Menú
Eva Miquel Subías

A la cama sin cenar

Lo cierto es que hacía mucho tiempo que en España no se hablaba tanto de bipartidismo. Desde Sagasta, por lo menos.

Lo cierto es que hacía mucho tiempo que en España no se hablaba tanto de bipartidismo. Desde Sagasta, por lo menos.

Sin embargo, tengo la sensación de que el territorio español ofrece una amplísima gama de colores diversos, donde, en cada una de las comunidades autónomas, adquieren unos tonos más o menos intensos o de mayor o menor diversidad.

Pero en definitiva, no tiene una la percepción de que en Gran Bretaña, en Francia, en Alemania o en Estados Unidos haya mucha mayor presencia parlamentaria que en nuestra casa.

Hay una tendencia, por otro lado, que sí parece haber adquirido en nuestro país una mayor relevancia recientemente y que nos puede caracterizar y diferenciar de otros. Se trata de querer cimentar una formación política en torno a la figura de un líder. Y no la de buscar un líder una vez se ha procurado forjar un proyecto y un programa político en base a unos principios sólidos y claros.

Ello tiene, por supuesto, sus ventajas e inconvenientes. Entre las primeras se encuentra la de darse a conocer con mayor facilidad y configurar un rostro en todos los platós de televisión. Concentración en una única sonrisa, en un único mensaje, en un único gesto. Y en función de un supuesto y efectivo carisma, será su grado de penetración en los hogares de una intensidad u otra.

También, por otro lado, si él o ella caen en desgracia, algo que en España no podemos evitar que se esté siempre al acecho y con unas uñas bien afiliadas y atentas, la formación política ideada en torno a él o a ella, se desmorona a la velocidad con la que se derrumba un frágil castillo de naipes.

Lo mismo pasa con los supuestos votos de castigo. Tendemos a personalizar, a buscar un culpable o a idealizar un salvador. Nos gusta, en general, recibir estímulos directos. Y qué mejor que una mirada fresca, diferente y nueva para que nos sirva de infalible aliciente.

Y en mi razonamiento primitivo, creo que resulta más sencillo desahogarse y aliviar las penas en torno a un figura mediática que en torno a un proyecto que, aparentemente, suele mostrarse más difuso. Más intangible.

Quienes no han gestionado suelen tener las manos con menos callos. Quienes no han gobernado desconocen las barreras que, en no pocas ocasiones, la Administración te puede poner delante sin tú desearlo. Y quienes no han debido tomar decisiones arriesgadas y de vital importancia para el futuro inmediato de una nación, no saben cómo les temblaría el pulso de tener que apretar una tecla u otra.

El corazón palpitante no se manifiesta en un debate televisivo. Éste se manifiesta cuando tienes que anteponer los intereses de tu país a los intereses de tu partido o de su rendimiento electoral.

La Historia nos ha brindado enormes muestras de ello.

Pero en ningún caso quiero que parezca que estoy defendiendo al establishment, muy al contrario, siempre he creído en el poder de las sociedades civiles bien sólidas y articuladas que pudieran alzarse en alternativas enriquecedoras y alentadoras.

Pero hay determinadas situaciones en la vida y en el ámbito económico, político y social que precisan frialdad, pulso constante y mirada firme.

Recientemente, y tras las elecciones en Andalucía, me he acordado inevitablemente de la típica escena de un niño cuando le dice a su madre: pues esta semana no voy ni a comer ni a cenar. Para que te fastidies.

Y la madre, incómoda o no, preocupada o no, fastidiada, lo que se dice fastidiada, anda lo justo. O por lo menos en menor medida, aún consciente de que no haya podido mostrar su mejor cara. Porque ya se sabe qué es lo que ocurre con algunos remedios.

Que nuestro refranero es muy sabio. El puñetero.

En España

    0
    comentarios