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Eva Miquel Subías

Al calor de una terraza

Cuando hay algún político profesional en alguna de estas veladas, es quien suele monopolizar la conversación.

Imagino que muchos de ustedes empezarán a estar algo saturados de las conversaciones casi monotemáticas que empiezan a producirse en los últimos tiempos. Ni una buena cena en una agradable terraza ni un gin&tonic te libran de ellas. Por muy Premium que sea la ginebra y por muy novedosa y aromática que sea la tónica. Nada que hacer.

Ahora que nadie me oye, les confesaré que una ya empieza a contar mentalmente -en el transcurso de una velada- los minutos que faltan para que alguien suelte el nombre de Artur Mas. Y, a pesar de que Luis Bárcenas le ha tomado la delantera, no suelo equivocarme demasiado. De dónde eres, me preguntaba una señora no hace mucho en una de estas cenas con gente que sabes quiénes son pero que no conoces. De Barcelona, dije yo rotunda y contundentemente, así, como avisando de que, por un lado, podíamos abordar cualquier asunto al respecto pero que, en fin, tuviera algo de tacto, que una está ya muy sensible. Ustedes ya me entienden.

Pero lo que más me ha llamado la atención recientemente es que en cuando hay algún político profesional en alguna de estas veladas, es quien suele monopolizar la conversación. Algunos, motu propio y por gusto, porque les apasiona escucharse. Otros, porque debido a las cuestiones más en boga e intuyendo que puedan tener mayor o menor conocimiento nos apetece saber su opinión al respecto. Aunque también ocurre que nos da, de manera habitual, su opinión, quien menos nos puede interesar.

Les pondré un ejemplo de no hace mucho. En una reunión había sociólogos, abogados, diplomáticos, algún economista y un par de MBAs por alguna de las más prestigiosas universidades norteamericanas y del mundo. Y una sola persona dedicada enteramente a la tarea política.

Pues sí. Acertaron. Se trata del último personaje quien tuvo el protagonismo más absoluto. Y apenas escuchaba lo que los demás podían aportarle. Porque él estaba en posesión de la verdad. Y nada le interesaba lo que pudiera sugerirle el diplomático, o la reflexión del economista, o la visión global de quien había pasado buena parte de su vida en Estados Unidos y en contacto permanente con las más reputadas de sus universidades. Tanto daba.

Y francamente. Una servidora, que ya había dejado de contar los minutos que quedaban para que alguno de los habituales en mi lista mental emergiera en la conversación –habiendo hecho la oportuna aparición cada uno de ellos de manera puntual– iba pensando en cómo aquélla escena no era más que un reflejo de una parte de nuestra sociedad.

Y llegué, sin expresarla, a una de estas ideas veraniegas, como que hoy, más que nunca, queridos amigos, se debe articular una sociedad civil sólida, férrea y repleta de los personajes que previamente habíamos comentado. Los que, de manera histórica y tradicional, se han puesto al frente de no pocas batallas, a liderar instituciones, órganos de debate o lobbies, en el sentido más purista y menos turbio del término.

Ya que es la sociedad española, en convivencia armoniosa con la política, quien va a tener que remangarse, aflojarse la corbata y ponerse manos a la obra. Y en esta ocasión, muy en serio. Porque hace más falta que nunca. Porque se requiere de ideas refrescantes, proyectos estimulantes y sobre todo, señores míos, tertulias en cenas de verano, algo más llevaderas. En serio.

Y espero disculpen y permitan mi frivolidad. Porque Madrid, en verano, es asfixiante.

En España

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