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Eva Miquel Subías

Así no se escribe la historia

Sé que no es lo que toca ahora, pero no me parece justo. No me parece justo que por el hecho evidente de que hayan proliferado grupúsculos de políticos "profesionales", cortoplacistas y conservadores de su diminuta parcela, deban pagar unos por otros.

... decían que les había parecido que los ojos de los romanos llameaban, su semblante era el de locos y sus bocas presas de las furias.

Así describía Tito Livio una de las escenas en alguno de sus múltiples pasajes de su recopilación de libros –Ab Urbe Condita– de la historia de Roma, quien se ha considerado unos de los grandes padres de la Historia y la historiografía.
 
La historia de Livio responde, así, al modelo de narración de acontecimientos, un modelo que siglos más tarde se superó para volver a resurgir nuevamente en el siglo XX, a pesar de que, en apariencia, resultaba contrario al carácter más científico que suele asignársele a la Historia.
 
Me centro, sí. Ya voy. La cuestión es que los grandes acontecimientos han sobrevenido por la actuación del hombre, la manera de comportarse, de encarar los problemas, de enfrentarse a una determinada situación. También, asimismo, el enfoque de quienes han relatado los hechos en cuestión ha inclinado en no pocas ocasiones la balanza hacia un sentido u otro.
 
Pero sin la iniciativa, altruista en una gran mayoría de los casos, de personajes destacados de la sociedad en la que han vivido, de personas que se han entregado a los quehaceres políticos con el único fin de servir a una causa, a una nación, a una o varias ideas, la Historia, desde luego, se habría escrito de manera bien diferente.
 
Los hasta ahora denominados servidores públicos y/o políticos han pasado a ser denominados por un grupo cada vez más mayoritario de la población como "casta".
 
Bien es cierto que los informes de Transparency International, cuyo último ranking de percepción de la corrupción sitúa a España junto a Grecia y Portugal en puestos no muy edificantes, no ayuda a seguir creyendo en ninguna vocación de servicio público ni nada que se le asemeje. Cierto es también que, tal y como sigue destacando el estudio, nuestro país padece la misma falta de control o de sanción posterior igual de arraigada que la negligencia o ineficacia de no pocos poderes públicos.
 
También creo –un día quiero abordarlo en profundidad– que un sistema de listas abiertas no solucionaría el problema de fondo, pero ayudaría –en mi modesta opinión– a aminorarlo; y en todo caso, a poder exigir responsabilidades a alguien con un rostro perfectamente definido de una manera más abierta y semitransparente.
 
Pero de la misma manera que podemos encontrar ONGs desvergonzadas y sólo por las que conocemos que realizan una encomiable y exquisita labor merece la pena seguir creyendo en su desinteresado trabajo, no es menos cierto que hay ejemplos históricos y presentes de personas que han dejado de ganar sueldos mucho más estimulantes en el sector privado, que han perdido anonimato para exponerse al cada día más afilado látigo de ser juzgados ante millones de miradas, miradas que no tienen el más mínimo recato a la hora de insultar desde cualquier ámbito por el mero atisbo de un apunte de una noticia sin contrastar. Ejemplos de personas que, de una solvencia más que notable, han preferido dedicar sus horas a servir a su nación.
 
Y francamente, sé que no es lo que toca ahora, pero no me parece justo. No, no me parece justo que por el hecho evidente de que hayan proliferado grupúsculos de políticos "profesionales", cortoplacistas y conservadores de su diminuta parcela sin la más mínima entrega ni el más mínimo pudor, deban pagar unos por otros. Aunque cueste más esfuerzo que antes creer en ellos.
 
Construyamos pues una sociedad civil sólida y hagamos propuestas en firme que las puedan trasladar al Parlamento.
 
Ya a finales del siglo XVIII, señalaba John Adams –tras las sesudas y maratonianas sesiones de la elaboración de la Declaración de Independencia–, que 
mientras que en cualquier otra ciencia se sigue investigando permanentemente, la de cómo gobernar un Estado se ha estancado. Hoy se entiende y se practica sólo un poco mejor que hace 4000 años.
Está bien. Quizás me haya sobrepasado. Pero tiendo al optimismo insensato. Y sin remedio.

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