la población (como si España tuviera hoy 9 millones de españoles huidos de nuestra Patria), que ha fusilado a miles de compatriotas, que ha perseguido a los homosexuales con una saña especial, que ha empobrecido a su país, que ha enviado a 300.000 soldados cubanos a Angola para instaurar un régimen comunista, sino que tenemos que escuchar y que leer muchas palabras de justificación, cuando no de alabanza, de su figura y su trayectoria.

En los años veinte empezaron a poner en práctica sus siniestras técnicas de manipulación de la opinión pública dos alemanes de ideologías totalitarias, aunque opuestas, pero que tenían algo en común: un desprecio absoluto por la verdad y una firme convicción de que la mentira es un arma que puede ser infalible. Eran el nazi Joseph Goebbels y el comunista Willi Münzenberg.

Hoy, cuando tantos y tantos, incluso entre personas que no pueden comulgar con ninguna de las actuaciones de Fidel Castro, se muestran timoratos a la hora de condenarlo sin paliativos, no podemos por menos de reconocer el triunfo absoluto de Willi Münzenberg y sus seguidores.

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